Sangre fácil. Etan y Joel Coen (Miche Foucault. La tecnología del sexo).

 

 

 

 

 

 


Foucault sostiene la tesis de que la sexualidad, entendida como un asunto privado, es construida por la cultura según los intereses de la clase dominante, pero las prohibiciones y las reglas que provienen de las autoridades religiosas, legales o científicas, lejos de inhibir o reprimir la sexualidad la han producido y la continúan produciendo, y al hacerlo producen también relaciones sociales.

En consecuencia acuña la expresión de tecnología del sexo, que define como un conjunto de técnicas para maximizar la vida, desarrollada a partir de fines del siglo XVIII por la burguesía con el propósito de asegurarse su supervivencia como clase y el mantenimiento de su hegemonía. Estas técnicas despliegan discursos en torno a:
  • la sexualización del cuerpo femenino
  • el control de la procreación
  • la psiquiatrización del comportamiento sexual anómalo como perversión.
El film de los hermanos Coen, (dirigido por Joel y producido por Ethan), que ahora comentamos, Sangre fácil, (Blood simple), vuelve a la actualidad de la mano del diario Público, que como muchos otros superviven gracías a la divulgación de obras de importancia. Mucho hemos hablado de estos directores, que funcionan colegiadamente, y ahora traemos su primer film, realizado en 1984, que les colocó en el parnaso de los creadores de cine independientes; película de culto para muchos, reinventa los códigos del cine negro americano (Miguel Ángel Palomo. El País).

Todos los prejuicios que genera la tecnología del sexo encuentran su caldo de cultivo en el mundo de estos cineastas: zonas rurales, bajo nivel intelectual de sus habitantes, sordidez, instintos primarios, aislamiento...Si metemos en la coctelera una mujer atractiva y unas relaciones extraconyugales con el sentimiento de frustración del hombre traicionado y las bajas pasiones varoniles, el conflicto está servido. La sensación de aislamiento y soledad viene acentuada por esos ventiladores en el techo al que miran constantemente los personajes, y los planos de detalle de objetos de uso cotidiano, en estado de decadencia y abandono; la visita al hogar, cuidado y bien decorado, con un perro que discurre silenciosa y pausadamente por un pasillo, dura escasos minutos. El resto de la acción discurre en moteles, la trastienda del bar del marido o la sencilla casa, muy abierta al exterior y por tanto al peligro, del amante.







 
La pesadilla comienza cuando el marido, a través de un detective, descubre que su esposa tiene una relación amorosa con un empleado; el hecho de que el sabueso haya realizado fotos de la pareja en situación comprometida hiere el orgullo del esposo, que amenaza al mensajero. Pero el sentimiento de vejación no le deja vivir y recurre al mismo hombre y le pide que ejerza de sicario y mate a la pareja. Aquí empieza el embrollo, pues éste acepta, pero, dolido por el desprecio, tras cerciorarse de que el contratante no ha comunicado a nadie su propósito, como por otra parte es lógico, le muestra unas fotos manipuladas de la pareja, coge el dinero y lo asesina . En principio la violencia va dirigida contra la mujer, y secundariamente contra el amante que ha traicionado su confianza, cuando ya sabemos a través de los diálogos que la relación se había deteriorado y que el trato a la mujer no era ya aceptable: apenas le hablaba y cuando lo hacía era de forma despectiva.

El amante comete un pecado capital en esta América profunda y real, y como consecuencia se psiquiatriza su comportamiento; Las advertencias a la mujer de que Ray,su amante, está loco son una letanía constante de miembros de la comunidad; así lo presentan los Coen. Su forma de actuar no es normal; vuelve una y otra vez al bar del marido a pedirle que le pague dos semanas de sueldo que le debe; intenta deshacerse del cadáver, lo entierra vivo, y un largo etcétera de despropósitos. Aunque hay que matizar que, cuando Foucault habla de comportamiento sexual anómalo, se refiere a las inclinaciones sexuales personales, en un contexto como el elegido hay ciertas líneas rojas que no se pueden cruzar; quien lo hace roza la insania y la locura.

Así se resuelven los conflictos pasionales donde predominan los instintos primarios. Las páginas de los periódicos dan testimonio constante de ello; mientras, unos pescados se pudren encima de la mesa del instigador del crimen, muerto por el sicario, como se pudría el conejo en el bolso de la protagonista de Repulsión de Roman Polanski.

La sociedad que cultiva en su seno la violencia cultural, que Foucault denomina tecnología del sexo, produce estos desenlaces ante los que luego se escandaliza. La siquiatrización del amante en la diégesis no sólo transmite inquietud a su compañera, sino al espectador de la película, que no entiende bien su comportamiento, tan agresivo como el del marido, aunque teóricamente la defienda a ella. Los amantes nunca conocerán la realidad de lo acaecido, pero casi es lo que menos importa; lo verdaderamente significativo es la violencia estructural y cultural dominante en los escenarios elegidos por los Coen.




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