Werner Herzog. Cobra verde.


Las realizaciones de Werner Herzog vacilan siempre entre el documental y la historia de ficción, por lo que los paisajes son diegéticos, revelan un mundo hostil que esconde el lado oscuro de los personajes, ya sean los protagonistas o las etnias con las que se han de enfrentar sus antihéroes, que son una simbiosis de víctima y verdugo.

La historia de Francisco Manoel Da Silva es un bucle, en el que los pequeños triunfos y los fracasos se suceden sin interrupción. Un bardo de su terruño, nos narra, a cambio de lo que queramos dar, la historia del más pobre de los pobres, y afirma que el mundo se muere y el 'mal' es un engaño. Este pobre hombre, trabajador de la mita, con frecuencia no cobra su sueldo, del que se detraen tributos y otras gabelas, lo que le empuja a convertirse en un 'temible' bandolero, Cobra Verde, al que el pueblo teme, más por pusilánime y sumiso, que por su propia maldad; su fama de hombre perverso anima a un verdadero gánster, un productor de azúcar, a contratarle como capataz, para que explote hasta la muerte a sus esclavos. Tras dejar embarazadas a sus hijas, se decide enviarlo a traficar con esclavos, a las costas de Dahomei, centro de la trata de hombres en el siglo XVIII, en un momento en que los reyezuelos africanos se oponían a estas prácticas, hecho que no disminiuía un ápice la crueldad con sus súbditos, por lo que había muy pocas posibilidades de que volviera con vida.

Pero en esta película, no menos poética que Fitzcarraldo, Herzog le da la vuelta al argumento. Cobra Verde va a cumplir su deseo de ver el mar, e incluso se va a saturar, pues llegando a las costas del continente virgen, declara que Africa le ha decepcionado. Aquí no va a subir un barco por la montaña con la ayuda de los indígenas, sino que va a morir, o más bien a dejarse devorar, por un mar al que no puede llevar una pequeña barca desde la tierra, sin ayuda de nadie y ante la presencia de un observador: un negro con espina bífida, o deformado por las torturas, que sólo puede presenciar la tragedia.

¿Cómo puede un hombre sólo, sin ejército ni colaboradores traficar con esclavos y conseguir un virreinato? Esta es la pregunta que te haces y que Herzog responde claramente: el quid está en la corrupción de pequeños y crueles tiranos que trafican con seres condenados a muerte, ya sea como ofrenda a sus dioses, como botín de guerra de tribus vecinas, o por cualquier otra causa. Pero en ambas orillas comienza el hombre a adquirir conciencia de que la esclavitud es un error, y como matiza Cobra Verde, un crimen, y en ese momento Brasil abole la práctica. Esto supone la sentencia a muerte por abandono del más desgraciado de los hombres, como canta el bardo.

Pero lo más poético, lo más impresionante del film es, que en un país (Dahomey o Abomey), en el que escasean los hombres, a causa de la trata de esclavos, o los que quedan no sienten interés ni por el trabajo ni por la lucha, existe un impresionante ejército de amazonas, mujeres guerreras y aguerridas. Cuando le pregunta un colonialista a Manoel Da Silva quiénes son, responde: "las que nos van a asesinar". Pero, al mismo tiempo, en estas sociedades neolíticas, a las que se importan lujos, sedas, muebles caros, pero no formación, las prácticas sexuales y la desnudez del cuerpo no son valoradas como en occidente, y no ofrecen resistencia a los hombres, en ausencia de estos prejuicios. Cobre Verde acumula sesenta hijos de las uniones con las aborígenes, pero añora casarse de verdad, que para un blanco consiste en desposar a una mujer de su clase y tener hijos como él (¿Es esto racismo o algo más ?) La sociedad patriarcal de las tribus indígenas impone que, si el rey es condenado a morir, sus mujeres deben ser emparedadas, pero no suele producirse este crimen, porque las esposas matan al soberano antes de que se cumpla su orden.

De este modo un ser bravo, que no se doblega, se deja matar por un mar inmenso y embravecido, al que tanto deseaba, ante la incapacidad de huir de una tierra hostil, y emular, en miniatura la proeza de Fitzcarraldo. Perdida la aureola, nadie ayuda al hombre blanco, sólo y abandonado por sus crueles compañeros de partida. Se le podría poner el epitafio de Groucho Marx: "Partiendo de la nada he llegado a alcanzar las más altas cotas de la miseria".

A la denuncia de la cámara de la sumisión y estupidez de los hombres a uno y otro lado del Atlántico, la amenaza de la selva o el desierto, y la crueldad del hombre, entre el que se encuentra el evangelizador, que Da Silva ya había sufrido en la mina y rechaza enérgicamente, se une la música diegética de Florian Fricke, interpretada por un grupo de rock progresivo, Popol Vuh, marco musical habitual de los filmes de Herzog.

Los títulos de crédito finales se inscriben en la imagen de las jovencísimas amazonas, cantando alegramente. El sacrificio del hombre blanco al que han obedecido y servido, les deja absolutamente indiferentes.



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