El pequeño Buda. Bernardo Bertolucci.



Ficha técnica:

Título original: Little Buddha.
País:  Coproducción Reino Unido/Francia
Año: 1993.
Duración: 125 minutos.
Dirección: Bernardo Bertolucci.
Guión: Bernardo Bertolucci, Rudy Wuritzer y Mark Peploe.
Dirección de Fotografía: Wittorio Storaro. Color.
Música: Ryuichi Sakamoto.
Montaje: Vittorio Storaro. 
Producción: Jeremy Thomas.
Diseño de producción: James Acheson.
Vestuario: Annie Hadley, Anthony Hughes, Brigitte Fiedler, Dominic Young, Esther Amuser, Frank Gadnier...
Maquillaje: Amanda Knight, Francesca Crowder, Katharina  Hirsch-Smith...
Productora: Recorded Picture Company (RPC), Ciby 2000, Serprocor Anstalt. Distribuidora: Lauren Film.

Intérpretes:

Keanu Reeves :  Siddhartha,
Ruocheng Ying : Lama Norbu ,
Chris Isaak : Dean Conrad,
Alex Wiesendanger :  Jesse Conrad,
Raju Lal :  Raju,
Greishma Makar Singh : Gita,
Sogyal Rinpoche:  Kenpo Tenzin, 
Ven. Khyongla Rato Rinpoche : Abbot,
Más créditos en Imdb.

Sinopsis:

Jesse Konrad es un niño estadounidense que vive con sus padres en Seattle. Un día aparece en su casa una delegación de monjes budistas que creen que Jesse es la reencarnación de un respetado lama. (Filmaffinity).

Comentario:

Francamente es difícil saber qué ha querido contarnos Bertolucci. Un cineasta de su categoría sabe semantizar el uso del color contraponiendo la gama cromática de la pobreza a los fríos racionales de una sociedad que se rige por criterios laicos como la estadounidense, en la que ninguna religión tiene un peso específico en las decisiones del estado, aunque algunos grupos políticos se sirvan de sus principios en las campañas electorales. Pero, para situarnos un poco, convendría ver consecutivamente el film del italiano y 'El viaje a Darjeeling' de Wes Anderson, (2007).

La historia de Siddhartha, tal y como está contada en el film, produce sonrojo y justifica el escaso interés con que fue recibida por  un público que no es tan maleable como parece. A pesar de los muchos recursos y del prestigio del cineasta, no es de recibo presentar la miseria de la India, Bhutan  o el Tibet, región autónoma de China, como un reflejo de la espiritualidad de sus habitantes, sencillamente, porque a diferencia del príncipe, no es libremente elegida, del mismo modo que no es una opción humana la vejez, la enfermedad y la muerte; cuando Siddhartha se da cuenta de que la pobreza extrema de los ermitaños no es el camino, puede decantarse por otro sin problemas, y quizás los ascetas tengan cierta razón al acusarle de traición.

Pero lo que raya  en la inmoralidad más absoluta es elegir a un niño de la clase media americana, hijo de un padre arquitecto con dificultades profesionales y económicas, que atraviesa una difícil situación anímica, y una madre profesora de matemáticas, que viven en una casa de diseño,  que están a punto de  perder su status, y que ve en su viaje con su hijo  a un pequeño país asiático la posibilidad de encontrar su nirvana. El dividir entre tres niños, dos asiáticos y uno norteamericano, la transmigración del alma de un lama notable, en la que los cuerpecitos de estos pequeños se convierten en recipiente, hecho ilustrado con el famoso relato del te y la taza, es de una manipulación intolerable. Wes Anderson denuncia los viajes iniciáticos de los pijos occidentales a un país que tras siglos de meditación trascendental y rechazo de las riquezas de este mundo ha presentado las cotas más altas de miseria de la humanidad, y sólo el desarrollo económico, agotados los países desarrollados de los siglos XIX y XX han dado una oportunidad a estas gentes, que no han tardado en crear la religión alternativa de su Silicon Valley y Bollywood.

No obstante uno de los reclamos turísticos de estas zonas se basa en el viaje iniciático de los viajeros para redescubrirse a sí mismos. No estaría de más que recordáramos una comedia sin pretensiones  como 'Come, reza, ama' de Ryan Murphy (2010), que pone en evidencia la actitud de muchos que viajan a la India en busca de su espiritualidad.


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