El peso del agua. Kathryn Bigelow.










Ficha técnica:

Título original: The weight of water.
País: Estados Unidos.
Año: 2001.
Duración: 114 minutos.
Dirección: Kathryn  Bigelow.
Guión: Alice Arlen & Chris  Kyle, basado en la novela de Anita Shreve.
Casting: Mali Film.
Dirtección de Fotografía : Adrian Biddle.
Dirección artística: Mark Laing.
Música:  David Hirschfelder; supervisor musical: Randy Gerson. 
Montaje:  Howard E. Smith, A.C.E., Daniel Craven
Productores: Yanet Yang, Sigurjon Sighvatsson, A. Kitman Ho
Productores: ejecutivos: Lisa Henson Steven, Charles Jaffe.
Diseño de producción: Juliusson.
Vestuario:  Marit Allen.

Intérpretes:

Elizabeth Hurley: Adaline Gunne,
Catherine McCormack: Jean Janes,
Sean Penn: Thomas Janes,
Sarah Polley: Maren Hontvedt.
Josh Lucas: Rich Janes,
Ciarán Hinds: Louis Wagner,
Ulrich Thomsen: John Hontvedt,
Anders W. Berthelsen: Evan Christenson,
Katrin Cartlidge: Karen Christenson.

Sinopsis:

En 1873 un terrible crimen conmocionó a la pequeña isla de Smuttynose. Dos mujeres fueron brutalmente asesinadas y una tercera que sobrevivió acusó de la masacre a un  antiguo inquilino de su casa que sería ejecutado dos años más tarde. Sin embargo el misterio seguirá rodeando el macabro caso. Más de un siglo después Jean, una fotógrafa, interpretada por Catherine McCormack), visita la isla del crimen, a bordo de un yate para investigar el caso, acompañada de su  marido, el  escritor Thomas (Sean Pen), el hermano de éste, Rish (Josh Lucas) y Adaline (Elizabeth  Hurley). Jean irá reuniendo nuevas pistas sobre el crimen, pero a medida que avanza la investigación, los celos y  las desconfianzas en el barco pondrán en marcha toda una serie de sucesos que tendrán terrorifícas consecuencias.

Críticas y comentario.

Kathryn Bigelow abordó en 2001 la adaptación de una novela de Anita  Shreve, que ha sido calificada  de pretenciosa, entre otros por  Ángel Fernánez Santos (El País), en la que se combinan el amor y la muerte, la ira y la ternura, Tánatos y el Amor, el incesto y la bisexualiudad, confrontando dos tiempos, dos culturas, en las que se pueden apreciar las constantes del comportamiento humano, en el que se  conjugan sentimientos opuestos entre los que no están ausentes el  resentimiento y los celos. La ira será la emoción  desencadenante de la tragedia antigua, los celos los que crean el caldo  de cultivo del malestar actual.

Pero  hay algo que no  consigue hilar con  maestría la directora norteamericana, y el fallo quizás esté en confundir esa  amalgama tan cristiana, que no quiere decir que ella lo sea, sino que ha recibido una herencia cultural propia de occidente, entre la acción y  el pensamiento. Es posible  que Jean desee la muerte de Adeline, pero no la provoca ni la produce, por mucho que el montaje haga coincidir ciertos momentos climáaticos entre ambas historias.

¿Se la acusa de pretenciosa por haber intentado construir una tragedia impuesta por el destino? Es posible. Lo que ocurre es que el que se produzcan roces con su cuñado y una novia circunstancial que coquetea con su marido, que en su adolescencia tuvo un accidente de trágicas consecuencias, es algo tan cotidiano que apenas tiene relación con la auténtica tragedia del pasado, propia de Sofocles o Eurípides, a la que se une una justicia espuria, ejercida por hombres llenos de prejuicios a los que venden su propia alma.



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