El Hundimiento. Oliver Hirschbiegel.


Oliver Hirschbiegel aborda en El hundimiento los últimos momentos del Tercer Reich, narrados por la secretaria personal de Hitler, Traudl Junge. Acosado por el ejército ruso, el gran dictador (como le llamó Chaplin) promulgó el estado de excepción, clausewitz, y como dos mil años antes hicieran los galos de Vercingetorix, dejó al pueblo alemán a expensas de su enemigo. En su delirio, parangonable al atribuido a Nerón, llegó a imaginar que la destrucción de Berlín por el fuego enemigo facilitaría en el futuro la reconstrucción de una megalópolis, de gusto un tanto 'hortera', al menos como la describe el film, en la que, suprimidas las tiendas y fábricas, emergerían en su lugar grandes rascacielos y hoteles, florecerían el arte y la cultura, que sobreviviría al milenio, con acrópolis, ciudades antiguas, vestigios de urbes medievales con sus catedrales...





Eva Braun sigue irreflexivamente las locuras de su amante, sencillamente porque es el führer. Utilizando las técnicas de plano/contraplano, tal como preconiza Godard, va demostrando cómo utilizaban los sentimientos de la poblacón, confiando en que las potencias occidentales, que habían sufrido millones de bajas, comprenderían al fin que sólo los nazis podrían detener al ejército bolchevique, pues eran el último baluarte contra los hordas asiáticas. Los civiles , (mujeres, niños, heridos o ancianos alemanes ), eran su última preocupación. En su concepción de la guerra no había civiles, por lo que debían ser destruidas las infraestructuras para evitar que fueran utilizadas por los enemigos, aunque ello supusiera que el pueblo quedara sin agua, luz o medios de transporte. Siguiendo con la comparación con Vercingetorix, el jefe galo quemó los campos de trigo para desabastecer a César, condenando a la hambruna a las tribus 'celtas'. En la ley natural que defiende el nacionalsocialismo, los civiles son el elemento más débil de la sociedad, y se impone su exterminio; al final', sólo los mediocres sobrevivirán , porque los mejores habrán muerto. Un hombre que se considera fuerte, pasa rápidamente a débil por el simple hecho de ser herido, circunstancia nada inusual en una guerra. Se recomienda leer el fragmento de Julio César sobre la Batalla de Alesia.





Siguiendo con la técnica plano/contraplano, cargados ambos de significación, va alternando las fiestas con glamur que Eva Braun organiza en el bunker, con la ejecución de heridos y enfermos en los hospitales. Goebbels no siente compasión porque la población ha elegido su destino y los ha elevado al poder, y ahora le toca pagar su parte de la factura; pero mientras los líderes, atrapados en el bunker, luchan contra la realidad, y deciden la forma en que quieren morir, las masas no tienen esta posibilidad (contraplano) y son mutilados por médicos, cuando los hay, sin gozar de una pequeña dosis de anestesia. El testamento de Eva Braun dejando las joyas a su hermana se contrapone a las batas ensangrentadas de los sanitarios que atienden a hombres, mujeres y niños abandonados a su destino. La frialdad, locura y egoismo lleva al matrimonio Goebels a asesinar a sus hijos, sin darles la posibilidad de decidir su futuro...


La férrea disciplina y los nombramientos ridículos, cuando ya no hay tropas que comandar, se llevan hasta el final, con el fusilamiento de cerca de veinte mil jóvenes oficiales que no pueden cumplir las órdenes del führer; el cuñado de Eva Braun, fusilado por desertar, muere gritando: ¡Heil Hitler! Temiendo su paseo en el triunfo de los enemigos, pide a un oficial que, después de suicidarse, queme su cuerpo y el de su mujer, con la que se casa unos días antes. El director pone a esta mujer ante un espejo múltiple, confusa, tras confesar a su secretaria que no conoce al dictador, y que incluso ha maltratado a su querido perro, sacrificado antes del suicidio. Pero toda esta parafernalia será contrarrestada por la imagen de sus generales, que poco después también se matarán, protegiéndose y escapando de un bombardeo, algo perfectamente natural y humano.






En la última secuencia dos médicos, uno de ellos Ernst-Günthe Shenk (liberado por los rusos en 1955), que muestra una actitud de rechazo ante tanta inhumanidad, van a estrecharse las manos, pero no pueden realizar este acto protocolario porque su camarada las tiene manchadas de sangre. Muchos médicos alemanes participaron en experimentos macabros y tenían miedo al juicio de los vencedores. El doctor Shenck pregunta a un oficial por qué hay que matar hasta el final y luego quitarse la vida. Muchos se suicidaron porque temían las represalias.


Estas circunstancias se conocieron en el Juicio de Nüremberg, pero hay algo en el film que no cuadra. Cómo podía la secretaria personal de Hitler , Traudl Junge, desconocer absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor. Sólo al salir del bunker, esa ratonera dorada, ve la desolación, la miseria, y las heridas de unos soldados a los que les quedaba un largo via crucis. Ella se salva y sigue trabajando en distintas empresas como secretaría.


Concluyendo, una angustiosa visita de dos horas y media al bunker (Antonio Weinrichter, ABC), a la vez , realizada con valentía y rigor histórico ( Javier Ocaña. El País). Estas películas levantan pasiones, pero es cierto que la Segunda Guerra Mundial tuvo un saldo de sesenta millones de muertos, afectó a toda Europa e involucró a paises asiáticos. El hombre debe conocer su historia para no repetirla, y los periódicos, al distribuir estos filmes hacen un servicio a la sociedad en su conjunto.







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