Vivir. Zhang Yimou.




En ¡Vivir! Zhang Yimou opta por una estética diferente a la de otros filmes, como La casa de las dagas voladoras o Hero, en la construcción de una historia dramática y humana. Las visicitudes de la familia formada por Xu Fugui y Jiazhen en el periodo comprendido entre la Revolución de Mao Zedong y la Revolución Cultural (1940-1960), durante la que el propio cineasta fue reeducado en una granja, donde trabajó diez años como operario textil. Forma parte de la quinta generación de cineastas chinos, junto con otros compañeros que pasaron por esta formación en los principios ideológicos del maoismo. Habla, pues, en primera persona.




Abandonado el preciosismo que le caracteriza, sin prescindir de su actriz fetiche, Li Gong, recrea este periodo con gran sencillez narrativa y se acerca a los personajes con mucha ternura y humanidad. Xu Fugui, hijo de una familia acomodada, pierde la fortuna y la casa paterna, en la que aún viven sus ancianos padres. En el film lo más importante es la intrahistoria de tantos jóvenes que nacieron antes de la Revolución, que como el protagonista, educado como un ganador por un padre del antiguo régimen, perdió frivolamente la casa paterna, lo que paradójicamente años después le salvó la vida. Su regeneración se produjo en la guerra, apoyada en ciertas destrezas adquiridas durante la niñez, como la técnica del canto y el arte antiguo de las marionetas . La vida no será fácil para este matrimonio, en cuya travesía sufrirá grandes pérdidas, contratiempos que les ayudará a soportar su filosofía basada en el deseo de vivir tranquilos.





Refleja los efectos que va produciendo sobre la masa trabajadora el exceso de celo de los jóvenes guardias rojos, que ven en todo lo antiguo las fuerzas de la reacción, incluidos los médicos de cierta edad. El propio Fugui se convierte en un pusilánime, que no se atreve a contradecir ninguna recomendación, y que casa a su hija con un de estos jóvenes guardianes, bueno, amable y solidario. La crítica sutil, sin estridencias, se torna roja en las fachadas con la imagen de Mao, los libros , los huevos hervidos...La belleza y el preciosismo se consigue con esa mirada amable, humana y tierna de la cámara a unos seres humanos que sólo quieren vivir, empresa difícil en una situación tan precaria. La propia Li Gong cede su espectacularidad en favor de la imagen de una mujer corriente, fuerte y resistente que, a pesar de su tragedia cotidiana, saca la fuerza suficiente para aprovechar las pequeñas cosas que hacen cada día insustituible. Las paredes de la casa y los túmulos de las tumbas se van llenando de fotografías, fetiches de los seres queridos que ya no están. Zhang Yimou logra representar en la pantalla a unos héroes de la vida cotidiana, que saben que el bien más preciado es la vida.




La mise en scéne es muy teatral en los exteriores, que muestran siempre la misma calle y reflejan en su ornamentación, construcciones, indumentarias y hábitos ciudadanos la evolución de los tiempos. En los interiores se impone la intimidad de los sentimientos, la expresión de los reproches y los nunca expresados miedos. Parece que las paredes pudieran escuchar. Temor, resignación y amor son las sensaciones que Zhang Yimou logra transmitirnos, obviando el rencor, lo que hace su mensaje más tranquilo, pero a la vez más revulsivo.


El film no gustó a las autoridades de su país, que lo consideraron como una mirada complaciente al público occidental y una dura crítica al régimen socialista de la República China. Recibió el Premio del Jurado de Cannes en 1994, pero en contrapartida fue sancionado por Pekín con dos años de suspensión de sus actividades cinematográficas. La fuerza de la denuncia radica en la serenidad y ternura con la que trata a unos obreros que recibieron con ilusión el fin de la tirania, y que fueron ingresando sin darse cuenta en la de los principios revolucionarios, celosamente guardados por sus inquisitoriales guardianes.



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