Encuentros en la tercera fase. Steven Spielberg




Ficha técnica:

Título original: Close Encounters of the Third Kind.
País: Estados Unidos.
Año: 1977.
Duración: 132 minutos.
Guión y Dirección: Steven Spielberg.
Casting: Shari Rhodes y Juliette Taylor.
Director de Fotografía: Vilmos Zsigmond, A.S.C.
Efectos especiales fotográficos: Douglas Trumbull.
Efectos visuales conceptuales: Steven Spielberg.
Director artístico: Dan Lomino.
Música: John Williams.
Edición: Michael Kahn, A.C.E.
Productores: Julia Phillips y Michael Phillips. 
Diseño de producción: Joe Alves.
Productor asociado: Clark Paylow.
Columbia Pictures, asociada con EMI. Sony Pictures DVD Center.


Intérpretes:

Richard Dreyfuss: Roy Neary,
Teri Garr: Ronnie Neary,
Melinda Dillon: Jillian Guiler,
Gary Guffey: Barry Guiler,
François Truffaut:  Claude Lacombe.
Bob Balaban: David Laughlin,
Roberts Blossom: Farmer,
Merrill Connally: Team Leader,
George Dicenzo: Mayor Benchley,
Lance Henriksen: Robert,
Warren Kemmerling: Wild Bill,
...

Sinopsis:

Unos aviones dados por desaparecidos en 1945 aparecen de repente en el desierto de Mojave. Un vuelo comercial se cruza con un objeto brillante que el piloto no es capaz de describir. El gobierno, sospechando de la presencia de fenómenos extraños, trata de averiguar dónde van a aterrizar los visitantes y desarrollar una operación de encubrimiento para que nadie se entere. Pero un grupo de personas comparte una visión sobre la vida en otros mundos que les arrastra a ese lugar.

Comentario:
Películas como Encuentros en la Tercera Fase, de Steven Spielberg, hecha en 1977, en plena guerra fría, marcaron una época que se introdujo por la senda del posible avistamiento de  objetos volantes no identificados, que  influyeron en  Steven Spielberg, que afirmó creer en el fenómeno OVNI y haber tenido de niño una experiencia parecida a la de los hijos de Roy, en compañía de su propio padre. La lluvia de estrellas que presenció la trasladó a la pantalla muchos años después. En 1957 fue lanzado el primer satélite espacial por los rusos, el Sputnik, y en 1969 surcaba el espacio el Apolo 11, propulsado por el cohete Saturno V, cuyos tripulantes pisaron por primera vez la Luna; los niños de la época jugaron a ser astronautas y el cine recogió el fenómeno: jersey del protagonista de 'El resplandor'  con el Apolo bordado en el pecho, o la obsesión del protagonista  de  'Good by Lenin'. Tiene mucho  peso el análisis que realiza  Roland Barthes de un mito  que obedece a la existencia de mundos sin ninguna comunicación, que sólo podían ser juzgados y arbitrados por una tercera fuerza más poderosa y avanzada llegada del espacio. La fononimia kodaly, con la que se comunican los hombres y los alienígenas,  es un sistema de educación musical, una  prueba más de que los 'marcianos' están concebidos a nuestra imagen y semejanza. El misterio de los platos voladores era, para el teórico,  terrestre,  y se suponía que venía de lo desconocido soviético, de ese mundo con intenciones tan poco claras como otro planeta; esta forma de mito contenía en germen un desarrollo planetario, convirtiéndose en artefacto marciano, porque, según él, la mitología occidental atribuía al mundo comunista la alteralidad de un planeta. La URSS era un mundo intermedio entre la Tierra y Marte.

El mito pasa del terreno del combate al del juicio. El platillo volante, redondo, sin costuras simboliza un mundo unido, uniforme, mientras la Tierra se muestra discontinua, con sentimiento de culpa, dividida en dos mitades. La amenaza extra-terrestre debe unir a los hombres. Pero lo más significativo es que Marte aparece dotado de un determinismo histórico calcado del de la Tierra, y el único avance lo constituye el vehículo, y para que se lance con él a nuevos descubrimientos ha debido tener una evolución similar a la nuestra, con geógrafos como los nuestros, las mismas guerras, los mismos sabios y la misma religión. En caso contrario no habrían podido civilizarse hasta el punto de tener el plato interplanetario.

Esta psicosis está fundada sobre el mito de lo idéntico, es decir del doble. Pero aquí, el doble es juez, y el enfrentamiento Este/Oeste pasa a ser un conflicto maniqueo, que se produce bajo la mirada de una supernaturaleza a nivel del cielo, donde está el Terror; es el campo donde aparece la muerte atómica. El juez nace en el mismo lugar donde el verdugo le amenaza. Este juez, o supervisor, es una proyección terrestre, ya que toda pequeña burguesía es incapaz de imaginar al otro; la alteralidad es el concepto más antipático para el 'sentido común'. Todo mito tiende a un antropomorfismo de clase: Marte no es sólo la Tierra, la Tierra pequeñoburguesa, el cantoncito de pensamiento cultivado por la gran prensa ilustrada. Apenas formado el cielo, Marte queda, de esta manera, alienado por la identidad, la más fuerte de las apropiaciones.Si hacemos caso a Roland Barthes,

Este es el contexto en el que Steven Spielberg concibe su bella historia de alienígenas, en la que al protagonista no le anima  la animadversión hacia el otro, sino el deseo de conocer, de empatizar con él. En un contexto de distopías futuristas, en el que la máquina se siente como una amenaza (2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick), Spielberg y Lucas nos proporcionaron una mirada amable, esperanzadora; aún estaba lejano el día en que iba a caer definitivamente el muro que dividía la tierra en dos, pero la Guerra de las Galaxias no necesitaba escudos, ni nadie se sentía amenazado por ese simpático extraterrestre cuyos padres habían dejado olvidado fuera de la nave. Tampoco se amilanaron ante las nuevas tecnologías y el tiempo les ha dado la razón. Como  ahora no podemos dejarnos amedrentar ante una crisis producida, en gran medida, a causa de la revolución científica y tecnológica, en la que los inversores están procediendo a la acumulación de capital para transformar sus empresas, y como ya sucedió en la revolución industrial se está pagando con el hambre y la miseria de los trabajadores; esperemos no tener que volver a ver trabajar a  los niños en  jornadas de más de doce horas, como denunció Charles Dickens. Algunos economistas están ya advirtiendo de que antes de generar de nuevo empleo las empresas van a proceder a la inversión en  informatización; el trabajo vendrá después. Pocos vieron en su momento, y  todavía sigue la ceguera, que esta generación de cineastas estaban revolucionando, no sólo el cine, sino la forma de pensar del mundo occidental, anticipándose en el tiempo a problemas que se están planteando ahora con toda la acritud; su mirada no fue negativa, sino todo lo contrario, y su apuesta fue la renovación de las formas de hacer. ¿Cambiará la clase dominante cuando acabe la crisis? ¿Serán las generaciones más capacitadas en el dominio de la informática y las redes sociales las que cojan el relevo? ¿ Quién será el otro en el futuro?

El protagonista, que reproduce en el salón de su casa el cerro-testigo donde se va a producir el encuentro, es visto por la comunidad, incluida su propia familia como un loco, alguien que actúa al margen de la colectividad. El espectador no entiende bien qué hace cuando llena su casa de  escombros, y hoy parecería increíble que un estado invirtiera tal cantidad de recursos en llevar a un hombre a la luna, cuando lo correcto parece ser meter papeles sin valor debajo de un ladrillo.Los hombres de entonces, encabezados por científicos como J.Allen Hynek, creían que valía la pena invertir tiempo y dinero en investigar, y a hombres como éste se acercó el cineasta. El científico, que puso el título al film, en la película, aparece en la película, formando parte del equipo de investigación, junto con el realizador francés François Truffaut que creyó en el proyecto del norteamericano. En la tercera fase es en la que se entra en contacto directo con los alienigenas, un precedente visual de ET.  Pero el testigo fundamental no  puede ser un hombre uniformado, al que la población pueda atribuir oscuras intenciones, aunque crea en él por la oficialidad de su testimonio, sino un hombre corriente, un ciudadano de a pie.



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