Atómica. David Leitch y Gabrielle Winck






Trampantojo , Ruta de les Arts, Valencia.
Fotografía propiedad de Cinelodeon.com



Ficha técnica, sinopsis, críticas, cartel y trailer (Pinchad aquí).


Crítica del blog:


Cuando el mundo está sufriendo una transformación que nadie sabe hasta dónde nos va a llevar, y cuyos primeros efectos se están empezando ya a sentir, hay quien cree que puede permitirse el lujo de despreciar cualquiera cosa que diga su prójimo, sin percatarse de que nada de lo que sucede carece de importancia, ya sea la ridícula fotografía de los millennials que ha publicado el diario 'El País' uno de estos días  o las reflexiones de quienes creen que pueden mantener su chiringuito in saecula saeculorum. La Wikipedia (si la Wikipedia, Imdb  o críticas de sus películas; quien tenga datos obtenidos en cualquier otra parte que los aporte y así liquidamos el mito), nos da informaciones sustanciosas de quien es David Leitch, lo que permite entender en algunos aspectos el film que vamos a comentar. No es un dato baladí conocer que este realizador inicie su carrera en el cine como coordinador de especialistas, -el mismo lo es; ha doblado 5 veces a Brad Pitt y dos a Jean-Claude Van Damme -, productor (abrió con Stahelski una empresa de diseño de producción de acción en 1997), actor y por fin cineasta. Debutó como director de cine de acción, sin acreditar, en 2014 con John Wick, protagonizada por  Keanu Reeves, y prepara la secuela de Deadpool 2 para 2018. En 2009 había dirigido Confessions of a Action Star. De Gabriella Winck no hay información disponible.

El hecho de que David Leitch comenzara su formación como coordinador de especialistas y especialista él mismo imprime carácter para muchos creadores de opinión, olvidando cuántos hombres célebres iniciaron su vida profesional como camareros, y cuantos graduados y licenciados actuales están sirviendo copas, ahora mismo, a muchos mindundis en la orilla de las playas. Vamos a juzgar al hombre por lo que hace; recordemos la reflexión que Brad Bird atribuye a su siniestro crítico culinario, Ego, en Ratatouille: " No todo el mundo puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lugar. Es difícil imaginar orígenes más humildes."  No se nos pasa por alto que somos transversales cuando nos da la gana y ponemos etiquetas a los electores cuando nos conviene. Las criticas que recogimos cuando el film era sólo un proyecto y no se había estrenado recogen este clima: " Estos datos, (alta valoración de prensa y público: 76% de aceptación de los críticos frente a 68% de los espectadores) de valor cuantitativo son reforzados o equilibrados por los argumentos de algunos críticos. Andrew Barker (Variety) introduce un matiz muy incisivo, cuando afirma que la trama, difícil de seguir, tiene cero interés, debido al vacío que se esconde detrás de todo lo que reluce; Eric Khon (Indiewire) insiste en que el primer trabajo en solitario de David Leitch (John Wick) es, de nuevo, una película estilista y extravagante con la novedad de convertir en protagonista a una mujer; John Defore (The Hollywood Reporter) afirma irónicamente que el mayor mérito de la película es poner en evidencia que Charlize Theron merece una oportunidad mejor; para Vanity Fair quien desee una nueva versión de Mad Max centrada en Furiosa esta es su película.

Desde las primerísimas imágenes David Leitch, en la selección de contenidos del cómic de Antony Johnston que necesariamente tiene que realizar, deja bien claras dos cosas: la primera, que su elección de paradigma femenino es la 'mujer ciborg' que propone el manifiesto de Donna Haraway, no exento de ironía. Superadas las diferencias de género, vamos a ver a hombres y mujeres propinarse soberanas palizas en la pantalla, con la contundencia que es capaz de representar en la ficción quien procede del universo de la acción. Peleas en las que la mujer va a usar sus afilados y altos tacones como arma, una imagen que no es nueva, ya que nos la proporcionó Virginia Despentes, una feminista radicalen Baise-moi (2000), un film  basado en la literatura trash o sucia. La primera vez que vemos a Charlize Theron es tomando un baño de agua muy fría, (en varias ocasiones la bañera, situada frente a su cama, está repleta de cubitos de hielo), de espaldas al público, mostrando un cuerpo desnudo ciclado, un perfil genuinamente masculino; a continuación alarga la mano y se pone una copa de alcohol en un vaso que ya tiene preparado. La siguiente imagen, tras un corte directo, nos muestra unos pies, calzados con botines de elevados tacones, que avanzan situando un pie justo delante del otro, como hacen las sex-symbol femeninas. Presentado el icono ya podemos esperar una secuencia de relaciones sexuales entre mujeres.

Por otro, el relato pone en cuestión unas imágenes de archivo en las que Ronald Reagan presiona al lider de la glasnost, Mikhail Gorbachev para que derribe las barreras establecidas entre el mundo capitalista y el imperio de los soviets y contrasta el optimismo generalizado, que hizo proclamar a Fukuyama el 'fin de la historia' con la realidad que las guerras, frías o calientes, generan, incapaces de desmontar, sin que acaben en la cárcel sus líderes, una serie de entramados criminales imposible de erradicar;  al final el poder queda en manos de quien posee la mejor información. ¿Es un lío? No tanto, aunque quien ha querido creer durante mucho tiempo una historia de buenos y malos  es posible que quede descolocado. Desde este prisma se puede entender muchos acontecimientos producidos tras la caída de regímenes totalitarios y otros de apariencia democrática, que concentran el poder en manos de unos pocos. Lo que sí me ha dolido es ver a Tarkovski como símbolo del ancien regimen de los países del Este,  y su película Stolker como un icono del mundo que desaparecía, en una secuencia larga en  un cine de Alexandreplatz, en el que las imágenes son redundantes, en carteles, dentro y fuera del establecimiento, en la pantalla, en la que se reproduce una secuencia muy conocida que forma parte del imaginario colectivo, e incluso, cuando en el fragor del combate, los contendientes rasgan la tela y parecen en el patio de butacas. Es de todos conocido que el director de Solaris murió en 1986, tres años antes de la caída del muro de Berlín, enfermo de cáncer en su exilio europeo, apoyado por cineastas de la categoría de Bergman o Buñuel, y nos legó el canto más triste que puede dejar un apátrida: "Nostalgia". No entendemos bien el significado que se ha querido dar a esta secuencia, pero, como es equívoco, no nos gusta.

Gran parte del 'imaginario' del film gira en torno al cuerpo de Charlize Theron, (en esto nos recuerda a François Ozon), generalmente iluminada con tubos de neón, una evocación  clara de Kim Novak, una de las múltiples musas de Alfred Hitchcock en Vértigo, cuando aparece peinada y vestida para John Ferguson (James Stewart), envuelta en un resplandor verde provocado por el reflejo del anuncio de este tipo de luz, que anuncia el hotel en que se hallan ambos. Frente a esta mujer deslumbrante (ya aparezca rubia platino, pelirroja o morena), vestida generalmente de un impecable negro o blanco y negro y calzada con botas altas de altos tacones, James McAvoy, que interpreta al villano David Percival, un caballero de la mesa redonda en la que se sientan los espías y contra-espías de cualquier latitud que en lugar de buscar el Santo Grial, persiguen la 'Santa lista' que pondrá en manos de quien la posea todo el poder, muestra la apariencia de un bellaco, que se confunde con la fauna nocturna de nihilistas, (así define a los jóvenes de crestas multicolor, tatuajes y cadenas Marjane Satrapi en Persépolis), que pueblan la ciudad que adora: Berlín. Ambientada con música de grupos de rock de la época, la megalópolis y sus habitantes embriagan a un espectador transversal (sexos, edades. condición...) y entregado, algo no demasiado usual en las salas de proyección de los centros de las ciudades. Un film aconsejable que no sólo nos muestra una estupenda action woman, sino que nos entretiene de principio a fin.

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