Comer, beber, amar. Crítica.









Ficha técnica, sinopsis, premios, cartel y trailer (Pinchad aquí)



Crítica:


Ang Lee, cineasta taiwanés que navega entre la modernidad y la tradición, una actitud que tiene fiel reflejo en sus obras, generalmente en tono de comedia con sabor agriculce, sienta a personajes y espectadores en torno  a una mesa repleta de ricos manjares a cuya cuidadosa y costosa elaboración hemos asistido. Chu, responsable de una familia monoparental, tras la muerte de su esposa, se comporta como lo haría cualquier padre de una zona económicamente avanzada: procurar la mejor educación para sus hijas, con el fin de que, desaparecido él de este mundo, fueran autosuficientes. Pero como ocurre con frecuencia, y refleja muy bien Luca Guadagnino en 'Call Me by Your Name', desde que los descendientes de cualquier cabeza de familia apenas levantan un palmo del suelo, les comienzan a confeccionar unas alas como las que hizo Dédalo a su hijo Icaro, para que vuelen lo más alto posible, sin contar con sus inclinaciones, su consentimientos, ni los riesgos que entraña esta decisión.Es habitual escuchar ocasionalmente a cualquier madre hablar con orgullo de las vacaciones que ha concebido para sus retoños, que incluyen cursos de idiomas en el extranjero o, durante el curso, su inscripción en actividades extraescolares que les restan tiempo de ocio, olvidando que, cuando el pre-adolescente se encierra en su cuarto se dedica a practicar las nuevas tecnologías chateando con sus amigos.

Este es el problema de Chu, al que Ang Lee sienta en torno a una mesa occidental. Este hombre aparta a las jóvenes de los pucheros, entre los que han convivido desde niñas, las lleva a la Universidad o, la más rebelde, apuesta por trabajos precarios que le permitan una rápida independencia personal. Cuando Chieng consigue un puesto de ejecutiva en Amsterdam, ya había descubierto que lo suyo era la cocina, lo único que la absorbía como a su padre que, no obstante, había previsto para ella el futuro más brillante, sin contar con su opinión. Tras ensimismarse en el relato de las costumbres ancestrales de la China milenaria, Ang Lee resuelve precipitadamente esta historia, dejando que sea el espectador quien ate algunos cabos que parecen quedar sueltos, pero sin perder de vista que Chu ya no tiene toda la vida por delante, aunque se cuide, haga footing o reciba masajes orientales, y que cada uno de ellos debe iniciar el propio camino, el que quiera o el que pueda. El viejo cocinero no ha conocido la soledad y no está dispuesto a pasar sus últimos días sin cariño y protección. Muy de pasada se habla del desarrollismo de Taipei y de la oportunidad de invertir en ladrillo, un mal universal.

El film fue bien recibido en occidente y recibió algunos de los máximos galardones que se otorgan en sus certámenes. Esta semana lo podéis adquirir en los quioscos de prensa, junto con algún periódico.



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