Mios, tuyos, nuestros. Comentario.




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Comentario:


Hasta qué punto es importante la educación, o mejor dicho, el control de la educación por parte del poder lo pone en evidencia el hecho de que un film mediocre, sean cuales sean los elementos que elijamos como objeto de nuestro análisis, dejando, de momento, de lado el subtexto en el que descansa esta historia de dos viudos que deciden unir sus vidas y aportan cada uno de ellos una caterva de hijos al matrimonio, hecho, que en sí mismo, ya es una elección ideológica. Da igual que nos fijemos en el guión, el timing, los personajes, la puesta en escena, más o menos atrevida, convencional o vanguardista o la excelencia de los actores, pues se da una circunstancia que hace irrelevante todo lo demás: las más grandes compañías de cine, los mastodontes hollywoodienses, Sony Pictures Entertainment, Metro Goldwyn Mayer, Paramount Comedy, Nikelodeon y  Columbia, se  juntaron de forma inusual, sin ningún complejo ni amago de disimulo, para hacer un remake de un film de Milles Shavelson que ya era antiguo cuando se estrenó en 1968, pero que tuvo tanto éxito en los mass nedia americanos que llegó a erigirse en un producto blockbuster muy exitoso que estuvo a punto de conseguir un globo de oro.

El film, realizado con un modo de representación institucional, convencional y burgués, pretende contraponer dos tipos de educación,  aparentemente muy distantes, en especial porque la que practica el hombre, Frank Beradley, interpretado por Dennis Quaid, un oficial de marina, es tan extrema, tan militar, que supera la de la familia Trapp, en la que la joven institutriz es, incluso, una monja desplazada al hogar del aristócrata austriaco como institutriz de sus hijos. Frente a ellos, la familia de Helen North (Rene Russo) es muy difícil de calificar, ya que oscila entre la hippie liberal y la payasa de colorines, cuyos hijos hacen graffitis en las paredes de la mitad de la habitación que les ha tocado en turno y comparten con los estirados hijos del oficial de marina. Es difícil imaginar un matrimonio semejante, especialmente por la faramalla que acompaña a los vástagos que cada uno de ellos lleva detrás.

Pero estas compañías entendieron que detrás de tíos muy duros que marcan músculo y epatan a las chicas, se esconden auténticas 'nenazas' que disfrutan con los gags más idiotas que cabe imaginar, porque les recuerdan su infancia,  y que incluso 'darían su vida' por defender un modo de vida tan americano-republicano.por-supuesto, la auténtica sal de la vida. ¿Quién gana al final? No cuesta mucho de imaginar, porque, a pesar de las apariencias, y después del rescate imposible del almirante de un buque de guerra en plena travesía, tras entender todos lo que han perdido, deciden volver de nuevo a su faro ideal, convertido en mansión (todo un símbolo de lo que significa para el resto de los agrupamientos familiares una familia tan ideal como ésta), la pareja decide hacer las cosas 'bien' y no a tontas y a locas como la vez anterior: casarse de verdad, con traje blanco, cura, espadas cruzadas, champagne, e hijos vestidos de blanco, en medios de guirnaldas de flores e invitados peripuestos;  es decir, un auténtico 'bodorrio'. Otros, por el contrario, no soportarán la película y elegirán entre tres posibilidades diferentes: abandonar la sala, si están en el cine o apagar el televisor si están en casa; disfrutarla llorando de emoción, mientras degustan un inmenso bol de palomitas o aguantar hasta el final por morbosa curiosidad y porque todo lo que se empieza se acaba. Yo soy la tercera, y no me arrepiento, porque he aprendido que en la batalla para controlar el futuro, para formar élites y trabajadores sumisos todo vale. Y poco importa si en el temario se estudia a Enrique VIII de Inglaterra o Carlos I de España y V de Alemania.






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