La Gaviota. Crítica




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LA DIFICULTAD DE APRENDER A SUFRIR




CRITICA:

La ausencia de un curriculum abultado en la materia que nos ocupa obliga a los críticos a ajustarse al texto, y observar con lupa si son los actores los que se mueven seguidos por la cámara, o son ellos los que pasan delante del objetivo que permanece como un ojo omnisciente que dirige la acción y nos dirige a los espectadores. Desde que empiezan a desfilar ante nosotros los créditos iniciales observamos que estamos ante un film independiente, (muchas pequeñas empresas productoras, muchos productores de todo tipo, asociados, ejecutivos, sin apellidos, y ausencia total de los impactantes logos de las grandes compañías distribuidoras), lo que, unido al hecho de que el público español frecuenta poco Broadway y Michael Mayer tiene una carrera cinematográfica de escaso relumbrón pero buenas críticas (Un lugar en el fin del mundo, 2004 y Flicka, 2006), exige del crítico lo mejor de sí mismo para analizar un film con una estructura complicada, una historia triste de un gran escritor ruso, Anton Chejov, que, a pesar de haber nacido en 1860, murió sin haber visto las dos revoluciones que condujeron al nacimiento de la URSS, (1905 y 1917), aunque en su relato está presente ese personaje que engrandece e inquieta las historias de Leon Tolstoi: el humano, nihilista y receptor de los desvelos de sus compañeros de tertulia, que tenía ya un pie en el mundo moderno: el Doctor Dorn, interpretado por Jon Tenney.




El subtexto se adapta bien al del texto dramático de Chejov, que no triunfó hasta que se puso al frente Konstantin Satanislavskyi (el autor del método), y presentó la obra en el Teatro Moscú (1898), tras fracasar en un primer intento en el Teatro de Arte Aleksandrinski de San Petersburgo. Y no sólo porque respeta el espíritu más psicológico de las tendencias naturalistas y realistas imperantes en la época, con ciertos toques de simbolismo, sino porque adapta una nueva técnica incorporada por el autor, que él llamó de acción indirecta, que se basa en la preeminencia de los detalles de caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la acción directa, de forma que en sus obras muchos acontecimientos dramáticos importantes, como por ejemplo el intento de suicidio de Konstantin y el propio cierre del film,  se producen fuera de campo, y crean en ocasiones cierta ambigüedad desconcertante, provocando con frecuencia que de la impresión de ser más más importante lo que los personajes dejan de decir que lo que dicen y expresan realmente. Una forma de mirar que le viene muy bien al cine indie.




A pesar de que Chejov centra el drama en cuatro personajes La ingenua Nina, (Saoirse Ronan),  la ya decadente actriz Irina Arkádina, (Annette Benning) el dramaturgo experimental Konstantín Tréplev, (Billy Howle) hijo de Arkádina, y el famoso escritor Trigorin (Corey Stoll), profundizando en sus conflictos románticos y artísticos, el film da gran importancia a otros secundarios como Masha (Elizabeth Moss), su madre Polina (Mare Winningham) y el endeble profesor Mikhail (Michail Zegen), midiendo de tal manera el pulso entre hombres y mujeres, que, excepto Nina, 'La Gaviota', la víctima, (ante la  que su enamorado Konstantin coloca esta ave muerta en un tramo de la escalera que la chica debe subir acompañada de su amante Konstantin, que comparte con Irina, la madre del joven), las mujeres salen triunfantes ante hombres blandengues, romanticones y tendentes a la desesperación, se llamen Konstntin, Trigorin o Mikhail.





Las mujeres del relato son infieles a sus parejas con otros hombres, y, cuando el escritor triunfador, Trigorin, decide aprovechar la que él cree que será la última oportunidad de su vida de tener una amante de 18 años, dejando de lado a Irina, ante las primeras dificultades (Nina huye de casa detrás de él, intenta ser actriz pero es mala, tiene un hijo y aborta...) decide volver a los brazos de la mujer madura, donde se siente seguro. Junto al médico, otro personaje masculino actúa de cohesionador del grupo, aunque está a punto de abandonar este mundo nuevo que gira en torno a una actriz de otros tiempos y que no tardará en vez caer la clase a la que pertenece: Sorin (Brian Dennehy)





Trigorin



Sorin

Michael Mayer intenta ( y lo logra) romper la monotonía de este culebrón mediante la puesta en escena de una estructura muy particular y sorprendente, un gran flaschback encerrado en un círculo, la cuarta parte del texto dramático y nos coloca, concluidas las otras tres a las puertas del desenlace, que no ofrece, por otra parte, grandes novedades (funciona casi como un epílogo, ya que lo ha contado todo), excepto insistir en la idea de que Irina es ante todo una mujer, le duela a quien le duela, ya sea al hijo, al hermano, o a la jovencita que se cruza en su camino. Después será madre, castradora o no, ya que para ella es vital seguir dominando su mundo, caiga quien caiga, (un gran avance en lo que al desafecto se refiere, respecto a sus dos predecesores, Anna Karénina o Madame Bovary, que sacrificaron a sus hijos). Lo banal es fundamental en este mundo de apariencias en el que nadie puede permitirse el lujo de descender un grado en su prestigio, de nuevo, con independencia de que se produzca todo el dolor que se deba producir. El sacrificio será precisamente el de los 'ciervos sagrados.'

Interesante.





Konstantin




Masha

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