Mi casa en París.
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Ficha técnica:
Título original: My Old Lady.
País: Reino Unido.
Año: 2014.
Duración: 107 minutos.
Dirección: Israel Horovitz.
Guión: Israel Horovitz.
Dirección de Fotografía: Michel Amathieu.
Música: Mark Orton.
Edición: Stephanie Ahn, Jacob Craycroft.
Diseño de Vestuario: Jacqueline Bouchard.
Maquillaje: Pasquale Bouquiere.
Peluquería: Julio Parodi
Productores: David C.Barrot, Nitsa Benchetrit, Gary Foster, Rachel Horovitz,
Co-productores: David Atrakchick, Marie-Cécile Renauld, Boris Mendza, Gaël Caboaut.
Productores ejecutivos: Daniel Battsek, Raphael Benoliet, Israel Horovitz, Mike Roodridge.
Diseño de producción: Pierre- François Limbosch.
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Intérpretes:
Kevin Kline: Mathias Gold,
Maggie Smith: Mathilde Girard,
Kristin Scott Thomas: Chloé Girard,
Dominique Pinon: Auguste Lefebrev,
Noèmie Lvovsky: Dra. Florence Horowitz,
Stéphande de Grooodt: Philippe,
Stéphane Freiss: François Roy.
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Sinopsis:
Un neoyorquino sin blanca viaja a París para vender un enorme apartamento que ha heredado de su difunto padre. Para su sorpresa, una señora mayor y de comportamiento refinado vive en su interior junto a su sobreprotegida hija, por lo que según el derecho francés no podrá estar en posesión de la vivienda hasta que la mujer muera. 'My Old Lady' supone el debut en la dirección del célebre escritor y guionista Israel Horovitz y cuenta con un reparto principal formado por Kevin Kline, Maggie Smith y Dominique Pinon.
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Críticas:
De nuevo se produce un divorcio entre la valoración del público y de los críticos profesionales, un abismo que se va ensanchando y que amenaza con acabar con esta sección de los periódicos, no porque la gente no sea tolerante y le guste conocer la opinión de los demás, sino porque, quien todavía tiene un poco de fe en estos profesionales se ve arrastrado a los cines y se siente absolutamente estafado en unas ocasiones y enfadado en otras, cuando accede a un film a cuyo estreno no asistió mediatizado por su consejo y observa que el crítico se dejó guiar más por sus gustos que por una valoración más o menos objetiva, si esto es posible. Rotten Tomatoes recoge este hecho,ya que mientras la prensa la valora con un 5,9 'Mi casa en París', el publico la suspende claramente con un 4.5; la falta de acuerdo es mayor en España, donde los espectadores le dan un 3.3. y la prensa en su conjunto le da la mejor nota.
Gregorio Belinchón comienza su crítica en un blog de cultura del diario 'El País' de esta forma, en exceso dubitativa: "Una película con Kevin Kline, Maggie Smith y Kristin Scott Thomas no puede ser mala. Y Mi casa en París no lo es. Esta comedia, que supone el debut como director del dramaturgo y guionista Israel Horovitz, cuenta las desventuras de un neoyorquino, sin familia sin dinero, que descubre que su padre le ha dejado en herencia una increíble mansión en el centro de París. Pero la alegría se torna en incredulidad cuando descubre que en la casa viven dos inquilinas a las que por ley no puede desalojar." (A Kevin Kline le ha tocado un piso en París. Blogs Cultura. Diario 'El País', 3 de julio de 2015). ¿Claro que dónde está escrito que estos actores no pueden hacer una película mala? ¿Acaso no ha ocurrido más de una vez que los mejores artistas, en cualquiera de las manifestaciones del arte, se hayan equivocado? Más tarde daremos nuestra opinión.
La argumentación de Antonio Trashorras es, si se quiere, todavía más discutible: " He aquí una película perfecta para esos que (quizá yo mismo alguna vez) gruñen con la cantinela de que el cine, a diferencia de la tele, ya sólo ofrece alpiste para mentes en desarrollo y/o con défcit de atención. Ni media objeción se le puede poner a 'Mi casa en París' en cuanto a madurez temática, espesor de los conflictos o rigor estructural." (Para nostálgicos de la comedia adulta. Fotogramas). Pero es precisamente la gente adulta, a la que con frecuencia la luz de un móvil le impide concentrarse, que en su mayoría ha cruzado ya la linea que separa la vida activa de la merecida jubilación, un público idóneo para este tipo de películas, el que se ha mostrado más insatisfecho. La sala estaba repleta en cada sesión de un público aburguesado al que 'tener' una 'casa' en 'Paris' le sonaba a un canto de sirena que le llevaba a las tranquilas aguas de un feel good movie. Se han llevado un buen chasco, guiados por críticos hipsters que añoran aquellos tiempos de las salas de ensayo, en las que se nutrían los progres y se alimentaban de buen hacer, creando reservas culturales para las charlas de los cafés 'bohemios'; la proporción de personas que acuden sistemáticamente al cine es muy reducida en comparación con el resto de la población, una situación que ha convertido a cualquier sala en un reducto minoritario, hasta tal extremo que, como todo el mundo sabe, los antiguos cines se han transformado en multicines, a los que atiende un solo operador-digital-por-supuesto, y el reparto del público no coincide exactamente con la calificación mainstream; el viernes, día de estreno, 'Mi casa en París' era la película blockbuster por excelencia, claro que su título quizá demasiado atractivo para un público mayor, apoyado en las buenas críticas de los periódicos, era la verdadera causa. No había una sola persona menor de 40 años.
Jordi Costa pone por delante toda una información erudita sobre el comediógrafo travestido en cineasta, con una o dos incursiones en el cine (mediometrajes, como 3 Weeks after paradise, 2002, sobre sus impresiones y las de sus allegados tras la tragedia del 11S, un hombre que había descubierto a Al Pacino y había trabajado para Arthur Miller como guionista en 'Autor, Autor', protagonizada por el famoso gángster de la saga de 'El Padrino' de Francis Ford Coppola. Tras valorar el trabajo de Kevin Kline, hace un notable panegírico del director: "Horovitz ha dado el paso tarde y no dice toda la verdad: tras este dramaturgo había un potencial cineasta notable, generoso con los actores, compasivo a la hora de mostrar las fragilidades que pueden convertir la familia en un entorno tóxico. Mi casa en París parece una película ligera, pero, tras su inicial levedad, se oculta un discurso sabio, complejo y doloroso. Una herencia cómicamente envenenada enmascara un legado afectivo recorrido por la tragedia en una idea que, en su sencilla contundencia, encarna la enmarañada síntesis de luz y dolor que conforma toda existencia." (Una herencia envenenada', Diario 'El País', 6 de agosto de 2015). Yo creo que se lo hubiera pasado mejor si hubiera asistido a una representación teatral de esta obra del dramaturgo judío de Wakefield, Massachussetts.
Alberto Bermejo se acerca mucho más a la sensibilidad del público, cuando afirma que : "La cambiante relación entre los tres es el motor de la película. A medida que se conocen, van descubriendo viejos secretos familiares que les incumben y les afectan a cada uno de distinta manera. La fluidez narrativa no es el principal mérito de este tardío debut que, por momentos, huele a naftalina. Un zigzagueante recorrido por situaciones, a priori, convencionales que derivan en otras sentimental y sexualmente más audaces, redentoras e incluso sutilmente transgresoras." Esta es la crítica que, de forma objetiva,se aproxima a la realidad y que el crítico remata afirmando, de forma destacada y en color rojo que : " Tal vez a Horovitz no le habría venido mal una mano ajena que distanciara el guion de su querencia teatral." ( Descubriendo el desván. Diario 'El Mundo', Metropoli, 6 de agosto de 2015). Un título de lo más significativo.
Jordi Costa pone por delante toda una información erudita sobre el comediógrafo travestido en cineasta, con una o dos incursiones en el cine (mediometrajes, como 3 Weeks after paradise, 2002, sobre sus impresiones y las de sus allegados tras la tragedia del 11S, un hombre que había descubierto a Al Pacino y había trabajado para Arthur Miller como guionista en 'Autor, Autor', protagonizada por el famoso gángster de la saga de 'El Padrino' de Francis Ford Coppola. Tras valorar el trabajo de Kevin Kline, hace un notable panegírico del director: "Horovitz ha dado el paso tarde y no dice toda la verdad: tras este dramaturgo había un potencial cineasta notable, generoso con los actores, compasivo a la hora de mostrar las fragilidades que pueden convertir la familia en un entorno tóxico. Mi casa en París parece una película ligera, pero, tras su inicial levedad, se oculta un discurso sabio, complejo y doloroso. Una herencia cómicamente envenenada enmascara un legado afectivo recorrido por la tragedia en una idea que, en su sencilla contundencia, encarna la enmarañada síntesis de luz y dolor que conforma toda existencia." (Una herencia envenenada', Diario 'El País', 6 de agosto de 2015). Yo creo que se lo hubiera pasado mejor si hubiera asistido a una representación teatral de esta obra del dramaturgo judío de Wakefield, Massachussetts.
Alberto Bermejo se acerca mucho más a la sensibilidad del público, cuando afirma que : "La cambiante relación entre los tres es el motor de la película. A medida que se conocen, van descubriendo viejos secretos familiares que les incumben y les afectan a cada uno de distinta manera. La fluidez narrativa no es el principal mérito de este tardío debut que, por momentos, huele a naftalina. Un zigzagueante recorrido por situaciones, a priori, convencionales que derivan en otras sentimental y sexualmente más audaces, redentoras e incluso sutilmente transgresoras." Esta es la crítica que, de forma objetiva,se aproxima a la realidad y que el crítico remata afirmando, de forma destacada y en color rojo que : " Tal vez a Horovitz no le habría venido mal una mano ajena que distanciara el guion de su querencia teatral." ( Descubriendo el desván. Diario 'El Mundo', Metropoli, 6 de agosto de 2015). Un título de lo más significativo.
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Comentario:
El núcleo temático de esta historia, el background que desata todas las tormentas y contradicciones, todas las mentiras inconscientes y los engaños meditados, es una institución francesa, la del viager, un tipo de venta de bienes raíces, una figura legal que se intentó implantar en España, sino igual si parecida, la hipoteca inversa, en la que el dueño de una propiedad, ya sea una casa o un negocio, como la academia en la que trabaja Chloë, que su madre cedió a cambio de que su hija trabajara en ella mientras el negocio permaneciera abierto, permite presentar a una vieja dama como un icono del savoir vivre francés, una mujer longeva que le hizo una buena faena a todos los que les rodeaban, ya fueran su hija, su amante o el hijo de éste, el pardillo norteamericano, que cree que ha heredado una propiedad, cuando en realidad había recibido en herencia una deuda, ya que la mujer tiene ya 92 años pero goza de muy buena salud, él se acerca a los sesenta y su condición de ex-alcohólico no le da tan buenas perspectivas. A cambio de vender su casa con ella dentro se garantiza una vida acorde con la mejor posición: una casa en el centro de París con un jardín espectacular, buenos muebles y accesorios y comidas acompañadas de ostras, langosta y los mejores vinos franceses, cada día. Él tiene que abonarle, a cambio de mantener la propiedad, un sueldo de 2300 euros al mes, situación que ella mejora con una especie de intercambio en especie con su médico, cocineros y otros proveedores de buena vida; como contrapartida les da clases de inglés, un síntoma de la caída de Francia como capital cultural del mundo conocido. Si el vendedor muere pronto, el comprador lo reemplaza; si el comprador muere antes lo pierde todo, aunque puede intentar venderlo a un promotor con el viager incorporado, aunque pierda parte de su valor.
Bueno, ésto es todo lo que da de sí el film. Los tres actores, y en especial Kevin Klein, son obligados a funcionar como lo harían en un escenario, no a gritar porque la fragmentación cinematográfica permite al realizador acercar las cámaras y disponer los planos a su gusto, pero sí a realizar una serie de gestos faciales y corporales que poco o nada tienen que ver con el cine. La vuelta a la bebida de Mathias, engulliendo botellas de buen vino enteras, produce imágenes para ser vistas desde los palcos, las últimas filas de la platea o las barandas de los pisos superiores, y son en absoluto innecesarias cuando tienes la cámara encima; en ocasiones sientes vergüenza ajena. Las salidas al exterior son propias de un novato, como el aria 'Cogeré tu mano' de la ópera 'Don Juan' de Mozart, que canta una mujer vestida de negro, en la orilla opuesta del Sena a la que el hombre se encuenta, en dos ocasiones: la primera en la que el neoyorquino se entrega por primera vez al Dios Baco en el país galo, después de un tiempo de abstinencia, y cuando descubre que no existe ningún obstáculo moral para su entrega a Chloë; estas secuencias nos proporcionan las imágenes menos carentes de magia de la historia del cine, cuando son tantos y tantos los realizadores que han convertido estas márgenes del río de la que fue, en otros tiempos, no sólo capital de Europa, sino casi del mundo entero en prodigiosas y que aquí dan vergüenza ajena. Me vienen a la cabeza 'Un americano en París' de Vincent Minnelli, (1951). Por otro lado el propio Klein consiguió dejar para el recuerdo imágenes imborrables como las de 'The Lovely ' de Irwin Winkler (2004), o de la comedia 'In & Out, dirigida por Fran Oz en 1997. Si Horovitz se desenvuelve mal en los espacios cerrados, que son lo suyo, en el exterior da verdadera pena.
Las situaciones que se generan rompen todos los esquemas de una mente mínimamente lógica, como la visita de Mathias a la médico que cuida de la anciana viager, o la de Chloë cuando se presenta en casa de su amante, casado y con dos hijos, para romper con él. El doblaje es tan desafortunado y penoso que no sabemos cuando se habla del padre o de la madre de Mathias, y el final recuerda más a los memes de facebook o a un libro de auto-ayuda que a una reflexión filosófica a modo de conclusión. Hay algún guiño a la modernidad, mediante los selfies que constantemente se hace el protagonista con un teléfono móvil que ya sólo sirve para eso, ya que la falta de pago lo ha inmovilizado para sus funciones básicas. La ausencia de medios actuales de comunicación devuelven a los protagonistas al papel y la pluma y a la comunicación por medio de los tradicionales diarios. Las fotografías antiguas ayudan a reconstruir la vida de las dos familias en juego, algo que habrá llenado de gozo a los amantes del pasado.
A pesar de que la película es claramente teatro filmado, y de que pretende que el público siga el decurso de la historia a través de largos parlamentos y diálogos farragosos que giran y giran en torno a los mismos temas, acabando con la paciencia del público más leído, de la redundancia de los gags en torno a unas cuantas cabezas de animales cazados, colgadas en las paredes como trofeos, que, al menos a mí, no me han hecho la más mínima gracia, pero que para muchos indican la solera de los ocupantes de una casa tan rancia como en decadencia, los actores nunca rompen la cuarta pared dirigiéndose a su público, algo que hacen con frecuencia directores como Woody Allen, logrando, a la par, que sus películas sean sólidos ejemplares de auténtico cine; Horovitz, haciendo lo que sabe y disimulando todo el tiempo aquello de lo que no ha sido capaz, se ha quedado encerrado dentro de las cuatro paredes de un escenario. A mayor abundamiento Horovitz no ha sabido captar esa decadencia profunda de las escaleras que dan acceso a las viviendas, que tanto agradan a los parisinos y que las vemos en películas de todo tipo, desde Truffaut y Godard en muchas de sus películas, hasta las del americano Linklater, cuando coloca una de las entregas de su trilogía sobre Jesse y Celine, 'Antes del atardecer'(2004),en la ciudad de París, en la que el cineasta americano nos introduce en uno de esos patios franceses que dan acceso a diversas viviendas. Algunos chistes intenta provocar una risa fácil, como la afirmación de Mathilde de que fue amante de Django Reinhardt, el creador del Gipsy Jazz (fusión de música gitana y de swing, o jazz gitano), que tenía dos dedos de su mano incapacitados a causa de un incendio, a lo que Mathias responde si también conoció a Sigmund Fred. Esta segunda parte del chiste fue la que hizo reír al público. De verdad.
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