El relicario






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Ficha técnica:

Título original: El relicario.
País: España.
Año: 1970.
Duración: 95 minutos.

Dirección: Rafael Gil.
Guión: argumento y diálogos de Rafael J. Salvia.
Dirección de Fotografía: José F. Aguayo. Foto fija: Felix Gómez.
Música: El relicario del maestro Padilla. Adaptación musical: Manuel Prada.
Canciones: "El relicario" Letra de : A.Olivero y José María Castellví; música: José Padilla. "Madre, cómprame un negro" de A. Ortiz de Villajos, A.Jofre y M. Bolaños.: "Yira...Yira" Enrique 5. Discepolo.
Montaje: José Luís Matesanz.
Decorados: Enrique Alarcón.
Regidor: Juan de la Flor.
Laboratorios: Lotofilm Madrid. Estudios: Verona.
Sonido: Fono España.


Figurines y ambientación:Ra del Rey. Modelos Sra. Sevilla: "Herrero y Ollero" y "Carrusell".
Vestuario: Peris Vazquez.
Maquillaje: Cristobal Criado.
Peluquera: Ana Criado.

Producción: Coral, Producciones Cinematográficas.
Jefe de producción: Valentín Panero.


Agradecimientos a : D. Francisco Muñoz Lusarreta; Plazas de toros de Madrid y Algeciras Hotel Nacional. "Iberia, Líneas Aéreas", I.B.M. Ulibarri, S.A. y Doña Emilia Pérez Tabernero.

Como se puede observar el espectáculo comienza con los propios títulos.


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Intérpretes:

Carmen Sevilla
Arturo Fernández
Manolo Gómez-Bur: Sr. Lombardo
Miguel Msteo-Miguelín
Amparo Martin
Francisco Piquer
Venancio Muro
Alberto Fernández
Alfredo Santa Cruz
Jesús Guzmán
Rafael Hernández,
Antonio Díaz Cañabete
Jesús Tordesillas
Matías Prats
Rafael Alonso
Tomás Blanco


¿"Galas de arte de Jumillano"?

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Sinopsis:

Mientras ve por televisión una corrida de toros en la que participa su hijo Luis, el matador Rafael Lucena muere de un infarto al descubrir en la plaza a Virginia, una mujer muy parecida a Soledad, el gran amor de su padre, que murió por su culpa tras una cogida en la Plaza de Las Ventas. Tanto Luis como su hermano Alejandro conocen a la cantante Virginia y se enamoran de ella. Pero cuando Luis sufre una grave cogida, empieza a sospechar que quizá Virginia atraiga la mala suerte.


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Comentario:

Plaza de toros, Matías Prats, dos cámaras filmando para la TVE frente a los cornetas y tambores que anuncian la salida del toro, el picador y el banderillero, cuyo trabajo no acabamos de entender muy bien, ya que, según los taurinos, al toro estas lanzadas y garfios que se clavan en su carne no le hacen ni cosquillas, un gibraltareño para dar ambiente, una tele y un título cargado de mal fario. Mas no importa. ¡Ha llegado la modernidad a España! y, sin embargo, los españoles han logrado mantener intactas las esencias patrias. Una película apta para los grupos de animalistas empeñados en hacer de aguafiestas de la fiesta nacional (valga la redundancia); con su gruesa piel horadada y colgándole del costado cuatro banderillas, vemos, mientras desfilan los títulos de crédito, el fogoso animal  ya preparado para un combate igual. Un film taurino que Rafael Gil intenta adobar con un toque de magia y con fantasmas del mas allá que llevan consigo un maleficio, aunque no lo consigue, porque está mucho más preocupado en trasladar el mensaje de que en 1970, cinco años antes de que muriera el dictador, España estaba llena de demócratas, mientras los que había ocupado puestos en la etapa anterior, blanqueaban su dinero y sus curricula en el extranjero. El pueblo se divertía con la charlotada, una ocasión para poner en boca de Manolo Gómez-Bur  (el gibraltareño) palabras sorprendentes: "A mí esto no me gusta ná. Se puede gastar bromas con todo, con la política, la sociedad, hasta el capitalismo, pero ¡un respeto a los toros!"

Cuarenta y cinco años después de haber ingresado en la modernidad los españoles descubren con una mezcla de tristeza y enfado que existen grupos de activistas que defienden a los animales de cualquier tamaño, raza y condición, incluidas las cucarachas, algo de lo que advierte Woody Allen en alguna de sus películas, y que no están de acuerdo con que se cuelgue a los perros de los árboles cuando han perdido su facultad para la caza, se tiren cabras desde los campanarios, o se mate con gran arte a los toros en las plazas. Imágenes que pueden quedar recluidas a los libros de historia, para quienes gozan con la recreación del pasado, como el minotauro de Cnosos, porque, afortunadamente, los espectáculos del circo romano desaparecieron con el imperio y aunque la plebe se divertía de lo lindo con los gladiadores y echando gente a los leones, no parece prudente restaurar estos espectáculos, a pesar de que el Coliseo está prácticamente igual que lo dejaron y hacen falta muy pocos arreglos; los ciudadanos más bienpensantes y nostálgicos descubren a la par que ya no se pueden comprar negros y que si bien todavía existen programas de famoseo que convierten a la España de pandereta en su protagonista cada día, son muchos los que han decidido apagar las teles.

Corrían los años 70, España se abría al exterior y George Lucas ya había realizado su vanguardista THX 1138 y estaba  preparando su saga universal, pero nosotros continuábamos con nuestros créditos peregrinos y anunciábamos la película con un cartel que da para una tesis doctoral en el que vemos a Carmen Sevilla capaz de acabar, en apariencia porque en realidad es la víctima, con un hombre que siempre ha sobrevivido al soberbio animal, combinando la imagen de la modernidad que da la estrella con su uniforme de azafata de las líneas aéreas de Iberia, un cuerpo de prestigio en el que trabajaban las aguerridas chicas de buena familia, con otra que encarna las esencias patrias, en la que luce peineta y mantilla. Una mujer resentida y dolida por el despecho, en una España en la que las chicas les pedían a sus madres que les compraran un negro en el bazar que toque el charleston y el jazz band, decide vengarse del torero y lo hechiza con el relicario, una confesión que contradicen las imágenes, que intenta introducir la racionalidad, en las que vemos al dueño del cabaret envenenando el café del torero. Las fronteras se habían abierto, pero a nosotros nos importaba una higa y seguíamos a lo nuestro, intentando vender formas democráticas con esencias patrias, (aparición de carmen Sevilla con paquetes envueltos con papel que anuncia a los grandes almacenes por excelencia de nuestro país), como continuamos hoy, reverenciando a los que entonces aparecían en el cine, ya fueran toreros, periodistas radiofónicos, manolas, nobles de alta alcurnia o cantaores y cantaoras, que hoy se enriquecen en los programas de televisión, reverenciados por las masas. Decía Oliver Stone: pon la tele y verás quién manda. Ponedla.

Resulta curioso escuchar el desparpajo con que en la España de los tecnócratas se hablaba de la dictadura de Franco sin complejos, y, con la misma actitud, de las relaciones de las cupletistas con los toreros, los ministros y los empresarios, historias que se tejen en torno a relicarios (pequeña cajita que recoge los restos o reliquiae de algo, en este caso un trozo de capa de un torero que pisó la bella mujer fatal). Las honradas eran feas, estiradas, generalmente vestidas con hábitos para que se les perdonaran sus culpas, pero esperaban honestamente al marido refugiadas en su casa. Con el tiempo todo se olvida y la cupletista Soledad Reyes se reencarna en una azafata que como muy bien dice la joven, si su tía-abuela viviera estos tiempos sería cantante de música ligera y participaría en Festivales tan prestigiosos como el de Benidorm, en la que participan artistas deudores de la copla y el bolero.

En la España del Seat-600 el torero se pasea por su hacienda en cuyas dehesas pasturan los toros de lidia, sentado en su jeep de película americana de safaris, para posteriormente desplazarse a una zona industrial y posar con su hermano y la azafata ante una fábrica de esas que emanan gases contaminantes a través de sus enormes chimeneas, una visión que hace exclamar a la chica, de una forma espontánea, que hoy criticarían algunos: la cara y la cruz de España. ¿Quiere esto decir que el toreo pertenece al pasado y las fábricas de lo que sea a la más rabiosa actualidad? Al menos de eso presumían, pero el tiempo ha apaciguado las cosas y las aguas vuelven a su cauce 'natural'. Frente a Carmen Sevilla y el torero, dos jóvenes que ejercen una profesión de alto riesgo, el 'Comisario' de Industria es presentado como un hombre vulgar que, sin embargo, se prevé que se llevará la pieza; el gibraltareño que sigue a los toreros se declara taurófilo, flamencófilo y democratófilo, -ni más ni menos-, y para mayor abundamiento se queja de la existencia de la verja. Mientras, el Opus Dei daba pasos discretos hacia el destape, con una Carmen Sevilla enseñando las cachas con un grupo de bailarinas que enseñaban más aún y que pedían un negro. Atención: no decían" mama (no mamá) cómprame a un negro, sino un negro; cualquiera que sepa un poco de lengua entiende la diferencia. España no estaba para matices, pues, mientras el  público-masculino-por-supuesto aplaudía a rabiar, las chicas le llevaban al escenario un niño negro en una cesta. Que no quepan dudas.

Mientras el 'maestro' (el Dalí de los toreros)  salta del jeep al rolls-royce. cosa que parecía importar menos a quienes vivían en la precariedad que el que se exhibiera con cabareteras, una de ellas una negra que triunfaba en París (¿homenaje a Joséphine Baker?), y hacía comentarios maliciosos, (cuando se canse de ella, dice el dueño del cabaret donde trabaja Soledad, no le queda más que salir con 'la mujer barbuda'), los hombres poderosos marcaban distancias con la dictadura y se iban al extranjero. La palabra democracia es manoseada sin descanso en esta película, incluso cuando, después de matar a su primer toro, el diestro se chulea ante el noble animal humillado, herido de muerte y tumbado en el suelo, sólo a falta de la puntilla, y el pueblo pide 'democráticamente' que le corten las orejas y se las den a su matador un instante antes de la tragedia, que obedecía a una maleficio.

El film está estructurado en forma de tres versiones de testigos diferentes de los acontecimientos con el objetivo de llegar al conocimiento de la verdad y acabar con el sortilegio; el torero tiene miedo a los toros, pero la madre, cual Agustina de Aragón, lo empuja a enfrentarse al bicho por última vez para perder  este temor y ser libre el resto de su vida, en una secuencia llena de poesía que une el mar, el toro con su capote rojo para acabar la faena y engañar al bravo con una quimera, y la progenitora observando orgullosa a su hijo. Una madre que se erige en ejemplo de la mujer dura española que espera en casa la vuelta de su marido o su hijo  tras su enfrentamiento con la muerte  y experimenta el gozo que sustituye al sufrimiento; nada que ver con esas madres protectoras de ahora que quieren que sus hijos estudien carreras, másteres e inglés para labrarse un futuro de cobardicas pegados a las faldas de una mujer.

El broche final lo pone el gibraltareño, que sale remando, en una pequeña barca de su peñón, mientras se lamenta de que llega tarde a una corrida: " porque esto se está poniendo cada vez más difícil, nos han quitado el agua, nos han quitado la luz, nos han quitado la corridas de toros. Menos las pestañas nos han quitado todo, todito, todo." Mientras la plaza, llena a rebosar saluda al torero, que ha superado sus temores y fantasmas gracias a una madre ejempla dispuesta a dar hijos a la patriar, con los pañuelos, pidiendo cualquier parte del cuerpo del vencido como recompensa: ¿El rabo, las orejas? El film sorprende porque se habla de democracia más que ahora y porque deja claro el lema de la monarquía ilustrada, que expresa con claridad el lema del  Príncipe de Salinas, 'Il Gattopardo' de Visconti de que hemos hablado antes.

Podéis ver esta película en la cadena de cine español SOMOS. Es bueno conocer el pasado para entender bien el presente y estas películas, en las que se llama a los negros muestras de chocolate, son la mejor crónica.


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