Unos días para recordar. Comentario












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Comentario.

Este film francés de los que llenan las carteleras de los cines en verano, dirigido por Jean Becker, hijo de Jacques Becker, un cineasta que algunos integran en la Nouvelle Vague, por su proximidad a Jean Renoir, bajo cuya égida comenzó su carrera cinematográfica como ayudante, se caracteriza por su carácter fisgón y pretencioso, además de extremadamente superficial, unas calificaciones, todo lo subjetivas que se quiera, que paso a justificar. El propio cartel que encabeza este comentario apoya el veredicto de Javier Ocaña acerca del develamiento de la razón que justifica la historia, tan idiota como el núcleo, un final sorprendente, probablemente lógico, que no responde, sin embargo, a un planteamiento y un desarrollo interesante. No obstante, como el ser humano se caracteriza por su carácter fisgón y entrometido, como hemos dicho antes, los escasos espectadores que había en la sala estaban muy predispuestos a reír cualquier gracia del huraño protagonista de esta increíble historia.


Cuando el 3 de agosto introducía  la ficha técnica  intentaba entender la valoración de esta película por la prensa, muy afín a todo lo que tenga que ver con la mítica Nouvelle Vague y sus protagonistas, una impronta que aquellos realizadores parecen haber dejado en sus propios hijos y su pretensión de hacer cinéma vérité, con escasos recursos, cámara en mano, luz natural y a ser posible al aire libre; la secuencia que incluye los créditos iniciales es un claro homenaje a estos cineastas de la década de los 60, un larguísimo travelling que bordea el Sena y nos muestra los edificios más emblemáticos de París, un formato que recuerda las introducciones de las películas de Truffaut o el recorrido del trío de amigos de 'Al final de la escapada' de Godard. Tras un accidente rápido e inesperado, en el que un hombre cae en el río, sin explicación aparente, la cámara nos introduce en un hospital en el que vamos a estar permanentemente, y, al menos en apariencia, permanece fija, recogiendo las constantes entradas y salidas de campo de personajes variopintos (residentes, personal médico y auxiliar, amigos, familiares y el joven que arriesgó su vida para salvarlo), a veces temblorosa sugiriendo inexperiencia, una idea que nos arrastra a la engañosa escasez de recursos. La diferencia con los cineastas que giraban en torno a Bazin, y en especial Truffaut, quien no sólo nos dejó un cadáver joven, sino un cine fresco, ya que no tuvo tiempo para corromperse, conseguir costosas financiaciones, ni torcer el colmillo, es que estos jóvenes carecían realmente de ellos, pero admiraban el cine que se hacía en Hollywood , a la par que gozaban de la reverencia de los más grandes cineastas americanos, desde entonces hasta hoy, incluido Quentin Tarantino, un gran deudor de Godard.  Vuelvo a recordar, como hago siempre que tengo ocasión, que Truffaut asumió un papel secundario de cierta relevancia en 'Encuentros en la tercer fase' de Steven Spielberg en 1977. La forma de sacarnos de esa terrible habitación que casi todos conocemos, bien por haberla ocupado o por cuidar de un familiar, un lugar en el que nadie se quiere quedar, excepto que no tenga una vida fuera de él, es mediante una serie de flashbacks  a los que no sabemos dotar de significado alguno. Algunos contrapicados exagerados y más de un plano aberrante suenan a guiños a la modernidad.

En el anterior post decíamos que : Ciertos sectores de la crítica española, muy apegados a este gran movimiento europeo que revolucionó las formas de hacer cinematográficas a mediados del siglo XX, se mantienen fieles a algunos de sus principios, tales como la simplicidad técnica, los bajos presupuestos, la mayor libertad narrativa, los rodajes con mayor presencia de escenarios naturales, los sonidos, luz y música emanados de la misma historia, la omnipresencia del autor en cualquier parte del proceso de realización, etc. Cualquier espectador interesado por el cine puede encontrar en muchas críticas, no sólo europeas, estas orientaciones, si sabe leer entre líneas, (...) Javier Ocaña pone en valor la obra de este cineasta, marcada por el humanismo y la exaltación de las cualidades inherentes del ser humano, por la comprensión del mundo a través de una ética del comportamiento inspirada en la belleza del arte y de la naturaleza atemperando así el desconcertante y siempre agitado mundo que nos devora." La mayoría de sus películas, -afirma-, son combates donde una persona a la deriva, normalmente elevada intelectual o profesionalmente, se enfrenta a un elemento exterior, en principio alejado de su estatus, que acaba aportándole calma, inspirándose en un cierto sentido común." Claro que en este film Becker en lo que hace hincapié es en el carácter fisgón de la condición humana, abriendo nuevas ventanas, como Skipe o Youtube en la red social.Todos conocemos el atractivo que tiene colocar una cámara en nuestra casa y mostrar a los usuarios de Youtube nuestras ocupaciones más cotidianas, aunque el producto resultante esté tan carente de poesía como 'Unos días para recordar'.

Compartimos la opinión de Javier Ocaña cuando afirma que "como si no se fiasen del todo del escenario único, Becker y sus coguionistas añaden unos cuantos flashbacks", que adoban, según Alberto Bermejo,  el  "humanismo de estar por casa surgido de las relaciones entre los individuos, con impecable corrección formal y un tono naturalista, en el que sobresalen siempre los actores, como aquí el solvente Gérard Lanvin. El ambiente hospitalario, repleto de reconocibles lugares comunes, es simplemente el decorado por el que desfilan los escasos amigos y familiares del protagonista y los pintorescos desconocidos, con los que aprende a confraternizar." (1) La obsesión de ciertos críticos por el cine de autor y su anclaje en la Nouvelle Vague, empuja a algunos de ellos a buscar referentes en este movimiento que surgió en torno a Bazin, como Fausto Fernández que aprovecha la ocasión para hablar en  Fotogramas de la fascinación que François Truffaut sintió por aquel al que consideraba un maestro, Alfred Hitchcock, cuando afirma que : " de esas cosas trata Unos días para recordar: de saber hallar lo mejor de las personas, de encender en ellas el espíritu de ayuda y de observarlos con humildad y una cierta nostalgia, de cuando las ciudades eran como los pueblos y a nadie se le negaba el saludo. Como si se tratara de un (irónico) guiño a la figura de su progenitor y a la de Alfred Hitchcock, a quien este admiraba (y viceversa), Jean Becker inmoviliza y convierte a Gérard Lanvin en el James Stewart de una hospitalaria y amable ventana indiscreta." (2)

La historia toma cuerpo y vibra unos instantes cuando el joven chapero que salva al protagonista de morir ahogado en el Sena por una estupidez, al ser censurado por ejercer este oficio por este hombre por cuya recuperación se preocupa, recrimina a Pierre (Gérard Lanvin) su ceguera, su incomprensión del mundo en el que vive y en el que sigue funcionando como si la crisis no se hubiera llevado por delante el estado del bienestar, la arquitectura social que levantó la socialdemocracia europea con el apoyo de los trabajadores y sus organizaciones sindicales durante la segunda mitad del siglo XX, el aumento de las tasas universitarias y el rechazo de los homosexuales por sus propios padres. A muchos les parecerá una vulgaridad que una película trate de estos temas, por mucho que detrás de ellos se esconda el sufrimiento y la tragedia del ser humano. Por el contrario, considerarán grandes temas humanos que Pierre y su amigo se pongan hasta las cejas de vino en la habitación de un hospital, sin que nadie se percate de ello, que una niña de catorce años que ha parido a un hijo invada la habitación del sesentón para pedirle su ordenador para subir fotos a facebook, o que una enfermera le cuente sus rollos al paciente, entre otras entradas y salidas de este tenor.  No había mucha gente en la sala, pero los que la ocupaban (cinco o seis) se reían abiertamente mientras algunos nos quedábamos como estatuas de piedra. Bueno, pues ya sabemos lo que se dice del gusto.



(1) Alberto Bermejo.Una convalecencia. Diario 'El Mundo', 30 de julio de 2015.
(2) Fausto Fernández. Para esos que todavía desconfían del ser humano. Fotogramas. Título curiosamente infantil.


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