Latido. Sam Wood.






Ficha técnica:

Título : Latidos.
País: EE.UU.
Año: 1946.
Duración: 102 minutos.
Productores: Raymond y Robert Hakin.
Fotografía: Joseph A. Valentine.
Edición: Roland Gross y J.R. Whittredge.
Color: Blanco y nedro.


Ficha artística:

Ginger Rogers: Arlette Lafron.
Jean Pierre Aumont: Pierre de Roche.
Adolphe Menjou: Embajador.
Nona Waris:: mujer embajador.
Basil Ratmbone: Profesor.




Sinopsis:

Una joven, se supone que parisina, de dieciocho año, algo talludita para su edad, se escapa del reformatorio y busca un trabajo decente, que es algo tan difícil de encontrar como al filósofo Diógenes le pasaba con su hombre. Su primera y única oportunidad es un 'escuela profesional' especializada en formar una 'corte de los ilagros', a cuyo frente se encuentra un hombre 'honorable' que utiliza a los miserables de París para que roben en su beneficio. Arlette se hace ladrona para conseguir sus papeles, que suponen su libertad.

En una misma noche comete su primer robo, conoce a su primer amor y recibe el primer beso, pero tiene que huir de la fiesta como una Cenicienta, porque sus caballos y su carroza se pueden convertir en los famosos ratones y la calabaza, si lo deciden sus 'benefactores'. Se ve involucrada en esta historia porque su primera 'victima' es un sinvergüenza, un embajador que la utiliza bajo la amenaza de encerrarla en la cárcel, para que enamore al 'príncipe' un bello galán, robándole su reloj en el contexto de una operación top secret. La realidad es que es el amante de su mujer y necesita una prueba. Al final se ve obligado junto a su cómplice, un barón, a adoptar a la 'niña' para que no se descubra el pastel.

Hay que tragarse muchas palomitas para soportar este embrollo. Lo único interesante es la referencia al cine desde el cine, y a la capacidad de Ginger Rogers de expresar con su rostro cualquier sentimiento, desde la inocencia, la desolación o la picardía. Eran historias pretendidamente inocentes para un público aparentemente ingenuo; pero a la par las grandes compañías, los grandes estudios controlaban desde la producción a la distribución y la exhibición de sus películas en salas propias, y sólo llegaban al público sus productos, fueran digeribles o no.





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