The Grandmaster. Wong Kar-Wai. Crítica.





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Crítica.


1936, Foshan, Sur de China. Ip Man, interpretado por Tony Leung advierte a su público expectante, dentro y fuera de la pantalla: " Kung Fu, horizontal y vertical, equivócate y caerás". Tras estas palabras soberbias y provocativas se incia una secuencia esteticista y preciosiste, más propia de Zhang Yimou, en el que dos guerreros ingrávidos y gentiles, como las pompas de jabón de Juan Manuel Serrat, se enfrentan y pelean a cámara lenta, una noche lluviosa, con el asfalto mojado. Cada gota de agua tiene una trayectoria muy definida y se dirige sin vacilar a su destino, impulsada por la acción de los combatientes. Esta opción estética, de una poética sensiblera, aleja a Wong Kar Wai del cine de sus primeros años, muy influenciado por la Nouvelle Vague, y lo aproxima a cineastas orientales como Yimou o Chen Caige, aunque mantiene el gusto por la imagen poco nitida, que permite al espectador observar la intimidad de sus actores a través de un fino velo transparente.Por otra parte la carga de profundidad del hongkonés en su búsqueda proustiana del tiempo perdido es mucho mayor que la de sus compatriotas, una auténtica vuelta atrás nostálgica, en la que se persigue la democratización de las artes marciales que practicaban los señores feudales.

Las imágenes se suceden, fragmentando a los personajes a los que transforma en iconos de una época, ora mostrando primerísimos planos de sus rostros en fechas señaladas (bodas, nacimiento de hijos), sus pechos e incluso los pies de las mujeres que se vendan para que adquieran ese aire lento y pausado al andar, y que hace que los dedos se les hundan y les produzcan heridas profundas en sus plantas. Son los pies de las prostitutas de los burdeles, donde se reunían los hombres y hacían su vida social; entre ellos el más glamurosos y elegante era la Casa de la República, al que los clientes llamaban el Pabellón de oro por el color de sus paredes, que simulaban este metal precioso, el primero en incorporar un ascensor, una especie de club social para los expertos en artes marciales, que lo consideraban su campo de batalla; Gong,  el director de la Sociedad Norteña de Artes Marciales,en la que se unieron las escuelas de Tongbei, Puño de Acero, Tai Chi, Yan Quing y otras escuelas menores, el unificador de estilos de lucha Bagua y Xingyi, y el que trajo al sur a los maestros del norte, fundando en 1929 la Academia de Artes Marciales del Sur, decide retirarse y buscar un sustituto, Ma San, y para despedirse desea organizar un combate entre el mejor combatiente del Norte y el del Sur, que tiene que ser elegido entre las escuelas sureñas de Hung, Lau, Choy, Lee y Mok. Mientras los hombres  se provocan, las mujeres miran tan pasivas como las que pueblan  los cuadros de Ingres, aunque algo más vestidas.

A partir de este momento comienza una exhibición de las habilidades marciales masculinas, tanto en la guerra a causa de los intentos de secesión de las provincias del sur que lleva consigo  la ley marcial, como en la paz, en la competición de hombres procedentes de ambas zonas en conflicto. Pero la hija de Gong, a la que  el padre lleva al burdel, (algo que escandaliza a la joven, a lo que el responde: ¿Si no ves algo no existe?) es una excepción, una joven guerrera, instruida y desposada. Y lo cierto es que cada uno ve lo que quiere ver: uno tras otro u otra (no sólo Gong), comienzan exhibiciones de todos los tipos de lucha citados y la forma que tiene el líder de hacerles frente, domeñando el tiempo y adaptándolo a las necesidades expresivas del director, que las ralentiza o acelera, para mostrar maniobras ofensivas y defensivas a su antojo. Un verdadero torro, a no ser que se disfrute con este tipo de exhibiciones y el abuso de cámaras lentas.

Otra cuestión que mueve pasiones es la defensa de la unidad indisoluble de los territorios  y los sentimientos nacionalistas de todo signo que genera, ya entre quienes luchan por la secesión  de sus pueblos del país,  ya entre quienes están dispuestos a todo para evitar la fragmentación del suelo patrio, simbolizado por un pan sin levadura que Gon ofrece a Ip, para ver si es capaz de romperlo. Pero esta historia, una lucha entre caballeros se inscribe en  una guerra mucho más amplia, la Guerra civil china (1927 a 1950), también conocida como Segunda Revolución, en la que se enfrentaron el gobierno del Partido Nacionalista o Kuomintang de Chiang Kai-shek con los rebeldes del Partido Comunista dirigido por Mao Zedong hasta la victoria definitiva de éstos, que implantaron un régimen comunista hasta que en 1978 Deng Xiaoping impuso una economía de mercado, un capitalismo de estado que hoy está en pleno auge económico, aplaudido por grandes magnates occidentales como Bill Gates. Pero lo que nos muestra Wong Kar Wai es a los señores feudales de la guerra, en un tiempo nuevo en el que el asesinato se castiga con la pena de muerte, aunque en la clandestinidad se lucha por los legados de las grandes familias nobles, patrimonio que muchos se atribuyen en la intimidad; hay cosas que ninguna ley puede evitar y que Wong Kar-Wai se encarga de embellecer, utilizando de nuevo el tiempo  para poner de relieve sentimientos ancestrales como la sed de venganza,  un plato que se sirve frío, que necesita su tiempo : la lucha en una estación en la que Er espera a su rival Ma San, un decurso que va marcando un reloj presente en todas  sus películas, mientras impone de nuevo las cámaras lentas es el paradigma. Hubo algo que Man San no supo aprender del maestro:  volver la vista atrás. La cuestión es si es compatible mantener las esencias del espíritu aristocrático como propias de todo un pueblo y adaptarse a los nuevos tiempos. No todos los burdeles eran como los que representa, idealizados, el cineasta, más bien al contrario, los barrios bajos en los que se ejercía la prostitución y se sodomizaba a menores se llamaron chinos a escala mundial.

Como es habitual, el cineasta de Hong Kong, el escultor del tiempo, emplea tres fotos fijas, para concentrar una serie de acontecimientos de la máxima trascendencia, pero se deleita en la representación de los movimientos que aproximan en plena lucha los rostros de  Er  e Ip, suspendidos en el espacio sin prisa, mostrando en esos movimientos ralentizados la intensidad de los sentimientos que están comenzado a anidar en sus corazones; en el forcejeo el amor vence a Tanatos, y la desolación y la muerte apenas ocupan unos cuanto fotogramas. Los valores de la aristocracia, su dominio de la espada, deben prevalecer a pesar de las circunstancias, pero entre sus cualidades también ocupa un lugar la deslealtad, la traición o la sumisión al poderoso extranjero y como consecuencia los deseos de venganza. Wong Kar-Wai se aleja de las formas occidentales de la Nouvelle Vague y a la par lo hace del espíritu demócrata que inspiró a Godard o a Truffaut y se convierte en el cantor de los valores feudales de su China natal. ¿Se encarga Kar-Wai de mantener viva la llama con sus películas? La maestría tiene tres etapas: ser, conocer y hacer, recuerda Er en una calle llena de escuelas de artes marciales en ruinas; a los antiguos nobles sólo les queda desfallecer en los locales de fumadores de opio, añorantes del sonido más habitual que les acompañó desde niños: el de los huesos rompiéndose. Ese era su código de honor: vencer en todos los combates. Ip Man se repliega a Hong Kong, cuando se cierran las fronteras con China, tras ser fichado como anti-comunista. Nunca volvio a Foshan; lo que le mantuvo en pie fue, como a Er, el código de las artes marciales, que ahora afirma que existe para todos y que se resume en dos conceptos: horizontal y Vertical.

 Un auténtico artista marcial no vive para, sencillamente vive. Bruce Lee. ¿Es así como lo entienden los occidentales amantes del Kung-Fu. como Quentin Tarantino, o un signo de los viejos tiempos ? Tras los títulos de crédito Ip pronuncia unas oscuras palabras: "Podemos aprender el uno del otro, estoy seguro, pero los puños y los pies trabajan; el destino es de los dioses. ¿No os parece?" Si uno mata a otro es que sencillamente se le ha ido la mano, puede alguien llegar a pensar y más de uno se ha atrevido a formular en voz alta.. Levantando la cabeza apela al espectador: "¿ Cuál es tu estilo?"




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