The Guinea Pig 5. Hideshi Hino.
Ficha técnica:
Título original: Ginî piggu: Manhôru no naka no ningyo
País: Japón.
Año: 1988.
Duración: 63 minutos.
Dirección: Hideshi Hino.
Guión:
Japan Home Video.
Interpretes:
Shigeru Saiki, Mari Somei, Masami Hisamoto, Gô Rijû, Tsuyoshi Toshishige
Sinopsis:
Un pintor, deprimido por la muerte de su esposa, se reencuentra en una cloaca, en la que conserva algunos fetiches, entre ellos un gato muerto, con una sirena, a la que había pintado cuando por el mismo lugar corría un río límpido. Enferma de contaminación le regala su pus y su sangre para que le pinte un cuadro postremo.
Comentario:
Finalmente este episodio de la saga bizarra nos enfrenta con unos hechos que se sitúan en los límites de la realidad. Lo que la verdad esconde es mucho más brutal que lo que parece: el pintor descuartizó a su mujer (imágenes que es de agradecer que nos evite), enferma de cáncer y embarazada, que llevaba en su interior el feto muerto; una escama en la bañera siembra la duda. Aunue hay un tímido intento de dotar de un argumento al film, lo que es evidente es que para la franquicia no había nada sagrado, ni tenía límite alguno, y da igual que se diga que se han hecho cosas mucho más brutales como el ultra-gore alemán, esto ya es suficiente, si tenemos que aguantar todo el metraje entre sustancias viscosas repulsivas.
La línea divisoria que hace que algunos se sientan adultos es la que separa las películas que pueden ver o no los menores de 13 años, aunque ésta sea una cuestión moral no de inteligencia más o menos madura. A veces el límite es sencillamente ridículo y lo provoca una imagen superada con mucho por lo que los niños ven en la clandestinidad, fuera de la mirada inquisitorial de los padres. Otros se pasan con mucho de frenada y hollan terrenos de muy mal gusto que les hacen sentirse más hechos y adultos.
Películas como 'La naranja mecánica' de Stanley Kubrick crean terror psicológico al poner rostro y sentimientos a los verdugos, que provocan miedo en el espectador; la saga japonesa hunde y humilla a la víctima, a la que nos muestra impotente y vejada ante las agresiones de que es objeto, sin que apenas veamos al ejecutor. En el primer caso el resultado es la sumisión, camino que allana el realizador cuando iguala la violencia ofensiva y defensiva; en el segundo la evasión, ante la imposibilidad de actuar preventivamente, y el regodeo innecesario en el sufrimiento de otro.
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