Un juego de inteligencia.Von Hans Weingartner.


Rainer tirando la TV por el balcón

Siempre nos hemos preguntado como funcionan el control de las audiencias y cómo es posible que la gente pueda tener tan mal gusto y promocionar tan salvajemente la tele-basura. Von Hans Weingartner se hace la misma pregunta en Un juego de inteligencia y, además de dar una respuesta añade una pequeña dosis de utopía desde Alemania, que buena falta le hace a nuestra sociedad. Este film, a pesar de haber sido nominado para la Concha de Oro de San Sebastián, ha tenido escasa repercusión en nuestro país y sólo ha merecido una escueta crítica, no muy positiva, del Diario ABC.

Es un film que interesa más por el proceso discursivo que por la brillantez de su puesta en escena, pero aborda un tema que ya no puede aguardar más tiempo sin ser tratado, ya que el hombre vive hoy bajo el peso aplastante de las encuestas, las audiometrías y todo tipo de estudios que le achantan y le hacen pensar que su libre albedrío es propio de ingenuos y que está solo en su actitud ante el aplastante peso de la mayoría. Hans demuestra que esa 'mayoría' la constituyen en su país 5.500 personas. Rainer Käthner (Moritz Bleibttreu ) es un realizador de un programa de éxito, Informe 24, de estos que se erigen en jueces sin ninguna formación ni información, que provoca la pérdida de la licencia de un entrenador con acusaciones falsas, hecho que provoca el suicidio de este hombre. La nieta de 20 años, Pegah, vive para vengarse de quien le ha dejado sin la única familia que tenía, mientras el responsable considera el asunto un trágico accidente. Los creadores de estos programas-basura viven espléndidamente y son consumidores de alto riesgo de cocaina. Uno de sus proyectos, que debe superar el ya manido Gran Hermano, es el programa Titánic, un barco en que los ricos van en cubierta; cuando llegue el momento del hundimiento éstos se quedarán con la 'pasta' y los pobres irán al agua; así fijan los estatus sociales a la par que distraen. Pegah provoca un accidente que está a punto de costarle la vida a Rainer. Éste reflexiona e intenta realizar un programa más sesudo, pero fracasa. Es ahora cuando se preguntan cómo se hacen los análisis de los medios y se miden las cuotas de pantalla y descubren que los audimetros sólo se colocan en un determinado número de casas, excluyendo a críticos, estudiantes o desempleados; Rainer recuerda la receta de Hitler en Mi lucha: "Toda propaganda debe ser popular y su nivel intelectual debe ajustarse a la inteligencia más limitada entre esos a los que va dirigida". Este es el principio de la vulgarización. Comienzan una revolución de las cuotas de pantalla con sabotajes en los medidores y descubren sorprendidos que la gente comienza a estar más a gusto con la televisión, lee más, va más al cine. En su revuelta están apoyados por inadaptados excluídos, que al principio, con el fin de dotar de realismo al film, dan algunos disgustos, pero que poco a poco van adquiriendo la dignidad que la sociedad les había negado. Esta es la parte utópica del film, en absoluto superficial, pues el hombre no puede vivir sin la confianza de alcanzar un mundo mejor; la formación humana e intelectual permitiría disfrutar de libros, películas o periódicos que abrieran nuevos horizontes, contaran historias y permitieran compartir experiencias. La mayoría poco o nada tiene que ver con los subproductos que imponen los medidores interesados de las audiencias.

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