Que dios nos perdone. Comentario.



Ficha técnica,  sinopsis, breve comentario. (Pinchad aquí).


UNA BUDDY MOVIE PARA LOS AMANTES DEL CINE ESPAÑOL


Comentario:


Parto del análisis que realiza Carlos Boyero para el diario 'El País', y aunque sea políticamente incorrecto, lamento decir que el cine español represente, en líneas generales, con la excepción de algunos autores (Almodovar, Amenabar, Bayona, Collet Serra, Jaume Balagueró y unos pocos más), un género en sí mismo, trate el tema que trate, que gusta a unos y decepciona profundamente a otros. Yo me encuentro en el segundo grupo y asisto estupefacta a la satisfacción de un público con pretensiones culturales, que se satisface con cualquier  película en la que brillen por su ausencia los efectos especiales y las bandas sonoras apenas tengan presencia, excepto en los diálogos, aunque aquí reaparece en picos estruendosos, en ocasiones sin demasiada justificación. Dice Boyero que sabe "que existen miles de historias, muchas formas de contarlas y que pueden estar habitadas por personajes que te interesan, o te fascinan, o les entiendes, o te inquietan profundamente en su villanía. Lo que me provoca repelencia es seguirle obligatoriamente la pista a alguien al que no dedicarías ni medio minuto de tu pensamiento, pero sí una instintiva o racionalizada mueca de asco si te tropezaras con él en tu vida. La muy respetable intención del director Rodrigo Sorogoyen en su película Que Dios nos perdone consiste en no poetizar en ningún momento lo sórdido, huir del cliché del cine negro que viene a otorgar un toque romántico a personajes presuntamente complejos, perdedores con alma y sentido de la justicia. En su vocación de realismo descarnado, Sorogoyen presenta a un policía intolerablemente macarra, hiperviolento con el mundo y consigo mismo, un chulo prescindible, imparable en su proceso destructivo y autodestructivo, desagradable hasta la náusea, que en compañía de otro policía muy profesional, pero atormentado por su tartamudez y otros demonios (lo han adivinado, al segundo invariablemente lo interpreta Antonio de la Torre, aquel modélico actor de comedia al que todos los guiones que le ofrecen últimamente le encasillan en gente traumada y sin capacidad ni motivos para sonreír o reír), debe descubrir al implacable monstruo que viola ancianas y después las asesina." (1)

Y ese es el principal problema de un film con grandes pretensiones, ( incluido un cameo de 'Harry  el Ejecutor, dirigida por James Fargo), realizado con una retórica audiovisual pretendidamente grandilocuente, con picados injustificados, grandes angulares, cierto temblor de la cámara apenas perceptible que intenta marcar las distancias con el cine de género hecho con grandes recursos, con el thriller estadounidense, realizado en Hollywood o no, y opta por una especie de cinéma verité descarnado para construir un relato  que evita toda poesía y muestra una realidad sórdida, (pero mucho) que se extiende desde las casas de las ancianas violadas y asesinadas, algunas con claro síndrome de Diógenes, hasta los despachos de la policía, las estancias desde las que dirigen la investigación los inspectores expertos en criminalistica, coartados por unos jefes afectados por una corrupción de tres al cuarto, más ideológica que crematística, que se queda a mitad de camino de  las películas cuyos protagonistas son asesinos en serie, asediados por expertos policías que los van acorralando hasta cogerlos con las manos en la masa. Una historia contextualizada en la visita de Benedicto XVI a Madrid, con el objetivo de dotar de mayor interés y tensión a los movimientos de los policías que persiguen a los sospechosos entre masas de peregrinos que acuden a ver al Papa, pero que apenas sirven de justificación del medio en el que se desenvuelven los agentes, mucho mejor representado por las tertulias de ancianas residentes en el Barrio de Salamanca.

Sorogoyen construye un buddy movie que ha convencido a críticos como Luís Martínez, para quien:" El director lanza su película hasta el extremo de lo civilizado, de lo soportable, hasta el límite de esa línea no necesariamente delgada que separa, de nuevo, la agresividad de la violencia. La idea no es tanto construir un relato ordenado, como una sensación desordenada. Importa la angustia, el sudor, la bilis y, finalmente, el vacío que se abre a los pies de unos tipos condenados a cada paso que dan. Todo duele en una cinta en la que la fealdad más elemental de las paredes sucias y mal enlucidas con gotelé se antoja la perfecta escenificación de un drama humano y, por ello, eterno. Muy cerca del simple desasosiego." (2)

Javier Ocaña hace alguna afirmación muy discutible ya que, más que la ubicación en un momento determinado, el film supone una constante que mantiene una tradición inquebrantable del cine español de mostrar a sus habitantes  como unos pringados y analfabetos funcionales, con independencia de su condición social. Salvo una víctima, las demás viven en el centro de Madrid, disponen de sirvientas, generalmente sudamericanas o rumanas, y gozan poco del cariño de sus hijos, que o las desprecian o están colgados de ellas. Dice el crítico de 'El País que: "El retrato que Rodrigo Sorogoyen ha compuesto de la capital en la tan fascinante como atroz Que Dios nos perdone es descorazonador en lo social. Y muy real para cualquiera que haya vivido aquí y tenga un mínimo sentido de la observación. Una ciudad de desconchones y humedades, de papel pintado roído y persianas rotas, de mugre en las calles y en las entrañas, un universo de pecado que pulula desde el título hasta el interior de buena parte de los personajes. Con un trabajadísimo guion de Isabel Peña y el propio Sorogoyen, que quizá solo provoque dudas en las excesivas explicaciones psicológicas, la película te agarra y no te suelta gracias a un soberbio trabajo de dirección artística y puesta en escena, con una cámara vehemente y muy atractiva de su director, ágil y elegante, utilizando el gran angular con descaro y exactitud." (3)


(1) Al poli bueno no le perdona ni dios. Diario 'El País', 20 de septiembre de 2016.
(2) Festival de San Sebastián: no eran rosas, eran piedras. Diario 'El Mundo', 19 de septiembre de 2016.
(3) Un Madrid apocalíptico, diario 'El País', 28 de octubre de 2016.




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