Traffic. Soderbergh.


Traffic de Soderbergh fue bien recibida por la Academia de Cine, y algunos críticos la han considerado su obra maestra. Denuncia la incapacidad de los poderes públicos norteamericanos para combatir una plaga que había enraizado en sus propias familias. El proceso, desde la producción a la distribución y consumo, en el que participan hombres aparentemente nobles, los 'hombres honrados' de William Shakespeare, que organizan y participan en campañas benéficas, se da en diferentes localizaciones, con distintos lenguaje cinematográfico. La producción y venta a los distribuidores está en manos de dos carteles, el de Juarez y el de Tijuana, controlados por poderosos y brutales generales, como Salazar, y hombres de negocios-tapadera, como Ayala; las secuencias rodadas en Méjico están realizadas a la manera de los filmes de serie B, con fotografía casi quemada, paisajes polvorientos y depauperados, con escasa definición y mucho grano, caracterizando de este modo el primitivismo y brutalidad de sus actores. En el otro lado, el norteamericano, todo es aparentemente más aséptico, con imágenes limpias y con mucha definición, más cercanas al lenguaje televisivo, cuyo discurso está constatemente presente. La televisión es el puente entre la ficción y la realidad.

Bob Wakefield (Michael Douglas) está al frente de la Oficina Nacional contra la Droga, dispuesto a combatirla con todos los medios a su alcance, enfrentándose a empresarios, políticos y compañeros involucrados en el tráfico. Pero le sale una piedra en el zapato: su hija Caroline, educada en un colegio de 'elite', en el que los jóvenes son consumidores de caballo, e integrada en múltiples actividades deportivas y de solidaridad, es una adicta a la heroína, que llega a prostituirse para consumir, con tan solo dieciseis años. Debe abandonar sus proyectos de salvar a 68 millones de posibles consumidores al comprender que muchos miembros de las familias adineradas son el enemigo y no se puede hacer una guerra contra la propia familia. La adicción une a pobre y a ricos, a blancos y a negros; la diferencia entre las clases bajas y las altas es que los miembros de la primera deben robar para adquirir la droga y los segundos disponen de recursos suficientes. Cuando les faltan la solución es la misma: prostituirse.

Policías mejicanos, como Javier Rodriguez (Benicio del Toro) y su compañero Manolo Sánchez se enfrentan a los carteles, pero se ven obligados a trabajar con un ejército que está implicado en uno de ellos, el de Juarez ; descubierto el tinglado colaboran con la DEA, Unidad para la Lucha contra las Drogas norteamericana. El encargado de introducir la droga en EE.UU. es Carlos Ayala, empresario chicano de apariencia honesta, casado con una mujer (Catherine Zeta-Jones), de origen humilde y capaz de todo por no volver a caer en la pobreza. El círculo se cierra en las altas esferas de la economía, la policía y la justicia. Los retoños de las grandes familias se dejan arrastrar por sus instintos, despreciando los esfuerzos paternos en uno y otro sentido. No hay burbujas, aunque muchos lo crean.



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