Nana. Dan Wolman.



Ficha técnica:


Título original: Nana.
País: Italia.
Año: 1983.
Duración: 92 minutos.

Dirección: Dan Wolman (Maid in Sweden, 1971; Baby Love; Cacao a bordo, 1985)
Guión:  Marc Behm, basada en la novela de Emile Zola (Affaire Dreyffus).
Director de Fotografía: Armando Nannuzzi.
Música, compuesta y dirigida por: Ennio Morricone.
Edición: Ursula West.
Dirección artística: Amedeo Mellone.

Maquillaje: Otello Sisi.
Peluquería: Corrado Cristofori.

Productores: Menahem Golan y Yoram Golus.
Productor ejecutivo: Alexander Hacohen.
Compañía productora: The Cannon Group Inc., Golan-Globus Production



Intérpretes:


Katya Berger:Nana,
Jea Pierre Aumont: Conde Muffat,
Yehuda Feroni: Steiner
Mandy Rice-Davies: Sabine,
Massimo Serato: Faucherie,
Debra Berger: Satin,
Shirin Taylor: Zoe,
Annie Belle Rennee,
Paul Muller: Xavier,
Marcus Bersford: Hector Muffat,
Robert Bridges: Fontan,
Tom Felleghy:  George Meliés.


Sinopsis:


París, una joven ingenua llamada Nana (Katya Berger ) llega a un club de jugadores. Ella es cándida e inocente, pero aprende rápido, y comienza a usar sus dotes seductoras para conseguir sus propósitos. Primero como actriz de películas eroticas dirigidas por George Meliés (Tom Felleghy) para, progresivamente, ir convirtiéndose en la cortesana más famosa de París, trabajando en el piso que le ha comprado Steiner (Yehuda Efroni) un rico banquero de nombre judío. No tardará en deshacerse del opulento acompañante, y se irá a vivir con su vecino, que es conde, atractivo y de rectos valores. Ella terminará por arruinarlo económicamente,destruir su matrimonio y seducir a su hijo en el mismo día de su boda.


Crítica.


En su momento apenas se dijo nada de un film que denunciaba con gran agresividad, espíritu cáustico y grandes dosis de ironía, que permitía la entrada de los clientes más voyeurs (incluso había agujeros en las paredes para observar a las mujeres que trabajan en las casas de mala nota, en los prostíbulos ubicados en París a caballo del siglo XVIII y XIX) al paraíso del erotismo y lo conducía a la intimidad de la ayudante de George Meliés, un hombre que pertenecía al mundo del espectáculo y que introducía en estos salones el cinematógrafo más primitivo, que se alumbraba con velas. Ella es Nana, una chica, encarnada (nunca mejor dicho) por Katya Berger, que apenas había cumplido la edad que le permitía exhibirse desnuda sin riesgo para sus promotores y que se refocilaba con su propia hermana, Debra berger, dos jóvenes de gran belleza, dotadas, de forma indiscutible de la tobe - looked - at - ness, ( un concepto al que las top critics feministas han llamado sermiradaidad) que provoca la pulsión escópica en quien la observa . Katy Berger es tan joven, que le han maquillado intensamente las cejas para dar la impresión poco favorecedora de unos arcos muy poblados, salvajes, que necesitan ser depilados.




Dicho esto, es preciso, para evitar confusiones, denunciar, no ya la pésima información de la sinopsis, sino la orientación engañosa de ésta para el público lector. Nana da la apariencia de ingenua e inocente, pero no lo es.  No sólo sabe desplumar a cualquier hombre de edad que se acerca libidinoso y baboso a ella con las más claras intenciones, sino que lleva una doble vida, la de una especie de Robin Hood femenino que desvalija a los ricos para mejorar la vida de su amante pobre, del que en el film no se desvela la identidad, ni se le muestra nunca abiertamente. El Conde Muffat y su hijo Héctor serán objeto de su más cruel y justiciera burla. Pero no nos podemos confundir, Wolman, basándose en Zola no busca el solaz de su público, y quien defendió a costa de su vida y su prestigio a Dreyffus, castiga al único judio del relato, el banquero Steiner, y advierte a los espectadores que estos personajes son como el Ave Fenix, que siempre renacen de sus cenizas. El arruinado Muffat acabará desempeñando el cargo de ministro de economía; su hijo no correrá, con toda probabilidad, una suerte diferente, aunque el film se despreocupa de él, tras ser, primero provocado, y, al fin, despechado públicamente.




Desde los primeros pasos del film vemos como el propietario de 'El Minotauro' es un hombre rastrero, fuerte con los débiles, unos pequeños burgueses a los que tira a patadas de su antro, y débil con los fuertes a los que favorece, como una burda celestina, el contacto con las chicas del salón. Poco a poco Dan Wolman irá mostrando cómo se van gestando los prejuicios a través de generaciones, y como es la clase dominante a la que imitan los pobres, incluidos los  más lumpen, los que los van generando: la potencia sexual y la enormidad del pene de los negros, la pasión que arde en las mujeres que se prostituyen, que se dejan cazar en monterías (nunca mejor dicho), preparadas con todo el ritual de estas fiestas que tienen como víctimas a diferentes tipos de animales, y que en este caso los hombres, vestidos al uso y montados en sus caballos a los que acompañan sus perros, persiguen a mujeres desnudas con la esperanza de una recompensa segura. De este modo el film va sumando las denuncias que en su momento hicieron Gustave Flaubert, Emile Zola o, años más tarde, Marcel Proust, y que tendrían su réplica en el cine de Paolo Passolini, Walerian Borowczyk o el Buñuel más duro, que se mofaba del discreto encanto de la burguesía, sin descender de tal modo a los infiernos. En el largo camino de la hominización, hace cien años el hombre se comportaba como un simio.




Kathya y Debra Berger

Muchos de los que colaboraron en el Spaghetti Western se reunieron en este film; William Berger, padrastro de Kathya y Debra, un veterano actor de este género italiano, quien favoreció la llegada de sus hijas a la gran pantalla en esta escabrosa película, Ennio Morricone que realiza el score original del film y el leitmotif de Nana...; otros han trabajado con cineastas italianos como el director de fotografía  Armando Nannuzzi. Todos ellos consiguen aguijonear y molestar a aquellos que disfrutan del cine erótico con chicas estupendas, (ellos vestidos de los pies a la cabeza, como los hombres de  ' El desayuno en la hierba' de Manet, , excepto alguno que se ve a través de uno de los agujeros dispuestos en las paredes destinados a los voyeurs; ellas siempre desnudas, al meno  de la cintura a la cabeza). Todos son espoleados con la crítica más ácida de una clase dominante parisina que carecía de la más elemental idea de la decencia y que sólo se movía por cálculos de lo que convenía a su clase, hasta que la pasión malsana los arrastraba por el barro y los destruía. Las mujeres del viejo saloon del oeste cumplieron la misión de dar hijos a los pioneros que se desplazaban solos, sin familia; éstas, en una sociedad más vieja, tienen una función inversa: destruir los núcleos familiares creados por intereses. El mito de Nana se evapora tan fantásticamente como aparece de la mano de Meliés, pero en la cesta de su globo esconde su verdadera burla a la sociedad que ha esquilmado. El banquero judío no le regala un piso, le regala una casa en el centro de la zona residencial de la alta burguesía; es diferente e indica en manos de quien deposita la gente sus intereses.






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