Todos dicen I.Love You.



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Ficha técnica:

Título original: Everyone Says I Love You.
País: Estados Unidos.
Año: 1991.
Duración: 101 minutos.

Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Casting: Juliet Taylor; casting asociado: Patricia Kerrigan; adicional: Judie Fixler.
Dirección de Fotografía: Carlo di Palma, a.i.c.
Música: Dyck Hyman.
Editor: Susan E. Morse, a.c.e.
Director artístico: Tom Warren; Venecia: Cinzia Sleiter.
Decorador del set: Elaine O'Donnell.
Coreógrafo: Graciela Daniele.

Diseño de producción: Jeffrey Kurland.
Maquillaje: Fern Buchner, Rosemarie Zurlo.
Peluquería: Werner Sherer, Romaine Greene

Productor: Robert Greenhut.
Productores ejecutivos: Jean Doumanian. J.E. Baucaire.
Co-productores ejecutivos: Jack Rollins, Charles H.Joffe, Letty Aronson.
Diseño de Producción: Santo Loquasto.
Compañías. Productoras: Sweetland Films  : distribuidoras: Vértice Cine. Jean Doumain Production.

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Intérpretes:

Alan Alda: Bob,
Woody Allen: Joe,
Drew Barrymore: Skylar,
Lukas Haas: Scott
Goldie Hawn: Steffi,
Natasha Lyonne : DJ,
Edward Norton: Holden,
Natalie Portman: Laura,
Gaby Hoffman: Lane,
Trude Klein: Frieda,
Julia Roberts: Von,
Tim Roth. David Ogden Stiers...

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Sinopsis:

Comedia romántica  en la que Woody Allen recupera el musical para contar la historia de una familia americana de clase acomodada.

El matrimonio formado por Steffi ( Goldie Hawn) y Bob (Alan Alda) es el paradigma de la familia burguesa de Nueva York, rica, liberal y socialmente comprometida. Steffi estuvo casada con Joe (Woody Allen), un tipo sin suerte con las mujeres, con quien tiene una hija, DJ (Natasha Lyonne)inestable. Bob tiene un hijo conservador,Scott(Lukas Haas) una hija que ha puesto en peligro su boda al enamorarse de un delincuente, Skylar (Drew Barrymores) y otras dos hijas adolescentes que se pelean por chicos multimillonarios. Todos ellos pasean sus problemas por New york, París y Venecia.

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Comentario:


Woody Allen quería hacer un musical, pero reconoce a su biógrafo Eric Lax. que más que un musical como los de antes, quiere elaborar uno de sus guiones habituales con interludios musicales. La protagonista es, como ya hemos dicho, una familia de corte liberal que viaja en limusina, defiende sus causas y veranea en los Hamptons. Cuando Allen presentó su proyecto a Harvey  Weinstein (el entonces director de Miramax, que tenía que distribuir el film en Estados Unidos y que había invertido gran cantidad de dinero en el film, puso el grito en el cielo porque era de la opinión de que un musical debía ser protagonizado por gente que supiera cantar.

Todos dicen I Love You  (el título de una canción muy optimista, típica de un musical de Broadway) procede en la secuencia de la presentación de los créditos iniciales a la deconstrucción de los elementos que constituyen lo que ahora, en plena crisis económica se llama  feelgood movie (una película concebida para que el público lo pase bien) e invade como una plaga los cines: la primavera y los cerezos en flor, fuentes de las que emana abundante agua, desayuno  de un encantador Edward Norton y su amada Drew Barrymore,, no delante de Tifanys, donde Blake Edwards situó su historia,  sino de un escaparate de Yves Saint Laurent  o una pastelería que ofrece delicatessen y se llama Sant Ambroeus (café y restaurante italiano muy apreciado en la ciudad de New York); Este es el entorno que el cineasta quería captar, en el que, además quería incluir el psicoanálisis, el Zabar's (un restaurante legendario, y Frank Campbell (una casa de pompas fúnebres de Madison Avenue, muy popular entre la gene adinerada) . Una ciudadanía con pasta que vive en amplios apartamentos de Parc Avenue atendidos por criadas hitlerianas que se encargan de los viejos, rebeldes irredentos; jóvenes conservadores, defensores de un nuevo orden que leen National Review, nacidos en el seno de familias demócratas liberales. Madres y esposas ociosas, integradas en todo tipo de ONGs y asociaciones pro-derechos civiles de cualquier tipo. Colegios pijos, y un padre 'escritor impaciente'. Unos buenos mimbres para ubicar la historia en el corazón del buen vivir, con una agilidad narrativa propia de Allen, en la que los gags inteligentes y dirigidos a un público universal y formado no tienen solución de continuidad, logrados con planos master que en una sola toma nuestran siempre los personajes de cuerpo entero (1),evitando enfoques de los pies o las caras, y les permite desenvolverse, seguidos por la cámara pasando de unas estancias a otras, cambiando uno de los elementos esenciales de las secuencias convencionales, sin que nada se lo impida. "Me gusta ver a los personajes como cuando voy al City Center y pago diez dólares para tener a los bailarines enfrente de mi ", dice Allen (opus.cit)

El personaje que interpreta Woody Allen, un hombre cargado de complejos, como siempre, que, divorciado de la madre de sus hijos, es no sólo un 'escritor impaciente' sino un cosmopolita inquieto y un fracasado en sus relaciones amorosas para las que es tan corto de vista como los propios ojos del director, algo que no puede  solucionar con unos gruesos cristales. Sentado ante el Gran Canal veneciano, aconseja a su propia hija sobre el itinerario vital que debe seguir un enamorado, observaciones que realiza un padre que confunde las afecciones de cualquier tipo con las adicciones a las drogas: es mejor ser 'dejador' a que te dejen. Cuando entre ambos conciben un plan para pasar a la ataque y seducir a una bella mujer aficionada al arte, hacen una descripción exacta de cómo se hace la crítica de cualquier manifestación artística, muy alejada de los planteamientos de Arnold Hauser y Giulio Carlo Argan, por citar tan solo a algunos historiadores del arte: rapidez de las pinceladas, una técnica que precede al impresionismo que capta impresiones visuales, como hace el celuloide, estallidos de color, claroscuros, las filias y las fobias del artista, sentimientos íntimos (¿Quién los conoce?), sus gustos musicales y sus flores preferidas, unos datos que dan información sobre el autor, pero que explican su obra sólo parcialmente. Allen realiza la crítica más ácida que se conoce de los críticos y lo hace de forma indirecta y con elegancia, riéndose de sí mismo.

De nuevo el director  se define, en una escena romántica, sentado en un portal que da a uno de los canales veneciano como " un hombre sencillo, cuyos planes son vivir en París, visitar New York de vez en cuando y en verano pasar unos días en Bora Bora, enamorarse y dar largos paseos bajo la lluvia, o escuchar música, en especial la cuarta sinfonía de Mahler. "No soy un hombre tecnológico, yo aún sigo escribiendo en una de esas viejas máquinas de escribir ", le dice a la mujer que quiere conquistar, una Olympia sobre la que bromea, al afirmar que, cuando se la vendieron le advirtieron que duraría más que él, pronóstico que se ha cumplido. El realizador judio y norteamericano no es extraño, ni sus personajes tampoco, sino que son arquetipos, llevados a veces hasta el extremo, rozando en alguna ocasión el absurdo, de cierta burguesía intelectual, sus gustos y sus hipocondrías, razón por la que ha conectado con estas capas sociales tanto en su país como en toda Europa, y ha cosechado el rencor de amplios sectores de la crítica. Y precisamente porque es consciente de que alude a un constructo idiosincrático universal, lo expone para atraerse a una mujer que ha estudiado previamente y a la que sabe que puede vender su paquete intelectual, mental y sentimental. A su hija, en una discurso dominado por el cinismo le confiesa enfurruñado que no distingue Bora Bora de Ñaca-Ñaca,  no sabe nada de Tintoretto y no distingue un claroscuro de un canelone...

Bellos paisajes, mercados de brillantes hortalizas, ropa de lino, gerberas, las flores preferidas de la mujer y pragmatismo americano." ¿Sabes que rima con gondolero,- le dice a su hija, una joven voluble, enamorada de un poeta veneciano-, ¡niente dinero! ? " La mirada crítica del realizador 'no deja títere con cabeza', sin agresividad pero también sin complacencia; terminado su recorrido en la descripción de una serie de personajes de todas las edades podemos concluir que su mirada sobre esta clase que ocupa los áticos de Parc Avenue es demoledora. gentes caprichosas que, teniéndolo todo, se sienten atraídas por sociópatas, con los que no pueden competir jóvenes imberbes en cuyas cabezas sólo residen coches, penes y anillos de boda. Pero, ni siquiera la muerte, que vuelve a todos filósofos, escapa a su ironía y desacralización. Cuando llega el invierno muchas desilusiones se desvanecen y la técnica se pone al servicio de la idea: ligeros picados nos muestran la pequeñez de quien se siente grande e importante: el joven enamorado renuncia al amor, el gángster de tres al cuarto vuelve a las andadas, convirtiendo en su objetivo pequeños comercios, tiendas de groceries, pequeños atracos de los que sale indemne la joven interpretada por Drew, y lo más destructivo de todo: Scott, el hijo varón del núcleo familiar que gira en torno a la madre, la ex de Woody Allen, debía su inclinación a los conservadores republicanos a un coágulo de sangre en una arteria, que dificultaba su circulación sanguínea. Resuelto el problema se borró del club de carcas y comenzó a compartir  la filosofía democrática liberal de izquierdas propia de los estados azules de las costas de los Estados Unidos, en los que lo que da seny, clase, es la alineación con los planteamientos más progresistas, algo que contrasta con la vieja Europa.

Mas, a lo largo de todo el film, Woody Allen se muestra enamorado de su ciudad New York, preciosa en primavera, verano, otoño ( con el colorido vivo de las hojas de sus árboles) y, sobre todo, en invierno, cuando nieva y la clase representada no necesita pisotear las calles cubiertas de un patina de nieve helada. negra y resbaladiza, y puede pasar las navidades en Paris y hospedarse en el Ritz, donde la fiesta de fin de año tiene como protagonista, paradójicamente a Groucho Marx. Por el contrario azota al sueño americano, que una vez alcanzado pierde todo el interés. Lo único que permanece indemne es  el amor del famoso cineasta por la ciudad de París, en la que siempre quiso vivir y nunca se atrevió. Clausura el film un bonito homenaje a 'Un americano en París" , en el que Gene Kelly y Leslie Caron de Vincente Minelli, de 1951, cuando los norteamericanos, orgullosos de haber salvado a Europa de los nazis, destilaban optimismo por todos sus poros, una secuencia en la que Allen derrama toda su magia y homenajea a sus  ídolos y se sirve de  sus mantras: el amor a las mujeres, el amor a los amigos, la  buena música americana (jazz, blues, bandas de películas y los clásicos), su romanticismo y su reverencia por dos ciudades universales: New York y París. Otra vez más se retrata a sí mismo.

El feelgood de Allen no es como el de ahora, no sirve para la autocomplacencia de unos sectores de una sociedad cínica que se siente culpable, que saben que se excedieron en el pasado y que son capaces de cualquier cosa para recuperar el estatus perdido. Allen no precisa de bellos paisajes filtrados en tonos morados que embarguen al público; a él le gustan las playas y las calles de sus ciudades favoritas miradas por la cámara en su  cotidianeidad, lluviosas, incómodas."Naturalmente, -dice-, hay mucha gente que retrata el campo con una belleza incríble. En alguna de las películas inglesas de Stanley Kubrick es para morirse de lo bonito que se ve. Pero, personalmente, prefiero rodar en la playa en un día gris." (Opus cit.)



Notas:

(1) Conversaciones con Woody Allen. Eric Lax. Random House Mondadori, Septiembre 2008.

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