El maestro del agua. Comentario.




Ficha técnica, sinopsis, críticas (Pinchad aquí)

Comentario:

Entrar a comentar este film en un país como el nuestro es una tarea compleja que debe recorrer un camino muy espinoso, ya que hemos sido incapaces como pueblo, transcurridos 75 años desde que terminó la guerra civil y cuarenta desde que murió el dictador, de dar 'una respetuosa sepultura' a los muertos anónimos que descansan en las cunetas. En el film que dirige Russell Crowe, los militares turcos, entre ellos el Comandante Hasari, interpretado por Yilmez Erdogan, que se enfrentaron a los australianos en la batalla de  Gallipoli, en la que murieron miles de soldados de uno y otro bando, colaboran, codo con codo con los ingleses, señalando los lugares en los que se produjeron los combates,  ayudando a desenterrar a los muertos para que pudieran ser identificados. Es precisamente este militar turco, al que los soldados del bando aliado califican de asesino, el que aconseja a los militares británicos ayudar a este padre, que se ha desplazado desde la antípodas del lugar en que lucharon sus hijos a buscar a sus vástagos por una razón fundamental: es el único que se ha personado en el lugar y que no piensa marcharse de allí sin llevarse sus restos. La colaboración entre estos dos hombres, situados en frentes enemigos, ayudará a salvar la vida del único que ha sobrevivido. Tras ver esta película y releer las críticas no podemos salir de nuestro asombro ante una aseveración de tanta trascendencia como la que hace Jordi Costa: " (...) esta película sobre memoria histórica, (es) tan conservadora en sus maneras, que, sin duda, gustará mucho a quienes por aquí sostienen que ese asunto, en lugar de hacernos más humanos, nos coloca al borde de otra Guerra Civil." Es decir, si en España se hiciera un película de este estilo y la protagonizara el actor más taquillero de nuestro cine, acumularía tal cantidad de grasa que despistaría al espectador de lo esencial: que se estaba desenterrando muertos, devolviéndolos a sus familias y enterrándolos como seres humanos.

Carlos Tejeda, tras afirmar que 'El maestro del agua' es un film realizado con esmero y en el que ha colaborado un equipo técnico de primer orden (Andrew Lesnie, director de fotografía de la trilogía de 'El Señor de los Anillos y de 'El Hobbit', el compositor David Hirschfelder, autor de las BSO de 'Australia', 2008, o 'El show de Truman, 1998), pasa rápidamente a acusarle de transitar por las convenciones del cine épico, repitiendo sus clichés  e imprimiendo al propio Russell Crowe una actuación tan contenida que roza lo insustancial . Es decir, bien pero mal.  José Arce realiza una disección en una entradilla incomprensible, en la que tras definir a la apuesta de Russell Crowe como 'una puesta de largo correcta'  con lagunas técnicas y rítmicas que no explica, pasa a calificarla de claramente bondadosa, algo así como definir al actor/director como un hombre cargado de buenas intenciones pero sin capacidad intelectual para darles una forma inteligente.

No sé que ha molestado más, si el que, terminada la primera guerra mundial los ejércitos antes enemigos fueran capaces de colaborar para devolver los muertos a sus familias, o el que la mayor parte de los padres no se molestaran en realizar esta hazaña que parece que parte de un hecho real. A veces las cosas son así, y los más duros y cínicos sienten cierto pavor de reconocer que a lo mejor le importan bien poco a nadie. La descalificación del que está dispuesto a dar su vida para recuperar a unos hijos que han perdido la suya en combate, una desgracia a la que se suma la de una madre que se suicida porque no puede resistir el dolor de no volver a ver a sus vástagos, se consigue con muy pocos adjetivos: buenismo, edulcoramiento o melaza. La lucha contra la tormenta de arena, en la que el padre salva a sus tres hijos de ser absorbidos por la densa nube de polvo, mientras la madre espera angustiada la vuelta de su familia a casa,  es un flashback que permite entender el vacío que se produce en un hogar en el que ya no está ninguno de ellos.

Para Megan Lehmann el hecho de que la figura central sea un zahorí, dota al film de un profundo simbolismo, cargado de empatía cultural y basado en una buena historia antigua. El desconocimiento de la idiosincracia australiana no nos permite entender la importancia que tiene el estreno de la película en la fecha en la que se celebra el centenario de  Anzac, (acrónimo de Australia/Nueva Zelanda/Cuerpo Ejército)  un día de celebración nacional en Australia y Nueva Zelanda, en el que se recuerda a los australianos y neozelandeses "que sirvieron y murieron en todas las guerras, los conflictos y las operaciones de mantenimiento de la paz" y "la contribución y el sufrimiento de todos los que han servido". El 25 de abril de cada año es el que se dedica a los soldados de Australia y Nueva Zelanda que lucharon en Gallipoli  contra el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial (docsetools.com). Russell Crowe hace una película que no glorifica la guerra, sino que se convierte en una exploración intuitiva de la cultura turca y un reconocimiento respetuoso de que aunque los turcos ganaron la batalla de Gallipoli el número de muertos no les permitía sentirse orgullosos. El articulista destaca, como hemos hecho nosotros, la voluntad del oficial turco de ayudar al agricultor, roto pero resuelto.  Russell Crowe ha minimizado las alegorías, en particular el motivo recurrente del agua, en cuya obtención ha empleado gran parte de su vida en un terreno árido y desértico. (Comentario de cine: El zahorí, 12 de septiembre de 2014)

Desde la primera secuencia los planos cenitales recurrentes nos muestran, a vista de pájaro, colocando al espectador en una situación privilegiada, la lucha del hombre con la naturaleza, en tierras infernales, arcillosas, rojizas, llenas de polvo, en las que vemos al zahorí, también llamado radiestesista o rabdomante, dando vueltas por el terreno acompañado por su perro y portando dos ramas, una en cada mano, El hombre aparece sólo e impotente en una tierra enemiga, adversa, hostil y sufriendo las consecuencias de una situación que no ha sabido combatir, una decisión que le ha arrebatado sus tres hijos, que se han enrolado para luchar en tierras muy lejanas y de una cultura muy diferente a la suya por un ideal, sin ningún tipo de contrapartida personal. La aridez de la tierra se convierte en una metáfora de la vida de Connor, que cada noche lee un fragmento de 'Las mil y una noches' a unos hijos ausentes de un hogar privado de vida, en un mundo desolado y estéril que su mujer ha decidido abandonar. Al llegar a Turquía de nuevo un plano cenital nos muestra al protagonista solo ante la burocracia inglesa que le niega toda posibilidad de acceder al lugar donde murieron sus hijos. Los campos sembrados de esqueletos de los dos bandos, se convierten en testigos de la brutalidad de las guerras, alternan con bellísimos paisajes  e imágenes de sus hijos en combate, que unas veces responden a pesadillas y otras son flashbacks explicativos. Magníficas tomas de jinetes y algunos homenajes a Ridley Scott, un director con el que Crowe ha trabajado con frecuencia ,y al cine bélico de Lean.

Todavía debe pasar más tiempo para que una obra alcance cierta unanimidad y muchos se sorprenderían si hiciéramos una lista de obras que hoy son consideradas de culto, de directores clásicos consagrados, que fueron un gran fracaso de crítica y taquilla cuando se estrenaron; hoy como ayer, el público valora mejor el film que la crítica (59 %  de aceptación de la crítica, frente a un 66% del público, siete puntos de diferencia según Rotten Tomatoes). 'Gladiator' de Rideley Scott, que revolucionó el género peplum y convirtió a Russell Crowe en el gladiador por excelencia, e informó a la población, entre otros datos de interés,  de que el comandante de las tropas romanas podía no haber estado nunca en la urbe, o haber nacido en las provincias como el personaje de Maximo, es una película todavía muy combatida, aunque a la par muy usada como apoyo en la enseñanza del legado de Roma. Hasta aquí es razonable, pero acusar a Crowe de lacrimógeno, de intolerante, de optimista antropológico, de buenista y de fomentar enfrentamientos que pueden desembocar en guerras civiles es un exceso dialéctico que no se puede tomar en serio. Lo que va a ver, quien se decida a acudir al cine,  son montañas de esqueletos, un cementerio monumental, que ocupa gran parte del metraje, la evidencia de que el mayor atentado contra el ser humano son las guerras mediante imágenes tremendas alternando con una cuantas cuñas de miraditas cómplices entre un viudo y una viuda, que al parecer, según algunas críticas, han dado al traste con la hazaña de un hombre que recorrió medio mundo para volver a casa con los cuerpos de sus hijos.

Otros nos alegramos de saber hoy un poco más de un país que está preocupado por ocupar un lugar destacado en la nueva era del conocimiento que se avecina y que está creando una interesante cantera de cineastas, actores y miembros destacados de los equipos técnicos, que están nutriendo la industria americana. Entre ellos Russell Crowe, que ha informado, a quien no lo sabía, de que su pueblo también combatió en las Guerras Mundiales y que hubo algún que otro padre que no cejó hasta recuperar los cadáveres de sus hijos y descansó cuando dejó tras de sí un recuerdo que contribuiría a mantener viva la memoria de quienes dieron su vida lejos de su país.


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