Reflexión a propósito de Blade Runner del siglo XXI de la mano de Denis Villeneuve.




EL COMENTARIO CONTIENE SPOILER.



Cualquier proyección sobre una de las obras cumbres de Ridley Scott, una representación de nuestro mundo utilizando todos los medios que el hombre se ha dado: la escritura, la imagen, el movimiento la realización de los sueños mediante procedimientos informáticos, etc.,  es objeto de nuestro mayor interés. He de confesar que la primera vez que vi la película me pareció que le sobraban unos cuantos minutos de metraje, pero la segunda cambió mi percepción y tuve que reflexionar por qué me había ocurrido esto, y conseguí entenderlo. Cuando miramos el film de Villeneuve con nostalgia y volvemos la vista a la película de Ridley Scott y esperamos con ansiedad la aparición de Harrison Ford, representando al célebre  Deckard, en la set piece de un relato más emocional que de acción, más humano que bélico, a pesar de las luchas a muerte entre los prototipos retirados, los Nexus 8  y los nuevos replicantes, sentimos que los minutos duran el doble. La segunda vez que vemos el film y conocemos el final podemos disfrutar sin ningún tipo de desasosiego y angustia de toda la oferta discursiva, visual e intelectualmente.

¿Qué nos ofrece pues Villeneuve? A nadie se le escapa que el cineasta canadiense hace su película bien avanzada una quinta parte del siglo XXI,  en el contexto de la primera crisis global y la revolución tecnológica, con un desarrollo imparable de la ciencia y la técnica y un desplazamiento masivo de trabajadores de la industria y los servicios tradicionales que están siendo arrinconados y provocando mucho dolor en las masas. Malos tiempos para la lírica y la filosofía sobre temas como la muerte, que han sido desplazados por otros más perentorios: cómo sobrevivir cada día y llegar a fin de mes, temas para algunos poco poéticos, aunque si ocuparan el lugar del que sufren estas carencias seguidas de humillaciones quizá encontraran una tristeza tan grande que los haría llorar. ¿Hay posibilidad de hacer poemas en medio de la entropía y el desamparo?

Villeneuve nos ofrece la imagen de un mundo muy desarrollado, impoluto, dominado por una aparente racionalidad clásica, que no desprecia la vuelta a la sociedad esclavista con una condición: que los esclavos sean creados, no reproducidos por el modo humano habitual en que lo hacen los hombres, aunque el cacique mundial, interpretado por Jared Leto, busca la utopía: la posibilidad de que los replicantes se reproduzcan  por sí mismos constituyendo una clase sumisa independiente de aquellos hombres y mujeres que tienen 'alma', con los que jamás se podrán integrar, ofreciendo una única alternativa fácil de entender. Frente a este mundo altamente tecnológico, avanzado y muy limpio, los nuevos prototipos de Blade Runner, cada vez más resistentes y duraderos, más perfectos, realizan trabajos más duros y peor recompensados, encargos que los Nexus 8 no aceptaban. Mientras avanzan los medios de producción, el holograma perfecto sustituye al anuncio de neón (por cierto SONY se hace un cameo impresionante), la mujer real por la virtual con sentimientos a la que se puede materializar con un mando a distancia, el  replicante está cada vez en situación más precaria. Apenas hay una imagen o dos de Ryan Gosling en las que aparezca con la cara y el cuerpo limpios, sin sangre ni hinchazones y perdidas todas las esperanzas y el sueño de progresar. Lo único que le queda a K es su propia supervivencia, que, con un sentido más humano que el de los que declaran tales (al fin y a la postre están hecho de la misma materia orgánica que el resto de los hombres), es capaz de sacrificar por los demás lo único que tiene. Al menos en la pantalla se dan las condiciones para que un 'esclavo' dé este paso.

Esta película desvela a Villeneuve como a un hombre que no vive de espaldas a su tiempo, que sabe lo que ocurre en las cloacas del estado, en los talleres clandestinos donde industrias con implantación global explotan a los niños, mientras en el mundo occidental los poderosos exhiben a los replicantes, y el cineasta hace esta denuncia con un lenguaje de su tiempo, el propio del género indie, que bajo su batuta se torna profundo, en un relato en el que cada plano significa algo, contiene información y en el que el color naranja no es solo un tono que dota de calidez a la historia, sino que rememora otros mundos a los que hacen alusión cineastas como Neil Blomkamp o George Miller, una herencia de Lucas, que ubica a los rebeldes en un universo marginal en el que sí se crean las condiciones para rebelarse contra un poder que los oprime. Lucas hizo lo que tocaba en un momento de relativa seguridad y nos habló de grandes temas como el resentimiento, el paso del hombre al lado oscuro, las heridas que no cicatrizan y dejan como herencia hombres tullidos, el poder y la muerte, para dar paso a un joven cineasta que ha aparcado los grandes temas filosóficos y ha descendido al terreno de las consecuencias socio-económicas de una revolución tecnológica que al fin tiene las mismas consecuencias: la humillación, el dolor, el resentimiento, la depauperación y al fin la revolución y la guerra en un mundo en el que unos pocos, muchos menos de los que algunos creen, controlan todos los recursos. Un humano como la Teniente Joshi, interpretada por Robin Wright., se siente casi tan amenazada como sus replicantes. ¿Es la resignación lo que invade al fin a K, o no?






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