Dick Tracy, Ray Taylor, Alan James



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Ficha técnica:

Título original Dick Tracy
País: Estados Unidos
Año: 1937
Duración: 60 minutos

Dirección: Ray Taylor y Alan James
Guión: Barry Shipman-Winston Miller; historia original de Morgan Cox y George Morgan,  basada en Cartoon Strip de Chester Gould
Dirección de Fotografía: William Nobles y Edgar Lyons
Música. Score: Alberto Colombo;  Supervisor: Harry Grey
Edición: Helene Turner, Edward Todd y Bill Witney

Productor: Nat Levine
Productor asociado: J. Laurence Wickland
Republic Pictures

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Intérpretes:

Ralph Byrd: Dick Tracy
Kay Hughes: Gwen Andrews, Secretaria de Dick Tracy
Smiley Burnette: Mike McGurk
Lee Van Atta: Junior
John Piccori: Moloch
Carleton Young: Gordon Tracy
Fred Hamilton: Steve Loekwood
Francis X. Bushman: Clive Anderson

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Sinopsis:

Dick Tracy, basada en el personaje de cómic creado por Chester Gould, agente del FBI, presta sus servicios al departamento de Justicia de San Francisco, se enfrenta a peligrosos criminales, como el llamado  'The Lame One' o el grupo de villanos conocidos como la 'Spider Armada'.

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Comentario.


La serie basada en el cómic de Chester Gould está dividida en quince capítulos, que hoy resultan de una gran ingenuidad, y quizás ahí resida su encanto para muchos espectadores. En el episodio 1, "El ataque de la araña" (The Spider Strikes), se presentan los personajes, y se dan algunas informaciones de relevancia, que en aquellos momento producían el terror de un público que no había perdido la inocencia: planos de detalle de un pie calzado con un zapato con una plataforma muy alta, indicio de que su propietario tiene una pierna más corta que otra, una linterna que ilumina con un haz de luz en forma de araña la frente del que va a ser asesinado, un payaso malvado, un asesino a sueldo que entretiene a pobre niños huerfanitos, sometidos a la caridad pública; el mechón blanco, como el de la novia del monstruo de Frankenstein, del engendro de los malos para sacar a los hombres de negocios de su autocomplacencia,  y muchos hombres con sombrero, que en ocasiones es difícil distinguir si son gangsters o policías. 

El episodio dos,  The Bridge of Terror, (el puente del terror, concebido como una autopista hacia una civilización mejor, unos minutos antes de que se desatara la conflagración mundial más mortífera de la historia; después el hombre conoció otra etapa en la que  se desarrolló el sueño de un desarrollo ininterrumpido, que de nuevo ha frustrado la primera crisis global con la que se inaugura la revolución tecnológica), desarrolla algunos personajes de la primera entrega. La idea de destruir un puente de hierro y cemento como se rompe una copa de champagne mediante la emisión de ruidos amplificados y las ondas sonoras que genera es, hay que reconocerlo, bizarra. Las aeronaves asesinas son futuristas, pero las escaleras por las que descienden los aviadores cutres y primitivas; tampoco tiene desperdicio ver a Dick Tracy, elegantemente vestido con un traje con chaqueta de doble botonadura y sombrero de ala ancha, saltando con pértiga para entrar en la guarida de los ladrones y terroristas y deslizarse por los cables de la luz o lanzándose  agarrado a gruesas cuerdas como  Tarzán. El resto de los episodios mantienen este clima de exaltación del héroe frente a unos malvados de libro.

No carece de razón quien matiza que la televisión, a costa de mostrar tanta desgracia entre anuncios de sostenes y yogures ha acabado insensibilizando a un público al que ya no asustan ni un cojo ni un jorobado, ni encuentra, afortunadamente, ningún placer en reírse de la desgracia ajena. Ahora los ricos se divierten con sus propias burradas: Cranck, Jackass, Resacón en Las Vegas y un largo etcétera de barbaridades que sólo buscan generar adrenalina.



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