El rey de New York. Crítica






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Impresionante Christopher Walken, un actor de un hieratismo nunca visto desde el protagonismo de Alain Delon en el cine polar francés.



Ficha técnica, sinopsis, lo que se dice, cartel  (Pinchad aquí)


Crítica:


Hace alguna semana un periódico español acompañó su edición impresa de este thriller policíaco  de 1990, realizado cuando emergía Quentin Tarantino, una película que hiela la sangre y te ata (hoy) a la butaca delante del televisor, disfrutando de él como entretenimiento doméstico. De origen italiano, Ferrara nació en el Bronx (una buena escuela de lo que es o no debe ser un individuo social y  dudosamente socializado), y recibió la educación que estas calles proporcionaban a un muchacho nacido en el seno de una familia numerosa. En el país que sueña que un vendedor de periódicos puede llegar a la presidencia del gobierno, hasta que las masas decidieron hacer entrega del poder a un multimillonario como Donald Trump, muchos cineastas comenzaron, siendo muy jóvenes, a filmar pequeñas historias con su cámara de 8 mm. (hablamos de un hombre que nació en 1952, y que tiene ya 67 años), y trabó una sólida amistad a edad temprana con  Nicholas St. Jhons, el que sería su guionista oficial, aunque ambos inician su camino al margen de la sociedad plenamente integrada en el sistema, a la que hoy miran con complacencia los indies, en el mundo de la música, que pronto abandonarán para dedicarse al cine. No son pocos los que han seguido esta trayectoria vital.


Abel Ferrara y Harvey Keitel


Alex Aguilera lo incluye en su lista de  'Directores del género fantástico'  1904-2004*, no así Noël Simsolo en su estudio del 'Cine negro', en el que sí dedica casi un capítulo a Quentin Tarantino, mucho más ortodoxo, a pesar de las apariencias, que el enfant terrible que nos ocupa. Como dice Aguilera, Abel Ferrara no deja indiferente a casi nadie, e incluso algún crítico francés afirma que parecía realizar sus films con el filo de una navaja. En octubre de 2016, Marc Muñoz hacía una entrevista al cineasta para el diario 'El País', que introducía defendiéndolo como un hombre "polémico, sin pelos en la lengua, imprevisible, drogadicto, bebedor de la escuela Fante... La trayectoria vital de Abel Ferrara, director y guionista de cine estadounidense, le ha sufragado una apropiada etiqueta de “enfant terrible”, mientras en paralelo conseguía levantar una carrera de cineasta independiente, iconoclasta, insobornable, crudo, con esa imagen de “outsider” palpable desde su propia imagen personal (...) Un hombre que "a sus 65 años parece haber dejado de alimentar su leyenda negra, aparcando los excesos para abrazar una nueva espiritualidad que lo ha llevado a convertirse al budismo. Alejado también de la viciosa Nueva York – ahora vive instalado en Roma, en la misma plaza que su nuevo actor fetiche, Willem Dafoe -, Ferrara sigue indagando en los impulsos humanos más tenebrosos y retorcidos – Pasolini fue su última incursión -, aunque desde una perspectiva menos apocalíptica." **




Desde el primer momento de su carrera, Abel Ferrara ha querido mostrar el tipo de sociedad en que se encuentra, recurriendo con frecuencia al interior de iglesias, como si intentara representar un descenso a los infiernos de sus personajes, hombres y mujeres alienados, autodestructivos, debido a un entorno hostil que recrea de mil formas diferentes ( ruido, oscuridad, luces de neón...). A ello añade la corrupción policial ( Teniente corrupto, objeto de un remake de Werner Herzog), la crónica negra de su ciudad natal, y, en última instancia el sentimiento de culpa (no es el caso de 'El rey de New York') y la posterior redención. "Su relectura de la sociedad actual lo lleva a capitular que la maldad ha creado enfermedades como el SIDA y ésta a su vez nos ha redimido, convirtiéndonos en seres eternos, vampiros en definitiva. Una sugerente parábola para su film más bien estructurado y comedido: The Addiction'.***, película filmada en blanco y negro y protagonizada por su actor fetiche, Christopher Walken.





Ya en 'El Rey de New York', Frank White, 'el rey de la droga', interpretado por Walken, que ha pasado veinte años en la cárcel y ha pagado sus deudas con la sociedad, se integra de nuevo a la vida urbana animado por un espíritu mesiánico, esperando que la policía, comandada por Roy Bishop (Victor Argo), le de una tregua, algo imposible en un equipo integrado por unos policías dispuestos a saltarse la ley para acabar con un negocio que mueve cientos de billones de dólares al año, conscientes a medias de lo poco que pesa un funcionario que gana 36.000 euros al año y cuya única función es detener a delincuentes y ponerlos bajo la custodia de unos jueces, que no siempre están tan limpios como debieran. El objetivo de Frank es dedicar una buena parte de sus ganancias a construir un hospital que se ocupe de la salud de los vecinos de Harlem, animado por el deseo de dejar un legado a la sociedad, ajeno a una vida dedicada a la delincuencia.




Con independencia de alguna fiesta social, en especial una boda de un miembro de la policía, que humaniza a los agentes, el resto del film es de una dureza sin paliativos.  Ferrara hace ostensible su espíritu rebelde e independiente, no parece interesado en marcar muchas diferencias éticas y morales entre los que  están al margen de la ley y los que dicen defenderla, al menos teóricamente. Unos se mueven por algo tan pragmático como el dinero, y los otros por el resentimiento derivado de la percepicón de que la sociedad los ignora y desprecia los riesgos que corren por unos cuantos billetes. El propio Bishop vive humildemente y tiene una apariencia de hombre corriente que lo aproxima a más de un gángster que se supone que vive en la abundancia. Frank vuelve con la intención de convertirse en el rey del hampa y someter a los demás hampones a su poder omnimodo y marca la diferencia desde las primeras secuencias, concretamente aquella en la que practica el sexo con su atractiva abogada en el metro, un medio de transporte que frecuenta, despreciando el peligro que conlleva ser el hombre más temido y odiado de la ciudad; este hábito no le resultará gratis. La batalla de todos contra todos va a ser dura.




A medida que el metraje avanza crece la tensión hasta culminar en la secuencia final de  una belleza extraordinaria, en la que vemos a Christopher Walken caminando pausado, consciente de que lo persigue toda la policía de la ciudad, hasta conseguir introducirse en un taxi, atrapado en un atasco, tomado por una grúa, en un plano casi cenital, que nos dará la clave de la resolución de la trama. Una secuencia que sólo podía haber sido protagonizada con tal dignidad por un extraordinario Christopher Walken. Un broche final de excepción para un thriller bien ejecutado, con garra aunque austero, y contenido en las formas, a pesar de estar dominado por los tiroteos, y que llega a su climax, su set piece, en la última secuencia.





* 'Directores del género fantástico'  1904-2004, pág. 140, Editorial 2001
** Abel Ferrara:"La corrección política es fruto de una especie de censura". El País, sección 'Tentacions, 22 de octubre de 2016
*** Directores del género fantástico  194-2004. Opus cit.

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