El rey del rodeo. Sam Peckinpah.






Ace Bonner, (Steve McQueen), El rey del rodeo, regresa a su pueblo natal en Arizona con el objetivo de abandonar este 'deporte' y realizar la última atracción entre los suyos. Le espera un mundo decadente, polvoriento, lleno de máquinas excavadoras que remueven y arrastran los recuerdos, las raíces de sus habitantes para construir urbanizaciones de casas móviles; la fiebre del ladrillo invade hasta los desiertos. Es la época de los coches enormemente largos, en lugares donde abundan los aparcamientos; el de Bonner presenta las cicatrices del tiempo.

Sam Peckinpah está considerado como el máximo representante del western crepuscular. Nieto de un jefe indio convierte a los perdedores en su tema favorito, como Junio Bonner campeón de rodeo en declive, que según Zavala guarda el aroma más puro del cine negro. Son películas que marcan el fin de una época, pobladas de personajes desorientados, que se mueven fuera de la realidad añorando un pasado que jamás volverá. Ace, un cowboy de motel, un vaquero curtido, y su hermano representan el omega y el alfa de esta transición.

El vaquero tendrá problemas de adaptación en una familia y un mundo que se resquebraja con los desengaños y el alcohol; el padre es un viejo soñador desubicado que quiere emigrar a Australia en busca del dorado y busca financiación; las conversaciones entre padre e hijo son directas, sin melodramas. Ambos participan en el rodeo de la Commemoración del Día de la Frontera, el 4 de julio, en un mundo auténtico que huele a naftalina, participando en las secciones de ordeñado de vacas, acoso de toros o exhibición de caballo, que Peckinpah trata con sus célebras cámaras lentas. La cámara capta en planos angulares y grandes panorámicas hombres, vacas y perros moviéndose a lo largo del encuadre como si danzaran al son de la alegre fanfarria. Fiesta de machos (que me perdone Carlos Boyero,por quien siento admiración) al que asisten las damas y aplauden como locas, seguida de puñetazos a mansalva.

En los títulos de crédito Peckinpah hace un alarde de técnica, con pantallas divididas, que representan secuencias alternas, fundidos encadenados y mucho, mucho polvo. Padre e hijo son los últimos representantes de esos hombres que poblaron el género y que no pueden echar raices en ningún lugar.


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