Días de vino y rosas.Blake Edwards






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Ficha técnica:

Título original: Days of Wine and roses
País: Estados Unidos
Año: 1962
Duración: 125 minutos

Dirección: Blake Edwards
Guión: JP Miller
Director de Fotografía: Phil Lathrop
Música: Henry Mancini
Director artístico: Joseph Wright
Decorador del set: George James Hopkins
Sonido : Jack Salomon
Editor: Patrick McCormack

Diseño de Vestuario: Don Feld
Supervisor de maquillaje: Gordon Bau, s.m.a.
Supervisor de peluquería: Jean Burt Reilly, c.h.s.

Productor: Martin Manulis
Warner Bros. Pictures

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Intérpretes:

Jack Leomon: Joe Clay
Lee Remick: Kirsten Arnesen
Charles Bickford: Ellis Arnesen
Jack Klugman: Jim Hungerford
Alan Hewitt: Rad Lelan
Tom Palmer: Balle Foy
Debbie Megowan: Debbie Clay
Maxine Stuart: Dottie
Jack Albertson: Trayner
Ken Lynch: Propietario
Personajes extraidos de Imdb.

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Sinopsis:

Joe, relaciones públicas de una empresa de San Francisco, conoce durante una fiesta a Kirsten. A pesar de la afición de Joe a la bebida, acaba enamorándose y casándose.

Premios:

1962: Oscar: Mejor canción. 5 nominaciones
1962: 4 nominaciones Globos de Oro: Película drama, director, actor, actriz
1962: 3 nominaciones BAFTA: Película, actor extranjero (Lemmon), actriz extranjera (Remick) 1963: Festival de San Sebastián: Mejor actor (Lemmon) y actriz (Remick)

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Comentario.

Volver la vista atrás y ver de nuevo a un clásico de la comedia como Blake Edwards no sólo permite disfrutar de las mejores obras que ha legado el séptimo arte en su corta trayectoria, si la comparamos con el resto de las manifestaciones del genio creador del hombre, sino entender mejor la época en que las realizaron y la función social que adquirieron, voluntaria o involuntariamente (Arnold Hauser). Películas realizadas en silencio, en la que la música, de escaso valor diegético, sólo hace acto de presencia en la narración visual de las fiestas, y la banda sonora es muy discreta, con movimientos de cámara muy mesurados y una edición sosegada. Pero permite, además observar cómo ha evolucionado la mentalidad de los pueblos: frente a la discreción de la prosa visual, se exhiben actitudes muy poco correctas de la clase alta, de las mujeres que empleados de lujo llevan a las fiestas de los ejecutivos, que las masas asocian con la riqueza y el poder al que íntimamente aspiran, hecho que se produce abiertamente sin dar lugar a los escándalo que provocan en la actualidad, que denuncia Brian de Palma en películas como 'Impacto' (1981), y que ha tenido sus réplicas en la vida real. Es la época del glamour, de las cabinas y los teléfonos públicos en locales de copas y en las calles, de la bebida sin control, sin el riesgo de tener que soplar en un alcoholometro de la policía; los hombres con sombrero, inaceptable en la actualidad, las mujeres con pieles y la amoralidad generalizada. El avance en la defensa de los derechos de los más diversos colectivos, acaba reduciendo la libertad sin límites de esa clase dominante que, fragmentada en trozos (primer plano, plano medio o general) se convertía en icono del triunfo social y símbolo del sueño americano,y con los signos externos de su estatus llenaban las pantallas panorámicas; ahora debe someterse al escrutinio de la sociedad, relegando a ámbitos privados sus excesos, que, cuando, por cualquier circunstancia saltan a las páginas de periódicos o revistas especializadas, para solaz o escándalo de las diferentes sensibilidades sociales, no dejan indiferente a nadie . Algo que no ocurre todavía en sociedades más primitivas, en las que, como denuncia Riad Sattouf (The French Kissers, 2009), brilla la doble moral: una clase pudiente libérrima que somete a la población con una ética estricta. Las presiones que se ejercían sobre los empleados eran de tal magnitud que oponerse suponía la exclusión social, y su consecuencia más triste el alcoholismo de los encargados de organizar estas 'fiestas'.

Curiosa la reacción de los vecinos ante el uso de pulverizadores contra las cucarachas, dueñas y señoras de los apartamentos. No debemos dejar que esos bichos subversivos nos den, deben salir de sus escondrijos y plantear batalla, dice Joe, ante lo que se rebelan todos los vecinos. Metáfora muy oscura sobre la idiosincrasia norteamericana del momento: no hay que molestar a estos bichos, no hacen daño a nadie si no se ponen nerviosos; el protagonista profana el metabolismo basal de la comunidad, el mismo día que pierde su empleo por sugerir que no le apetece hacer el papel de celestino y  organizar fiestas para sus jefes, un papel muy parecido al que había representado para Billy Wilder en 'El Apartamento', (1960). Críticas propias de 'caballeros sin espada', sin acritud, oscuras y metafóricas, usuales en la década de los 60, que tanto gustaron y gustan a ciertos sectores en la actualidad. A la denuncia de la doble moral, Blake Edwards añade la de la publicidad engañosa y reivindica la ética a través de los títulos  cargados de buenas intenciones, propios de Capra o de Wilder.

Música de Cole Porter , que nos ubica en el contexto, y que se añade al score de Mancini, anima la falta de ética de las fiestas en las que se hacen los negocios y en las que los que deben realizar su actividad profesional beben  sin parar, sometidos al 'macarrismo' de los que tienen el poder, llevando la peste a sus propias casas. El alcoholismo y el tabaquismo arraiga con más fuerza en unas personas que en otras, y abandonar esta compañía no es tarea fácil, algo que conocen muy bien los adictos a una y otra droga, ambas de carácter social, sin las que apenas se concibe un fiesta que merezca tal nombre, frente a otras  sustancias perversas que tienen que recluirse en la clandestinidad. Esto provoca que la epidemia se extienda de forma transversal, recorriendo los diferentes sexos y clases sociales, y explica el éxito que tuvo y la manera en que afectó a un público, enganchado en mayor o menor medida a estas sustancias. No hace mucho tiempo, líderes nacionales europeos, mostraban su rechazo a los controles policiales que retiraban toneladas de carnets en los aledaños de todo  tipo de fiestas, incluidas algunas tan familiares como bodas y bautizos, de las que honrados,altivos y aparentemente estrictos padres de familia ' salían llenos de alcohol hasta las cejas'. Edwards justifica la adicción de Joe en su trabajo; la de Kirsten es más difícil de entender, latente tras su afición desmedida al chocolate. El síndrome de abstinencia, la desesperación del enfermo social, al que se le priva de la droga, la excitación provocada por el síndrome de abstinencia, está representada en una secuencia de gran dureza en la que Jack Lemon busca alcohol escondido en una maceta del invernadero. Magnífica actuación de uno de los mejores actores, de las más versátiles de Hollywood, que adquirió el 'método' en el desarrollo de una carrera profesional inigualable, y que en esta sola película va pasando del joven que busca una lugar en la sociedad, organiza fiestas para los ricos y bebe en exceso, el alcohólico y el astemio, que acude a reuniones de adictos anónimos; Lee Remick, de apariencia burguesa y mojigata, de padres de formación ética que anteponen una vida digna al poder y la riqueza, no acepta su adicción y perdido el compañero de juegos, se aleja de la regeneración. Un plano de detalle adquiere toda significación, cuando la mujer abandona el hogar: una botella dejada a su suerte entre las ropas revueltas de la cama.

Filmada en blanco y negro, de acuerdo con el gusto de ciertos directores de la época, se siente como la opción adecuada para acercar al espectador al poema que recita Kirsten en el primer cuento amoroso entre ambos: "Largos no son los días de vino y rosas/ de un nebuloso sueño surge nuestro sendero/y se pierde en otro sueño." La adicta al chocolate, un indicio de su tendencia a engancharse a cualquier sustancia, desemboca en el alcoholismo, cultivado en el seno de una pareja que ha cimentado su relación en el alcohol, y que dificulta la regeneración de la mujer que desprecia a los santurrones, a las sectas anti- lo que sea, a las que deberá someterse de por vida, si no quiere estar sola. Uno a otro se realimentan si permanecen juntos, y su separación impuesta por el hombre para poder cuidar de su hija,  nos proporciona esas imágenes tristes de la mujer que se dirige a casa sola, de noche, mientras a sus espaldas una luz de neón anuncia un bar, que no es un simple concepto, sino  una realidad que se interpone entre los dos y que el espectador desconoce si se podrá superar. Queda en el aire la pregunta de la hija: "¿Mamá se curará? y la respuesta del padre, mientras el anuncio luminoso  pestañea sin cesar: ¿No me he curado yo?

Una película que es mucho más que un film sobre alcohólicos.

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