El gran showman, Crítica.




UN HOMENAJE A LA HUMANIDAD Y A LA DIVERSIDAD EN UN MUSICAL INSPIRADO POR JACKMAN Y ESCRITO PARA SER EXHIBIDO EN LAS PANTALLAS.



Ficha técnica, sinopsis, fotografías, cartel  y trailer (Pinchad aquí).



Desde que  el film comienza a dar sus primeros pasos el público entiende que la crítica va a estar muy presente en el mismo; el vigilante del ars gratia artis, el lema de MGM que defiende 'el arte por el arte',  ignorando que, como decía Arnold Hauser en su 'Historia social de la literatura y el arte', que marcó a más de una generación,  desde las pinturas rupestres hasta hoy el arte ha tenido una función, sin la cual no puede ser considerado una manifestación sublime del alma humana. El australiano Michael Graecy va a ser fiel al lema que rige su obra: "Cada uno de nosotros es especial  y nadie es como otra persona". Al  final, el vigilante y el guardián de las esencias del arte, James Gordon Bennett (Paul Sparks)  acaba reconociendo a Phineas Taylor Barnum (Hugh Jackman) que jamás reconocerá que su empresa se pueda considerar una manifestación artística, pero sí un homenaje a la humanidad. No era consciente de que le estaba construyendo una elevadísima peana. Es un momento excelente para recordar a aquel crítico, aquel chupa-sangre, de nombre Ego, que imaginó Brad Bird durmiendo cada noche en un sarcófago.

Tras un largo preámbulo en el que muestra los antecedentes de la pareja protagonista  y profundiza en el personaje de los que van a llevar las bridas de la historia, el australiano Michael Graecy  está preparado para dar el gran salto, en forma de elipsis temporal, y situarnos ante Phineas y Charity adultos y a punto de formar una pareja con más proyectos que recursos materiales, que nos recuerda que  la propia vida, que derrochamos cada día con infinidad de prejuicios que dan lugar a los más variados resentimientos, puede ser el espectáculo más emocionante y gratificante de todos, que no precisa de grandes palacios ni residencias y que puede representarse bajo la modesta carpa multicolor de un circo. La presencia del guionista Bill Condon  (Chicago) y  el productor James Mangold contribuyen a la diversidad del espectáculo en el que todo se sugiere más que se concluye de forma definitiva; lo importante es la  representación de la diversidad que inspira el discurso del cineasta australiano. 'Un café instantáneo, de felicidad soluble'  lo llama Federico Marín Bellón (ABC).




Gracey mezcla deliberadamente los arquetipos que han conmovido al mundo desde que Tod Browning lanzara en 1932, en el comienzo del cine sonoro, su Freaks, su 'Parada de los monstruos', un espectáculo que consistía en mostrar rarezas humanas para divertimento de otros monstruos que se consideraban normales. En su parada, el director busca el mestizaje de capacidades humanas que forman un todo uniforme, igual, con matices, que va desde la elección de los personajes que van a protagonizar su opera prima hasta la mezcla de canciones originales de los ganadores de los Oscars de 2016  Benj Pasek y Justin Paul con bandas sonoras que evocan grandes musicales como Chicago de Rob Marshall, 'El fantasma de la ópera' o 'Los Miserables', incluyendo incluso coreografías que rinden homenaje al famoso Thriller de Michael Jackson, de tal forma que logra crear una gran familia entre un público de diferentes edades, al que deja contento, aplaudiendo, porque, entre otras cosas, la gente desea, en esta pequeña  tregua de fin de año, dejarse arrastrar por un poco de magia.




Como señalaba en el comentario de las notas de producción dos cuestiones dominan el espíritu que anima estos apuntes del equipo: la posibilidad de hacer realidad los sueños, que en Estados Unidos se bautizó con el nombre del "sueño americano", hoy en quiebra, como los hombres que lo sustentaron, y la necesidad de que el luchador se rodee de una 'familia por  elección', es decir de todos aquellos que creen en él y están dispuestos a luchar con él, a los que, a su vez el que arriesga dotará de. una visibilidad que no hubieran obtenido  los demás al margen de sus proyectos.





Como también dije entonces, el director considera a Barnum un pionero de los visionarios y empresarios actuales que han revolucionado la vida social; el Steve Jobs o Jay-Z de su época, colocando en su centro  la convicción del  impulsor del nuevo espectáculo la creencia de que el monótono trabajo de la vida cotidiana es algo que se puede convertir en un reino de prodigios, curiosidad y la dicha de ser orgullosamente diferente. El circo, una forma democrática de entender el entretenimiento, según el productor Jenno Topping, fue en realidad un predecesor del cine en esta función, cuyos antecedentes, en forma  parecida a lo que se denominó linterna mágica se nos muestran; una nueva forma de representación a la que Noël Burch llamó en 'El tragaluz del infinito' el espectáculo de los pobres frente al teatro y otras formas artísticas, como la ópera, el ballet o los conciertos, accesibles únicamente para la clase alta, y que, ahora, por primera vez, goza de un musical escrito directamente para la gran pantalla. Pero Barnum es un hombre entre dos mundos, por lo que dota a sus hijas de una educación clásica, que comprende la formación en esas artes en las que milita la élite, como el ballet, dejando al frente de su negocio a un hombre pudiente como Phillip Carlyle (Zac Efron); la última imagen nos muestra al empresario en una representación clásica en la que su niña es la primera bailarina. A pesar de todo Jackman idealiza al hombre y llega a afirmar que con él comienzan los Estados Unidos actuales.



Este es el espíritu con el que hay que ver el film que dirige Michael Gracey,  y así lo manifiesta el generalmente intransigente crítico del diario 'El País', que mantiene una postura muy similar al Ego de Brad Bird, o al James Gordon Bennett ,respecto al fundador del Baley & Circus, cuando afirma en la entradilla de su escrito para el periódico, 'El fabuloso mundo del musical', que : "El filme acaba siendo un imponente objeto 'kitsch' dotado con un gratificante poder de seducción si uno se entrega a sus barrocos encantos."  Más que encandilar  al público con coreografías musicales  o espectáculos brillantes, el equipo de producción se sirve de  cualquier elemento, ya sea la música, la conjunción brillante de personas y animales exóticos, martillos, sábanas y cualquier otro instrumento más  o menos corriente para llamar al público al espectáculo, como hace aquel hombre con una pelota atada a una raqueta que nos incitaba a entrar en el museo de cera de 'André de Toth (1953), un lugar siniestro en la apariencia y en la realidad cinematográfica, muy diferente al espectáculo que nos ofrece 'The Greatest Showman', un espectáculo con el que inicia su curriculum profesional  este empresario cirquense.






El film aborda en el fondo el tema de las segundas oportunidades, al menos en este biopic, hagiográfico para algunos, que muestran el grado del cinismo de una sociedad incapaz de creer que un niño puede crecer admirando a sus propios héroes. Desde el inicio de la película queda bastante claro que lo que lleva a Barnum a concebir esta nueva versión de 'la parada de los monstruos' es el resentimiento y la necesidad de ascender de escala social, aunque sea trepando por las espaldas de los más débiles, que irrumpen de forma tumultuaria (un palabro que ciertos periodistas han puesto de moda) en una fiesta a la que no han sido invitados, por pobres y por deformes, dejándolos solos frente al desprecio de los ricos y la agresividad de esos sectores a los que Marx definió como el lumpen  proletariado y que acabarán vengándose del propio empresario. La ruina que le causan estos grupos discriminadores le hará entender lo equivocado del negocio, y emprenderá una nueva etapa en la que el edificio sólido, aunque no invulnerable, como ha quedado demostrado, es sustituido por la carpa, más barata, ligera y susceptible de ser trasladada de un lugar a otro, un descubrimiento que protagoniza uno de los momentos más emocionantes del film  y que da forma al circo como lo entendemos hoy.










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