Doris Dörrie

Hoy queremos rendir un homenaje a una cineasta alemana que se está ganando un puesto entre los grandes, y ya está empezando a sufrir las consecuencias; sus películas se clasifican como mainstream o blockbuster.

Cerezos en flor.



En este film se plantea el problema del edadismo; envejecer y morir , como dice el poeta Gil de Biedma, es el único argumento de la obra; pero como decía otro pensador ilustre, Enrique Tierno Galván, el hombre vive como si fuera inmortal.
Sólo Trudi sabe que Rodi, su marido, sufre una enfermedad terminal y, decidida a no contárselo y a llevar ella sola la carga de la tragedia, lo convence para que vayan a visitar a sus hijos y nietos a Berlín, pensando que le hará feliz volver a ver a sus seres queridos. Allí se encuentran con una fría a cogida de éstos, metidos de forma egoísta en sus propias vidas y para los que la presencia de unos padres mayores es un estorbo insoportable. Ellos lo comprenden y se marchan inmediatamente a descansar en el Báltico, donde Trudi muere inesperadamente.
La propia hija, mujer progresista que convive con su compañera, desea vivamente que se vayan, para poder reanudar su rutina. Los nietos sufren la incomodidad de albergar a sus abuelos en sus habitaciones. En fin, es mejor para todos restablecer el ritmo cotidiano de sus vidas. Nadie advierte la tristeza heróica de la madre
Tras la muerte de Trudi, una mujer admirable, el marido descubre todo lo que ella ha dejado en la cuneta para hacer felices a todos. Su mayor ilusión había sido visitar Japón, y practicar sus danzas tradicionales; el marido, triste y solo, decide viajar a Tokio, y vestido con su ropa, pasear por aquellos lugares en los que a ella le hubiera gustado estar y donde vive su hijo preferido. Muere ante la vista del Fuji un día que, como dice una joven vagabunda que le acompaña y le da todo el amor que sus hijos le niegan, el monte, que es muy tímido y que suele estar escondido detrás de las nubes, se deja ver.

Igual que Rodi llega a Tokio en plena celebración del Festival de los cerezos en flor, un canto a la belleza, la transitoriedad (la flor solo dura un día) y los nuevos comienzos, una reflexión profunda sobre estos términos nos debe conducir a una nueva actitud favorecedora de mayor bienestar y felicidad, a pesar de que Shopenhauer, con una perspectiva pesimista, diga que las cosas no mejoran con el tiempo, sino que simplemente cambian.






Hombres, hombres es una comedia, muy ligera y bien contada, que nos narra una historia que no es nueva. Fay Weldon escribió Vida y amores de una maligna, de la que se hizo también una adaptación cinematográfica, en cierta medida fallida: Vida y amores de una diablesa, dirigida por otra mujer, Susan Seidelman. Pero no la copia, sino que le da la vuelta; si Fay Weldon nos habla de una mujer abandonada, que decide torpedear el paraiso que se ha montado su ex-marido, quemando la casa y llevándole los niños al idílico faro en que habita, entre otras maldades, en este caso es el hombre abandonado el que decide una jugada mucho más cínica y manipuladora.
Julius Ambrust, (Heiner Lauterbach ) dueño de una empresa de publicidad, es un cuarentón guapo y triunfador, que además de gozar de un estado de bienestar elevado, ( buena casa, coche, mujer, hijos y amantes), descubre por azar, por medio de una marca en el cuello, que su mujer le engaña. Pero lo que lleva peor es que lo haga con un ganapán, un dibujante publicitario, pluriempleado en un dispensador de Kebabs, bohemio, libre y encantador, pero desempoderado, sin un lugar en el mundo masculino de los adultos, como Stefan Lachner (Uve Ochsenknecht). Julius, experto en relaciones sociales, sabe que nadie elige libremente una situación de pobreza, y que los artistas son seres débiles, sin poder y sensibles a las críticas de los demás. Elabora un plan diabólico: decide instalarse como inquilno en casa de Stefan, sin ocultar su estatus y exhibiendo a la menor ocasión sus tarjetas de crédito.Siempre viste traje, aunque desenfadado, luce debajo una joven camiseta; su indumentaria contrasta con la imagen radical y estrafalaria de Stefan. Stefan es un ser ingenuo y agradable que cae pronto en la trampa, y poco a poco se va estableciendo una relación entre los dos no exenta de atracción, incluso sexual, con breves brotes de violencia de Iulius seguidos de reconciliaciones que no dejan resquemor. Pero el objetivo de Iulius es claro: ante todo desea usar su poder para triunfar sobre su oponente y seducirlo con la posibilidad de acceder a un puesto ejecutivo que le permitirá disfrutar de una buena ropa, casa, coche..., pero que, a la par, aumentará su dedicación al mundo laboral y le irá apartando de su esposa Paula (Ulrike Kriener). Su obra terminará tan pronto como haya transformado a un hombre libre, rebelde y por ello atractivo, en alguien igual que él, que decepcionará a la mujer. Conseguido su objetivo y reconfortado su ego varonil, vuelve a casa. Pero cuando llega a lu empresa, descubre que han destinado a Stefan a su oficina, como su estrecho colaborador. Tras un cómico rifirrafe entre los dos, se produce de nuevo la reconciliación, en la que la mujer, objeto del conflicto inicial, no cuenta ya nada. Todo el proceso se lleva a cabo con las continuas dudas y resistencias de Stefan, que en un monento determinado le dice irónicamente: ¡Viva la integración! ¡Oportunistas del mundo, uníos ! Doris Dörrie deja bastante claro que les complace mucho más su relación entre machos, que lo que les desune su amor por la mujer. Stefan verbaliza la máxima machista, propia de las sociedades patriarcales: " ¡ Mujeres ! Un hombre es lo que hace, una mujer lo que es". Ambos se ríen con abierta complicidad.


Hay una reflexión muy interesante en la película para detectar el empoderamiento o desempoderamiento de un ser humano. Julius le dice a Stefan que debe hacer una prueba para determinar sus dotes como ejecutivo: debe realizar un sombrero de papel, a su gusto, ponérselo en la cabeza y luego subirse a una silla. Después seguir sus recomendaciones, Iulius le da su veredicto: "Un ejecutivo jamás hubiera hecho nada de ésto".



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