The Thero Teorem







Ficha técnica, sinopsis, críticas (Pinchad aquí)


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Terry Vance Gilliam, un actor británico nacido en Minnesota, Estados Unidos, un cineasta que realizó un viaje a la inversa, se hizo célebre por su  incorporación al grupo de los Monty Phyton y por los recortes de fotografías que incorporaba a las películas dotándolas de un toque surrealista, una estética de teatro de papel de finales del siglo XIX y principios del XX y que convierten sus películas (Brazil, Las aventuras del Barón Munchausen, El rey pescador, Miedo y asco en las Vegas o El imaginario del Doctor Parnasus) en una aventura visual propia del realizador. Su última película es una locura distópica y  psicodélica, que mezcla iglesias barrocas, convertidas en domicilios particulares, que sustituyen las bancadas por muebles decó que conviven en un espacio abigarrado y afectado de horror-vacui, con pantallas de ordenador, luces de neón de todos los tonos imaginables, que iluminan los espacios desde el interior o el exterior de las estancias, generando un clima colorista y kitsch, que caracteriza una sociedad devaluada por la crisis, donde los graffittis, los escombros, las basuras, generan un paisaje irritante que chirría más que la oscuridad de las frecuentes distopías cinematográficas.

En este mundo degradado del futuro, los hombres circulan por las calles con sus ipods e ipads, mirando constantemente sus mensajes y sin atender al prójimo, mientras la gente lucha por trabajar en sus propias casas, chocando con la imposibilidad casi total de contactar con un jefe, que no saben si es real o virtual, encarnado por Matt Damon, curiosamente vestido, y con el que es imposible acordar nada. Qohen Leth (Chritof Waltz) es el elegido, que utiliza el plural mayestático y vive en un templo, medio en ruinas, que conserva sus imágenes objetivadas, que conviven con otros muchos objetos preciosos, como una bonita chaise longue que provoca la admiración de los visitantes y un gran montaje informático, que maneja a la perfección el hijo del jefe, un joven adolescente, un cerebrito que formula el theorema zero según el cual el universo no sirve para nada, toda la materia, toda la energía, no es más que un bing-bang único en el tiempo: todo el universo en expansión acabará reduciéndose a  un agujero negro  superdenso

Qohen cree que está muriendo, y entra en contacto con una joven que lo arrastra virtualmente a una isla paradisíaca, ese espacio natural y aislado con el que han soñado tantos y tantos hombres y mujeres, en los que uno sólo se baña y juega a la pelota todo el día: él, que ha recuperado su pelo, incluso juega con el propio sol. Imágenes surrealistas y ridículas que no se entienden bien y que se incrustan como el relleno de una empanada en un discurso de una sociedad multiracial, que habla de obsolescencia programada divina. Si uno muere es porque la vida es un organismo que conduce a la muerte, por lo que es absurdo buscarle otro sentido a la vida. Los préstamos de películas muy notables de ciencia-ficción son constantes, desde el bar de Java de 'La Guerra de las Galaxias', pasando por Matrix, el propio cine de Gilliams, THX, el cubo de Rubick...Este escenario es en el que se desenvuelve un ¿científico? que trabaja en él para buscar ese sentido de la vida que todos anhelamos encontrar y que tropieza con la advertencia reiterada de que se debe ir con cuidado con lo que se desea, un aviso muy habitual en el cine nihilista y cínico actual, el nuevo fantasma que recorre occidente que ha descendido desde lo más alto para convertirse en la pequeña China. Quien busque un entretenimiento fácil en la película de Terry Gilliams no lo va a encontrar, y quien busque mayor trascendencia tampoco lo tendrá fácil y sin llegar tan lejos como Carlos Boyero, sí podemos afirmar que es una buena empanada mental, que nos puede enloquecer si intentamos entenderla. Un cine no apto para aquellos a quienes rechazan historias duras, sin respuesta fácil y que nos hacen plantearnos cada mañana que ha comenzado un nuevo día, probablemente tan huero, vano y vacío como los demás.




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