Michael Haneke. La cinta blanca

El pueblo de los malditos de Wolf Rilla

Das weisse band de Michael Haneke

Ante este nuevo aldabonazo de la crítica cinematográfica que va repartiendo laudes para crear su propio blockbuster, apto solo para "intelectuales", me siento empujada a hacer unas cuantas matizaciones. La cinta blanca (Das weisse band) no puede ser la quintaesencia de ningún discurso globlal de Michael Haneke, como afirman algunos, porque no es original ni en la forma ni en el fondo: la luz empobrecida , el bosque emblemático, la doble moral, la violencia trascendida de la pareja, la propia historia, basada en El pueblo de los malditos de Wolf Rilla... Si se dijera: "Luces y sombras, primeros planos...una vez más siempre el bosque, todo un tratamiento que va del realismo al surrealismo, y, sobre todo, ese fascinante empleo del tiempo que consiste en enfrentar pasado y presente..." (Juan Miguel Company), pareciera que hablamos de esta obra, cuando en realidad es una crítica de Fresas salvajes de Bergman. En la película de Haneke la ocultación de la verdad, tanto en la diégesis como en la extradiégesis del discurso, es "controlar el mundo", en el de Rilla también, sólo que en este caso con imágenes mucho más inquietantes.

Carl Theodor Dreyer e Ingmar Bergman que sufrieron esa educación torturante y represora de los sentidos, especialmente el segundo, cuyo padre, pastor luterano, que llegó a Capellán Real, lo sometió a esa forma de sadismo maltratador, describieron de manera magistral e insuperable sus secuelas, que no necesariamente condujeron al nazismo,sino , en su caso, a una búsqueda mística de un ser supremo, a una reflexión sobre la imposibilidad de la pervivencia de una pareja no autodestructiva y asfixiante y a una frialdad insoportable, consecuencia de la represión de las emociones, que conduce a la soledad y a veces al suicidio, con porcentajes muy elevados en los paises del Norte de Europa. Basta con recordar Ordet, Dies Irae de Dreyer o Fresas Salvajes, El huevo de la serpiente, Fanny y Alexander, y muchas otras de Bergman.


Incluso personajes como el médico y la comadrona, están extraídos de otros de Bergman, especialmente Thomas y Marta, protagonistas de Los comulgantes. Es cierto que no hay violencia física explícita, pero sí mucha psicológica; el incesto, la amenaza de morir si uno se autosatisface, la sociedad patriarcal en la que la mujer es menos que un cero a la izquierda... Pero sobre todo impresiona ese grupo de niños rubios, de mirada inexpresiva, especialmente cuando están en grupo, que emulan a los de El pueblo de los malditos. Parece que más que presentar se recrea. como en Funny games,en la descripción y acciones de estos personajes qtan oscuros . Lo ue en Bergman y Dreyer es una profunda reflexión intelectual del autor, que se identifica con su obra, aquí se convierte en exhibición demoledora de una sociedad para apabullar al espectador, siempre que se deje.


Otro error es confundir lo real con lo verosímil, que en los grandes maestros puede adoptar la forma de ficción ( un buen ejemplo es Déjame entrar de Tomas Alfredson). Al transformar a los niños alienígenas en seres "reales" ( en el caso de que pueda darse esa unicidad en la maldad) acaba resolviendo el film de manera poco creible. Claro que también aquí hay quien ve bondad, como Carlos F. Heredero, que construye un discurso casi más creible que el de la película: "Se podría pensar, pero esto no sería más que una perezosa operación de análisis según los más viejos cánones argumentales, que el bucle se cierra premeditadamente para dar forma a una artificiosa " construcción de guión", pero esto sería tanto como olvidar todos los interrogantes que el relato ha dejado abiertos y sin respuesta, todos los agujeros negros que permanecen en medio de la narración ( se refiere a lo que no cuenta el narrador en off). Ahora comprendemos, sobre todo, que preservar el misterio (y la mentira) es la condición necesaria para que algunos permanezcan en la cúpula del poder..." Ya estamos escapando otra vez del hecho concreto hacia la totalización universalizadora que nos distrae de la visión clara de las relaciones de poder y de explotación existentes en esa pequeña célula de una sociedad corrupta que está engendrando el huevo de la serpiente.

Otro hecho que se valora extraordinariamente es la presencia de un narrador en off, que a su vez es un personaje de la historia, el maestro, que concluye su prólogo diciendo: "Pero creo que debo contar los hechos extraños que se produjeron en nuestro pueblo, porque quizás podrían iluminar ciertos procesos acontecidos en este país..." Estas palabras suenan mientras va mostrando en la pantalla imágenes fijas de la localidad, como al final, y recuerdan el prólogo de Fresas salvajes, donde el protagonista-narrador está presente, pero de espaldas al espectador. Pero aquí Carlos F. Heredero quiere ver que "El primer misterio abre así la puerta de una historia contada por un narrador que opera, a la vez, en el interior de la diégesis y en la conciencia exterior de una evocación conjugada desde el futuro, lo que convierte la totalidad del film en un inmenso flash-back". Cierto que el narrador, que nunca vemos, desarrolla el relato siendo ya viejo y cual deus ex machina va construyéndolo desde su propia perspectiva, aunque afirme constantemente que la conoce sólo parcialmente "de oidas"; lo que ocurre es que se nos escamotea, como espectadores, la verdadera naturaleza de los acontecimientos, e incorporar en la diégesis lo que ocurre fuera de campo, nos parece un artificio excesivamente construido por algunos críticos. No sé si la obra maestra la realiza Haneke o los que la comentan.

Es cierto que los pueblos pueden condenarse de una manera colectiva, aunque nunca total; muchos alemanes siguieron a Hitler, pero no puede ser tan rígida la relación causa-efecto, pues en el lado de las víctimas abundaron otros muchos que también sufrieron este tipo de educación. Pero, como hace Bergman, con mucha más clase, Haneke intenta explicitar, al menos aparentemente, un referente histórico convirtiendo el terror y la humillación sobre individuos aislados en terror y humillaciones universales. La culpa es total, aunque unos fueron verdugos y otros padecieron sus torturas. Un ejemplo: la cinta blanca que , convertida en título de la película, es un símbolo de la contradicción entre la bondad y pureza que representa y la perversidad de los niños, sólo la portan los hijos del pastor luterano, pero acaba representando a todos los humanos.No me gusta. Me dieron ganas de huir de este "blockbuster" (veremos lo que recauda con tanta publicidad) a otro, Avatar, aunque tampoco me gustó nada, y no precisamente por la aplicación al relato de todos los avances tecnológicos, sino por esa misma visión totalizadora y universal, aplicada ahora a la destrucción del medioambiente, que acaba banalizando todo lo que toca. Pero al menos te sumerges en un espectáculo en tres dimensiones.


Concluyo afirmando que, más que el metadiscurso extracinematográfico tan elaborado, nos ofrece mucha más información el ojo de la cámara al mostrar esas miradas frías, culpables, cínicas, esas actitudes grupales, terroríficas cuando se dan en los niños, que nos transportan a la ficción de "el pueblo de los malditos". Quizás no sea Haneke que, desde una visión honesta y emulando a grandes maestros como Dreyer o Bergman ( de ahí el uso del blanco y negro), nos ha querido narrar esta historia, que como la de ficción, deja un final oscurso y abierto a todas las especualaciones; el problema está en la fatuosidad, autocomplacencia y pedantería de los que no saben construir, pero sí criticar, que han generado excesivas expectativas ante un film que en algunos momentos llega a ser plumbeo. Podría concluir con Norberto Alcover, al comentar Fanny y Alexander, que no me salí del cine por respeto a este cineasta y a mi misma, aunque en algunos momentos mi sensación de fatiga era enorme, insostenible.



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