Éramos pocos y llegaron los aliens. Crítica.





Robbie Pickering



Cartel, ficha técnica, sinopsis, críticas, trailer (Pinchad aquí)

Crítica:

Se desconoce por qué razón fue eliminado un preámbulo muy explicativo que precede a un película, estructurada de forma circular, en la que tras un gran racconto se vuelve en forma de bucle constantemente a los orígenes de la crisis que se desata de manera inesperada en una comunidad que vive en un equilibrio inestable en el que cada cual conoce su lugar.  La razón de la supresión de esta escena con voz en off se vislumbra, sin embargo, clara: dejar que sean los espectadores quienes reconstruyan por si mismos lo que justifica la realización de  este film tan bizarro y gamberro. El protagonista, Dag Parker, deja caer sobre una mesa un cuaderno con el emblema del Instituto (Dillford High School) que lleva pegada una etiqueta que dice who gives a crap !!!  (A quién le importa una mierda?). Poco a poco el protagonista va desgranando sus recuerdos en voz alta:" Alguien dijo que los años que pasó en el Instituto fueron sus mejores años", pero en el interior de las páginas de su libreta se puede leer:  "Dillford apesta. Bienvenido a Dillford desde 1623." Ese alegre capullo no tuvo que pasar cuatro años en el Instituto Dillford, un crisol para los vástagos duros de mi ciudad. Me explicaré. Los vampiros llegaron con la Ley de Integración (en un foto se ve a vampiros y ciudadanos antiguos, en la que se vislumbra una pancarta que pone 'Vampires SUCK' y al pie de foto una leyenda: ¡Que comience la locura!). "Los vampiros molan un montón. ¿Brillan al sol? No, no brillan al puto sol. Eso es ridículo, pero sí que huelen a gente muy vieja y se tiran todo lo que se mueve. Los zombies se dejaron caer en los setenta, sobre todo para colocarse con raciones de sesos, detrás del muro que los mantiene en su lado de la ciudad. Son unos gorrones y conducen muy mal. Pero si me preguntáis, con el collar eléctrico se han pasado. A ver, tienen derechos. No son hombres lobo o algo así. Luego estamos el resto, que nos quedamos atrapados en medio, condenados a seguir el mismo camino que nuestros padres, del Instituto a la fábrica de costillas, produciendo deliciosa carne para las cadenas de comida rápida. Todos estaban a gusto con este espectáculo de bichos raros. Todos menos yo, que imaginaba que nunca iba a ser feliz aquí, hasta que ella vino a vivir al lado... " Y cuando llegó la noche  mágica, llegaron también ellos : los aliens.








Éste en efecto podía haber sido el comienzo de la película que hacia medio-spoiler en toda regla, y decide comenzar con una secuencia que, en principio no tiene demasiada explicación,  una confusión a la que contribuye el doblaje en lenguaje verbal y escrito, y que cobra pleno sentido cuando está a punto de terminar el film. Robbie Pickering, un escritor, actor y director experto en género de terror, que en este momento tiene una nueva película en post-producción (The Devil and the Deep Blue sea), y su guionista Oren Uziel, nos muestran un mundo en el que impera la diversidad racial (vampiros o Sucks, humanos y arrastrados o zombis), separados en ghettos (estos últimos aislados con vallas metálicas) a pesar de lo estrafalario de la convivencia en las aulas y las áreas de esparcimiento del Instituto. Hay pequeños roces sin importancia, como el profesor-vampiro al que le humilla la inteligencia extraordinaria de uno de sus alumnos humanos, casi tan feo como los zombis pero mucho más listo que todos. Este precario equilibrio se rompe cuando llegan los alienígenas, que se dirigen a ellos, tras haber hecho una escabechina, y les hablan con acento alemán, citando a 'un filósofo germano', (cada cual que interprete lo que le de la gana), que han llegado al lugar atraídos por una sustancia química que utiliza el capitalista del pueblo para esconder la mierda que mete en las hamburguesas, un elemento vital para los que vienen de fuera y por el que están dispuestos a matar si hace falta. En este aspecto el film enlaza con las películas de extraterrestres más antiguas y tradicionales, en el sentido de que representan un mundo sin fisuras que llega a nuestro planeta dividido por la ideología, la raza o la condición sexual, aunque la nave no sea el platillo volante sin costuras, sino una réplica de la ideada por Steven Spielberg en 'Encuentros en la tercera fase' (1977), permitiéndose uno de los personajes una broma en torno a la fononimia kodaly, con la que se comunican los hombres y los alienígenas, un sistema de educación musical, una prueba más de que los 'marcianos' están concebidos a nuestra imagen y semejanza. El misterio de los platos voladores era, para el teórico, terrestre, y se suponía que venía de lo desconocido soviético, de ese mundo con intenciones tan poco claras como otro planeta, una  interpretación que aquí se traslada a los alemanes. También cada cual puede sacar sus propias conclusiones.






Nocabe la menor duda de que es una película que no se puede despachar con el simple argumento de que sigue esquemas básicos de Institutos americanos.Es un film estrafalario, bizarro y gamberro, que nos describe como somos, ni más ni menos, y la basura que metemos en nuestro cuerpo cada día, fabricada por hombres que luego aparecen en la lista Forbes, y que no tienen empacho en enlatar mierda, en este caso sesos, para los más desfavorecidos. El sexo y las situaciones ambiguas que dan lugar a equívocos, -como qué significa llegar hasta el final, que aquí es una expresión polisémica-, en las parejas son también objeto de la parodia y la ironía, que no sólo provocarán el disfrute de los más jóvenes, sino de los adultos sin complejos. Por otra parte,  nada ocurre sin que tenga consecuencia, y este pequeño pueblo multicolor extrae una conclusión de lo sucedido: a partir de ese momento se hacen todos vegetarianos. Curiosamente los zombis o arrastrados se hacen más listos cuando llevan varios días sin comer sesos y han superado el 'mono'. Así pues, director y guionista han hecho un repaso desmadrado y alocado del mundo que nos ha tocado vivir.


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