Rápida y mortal. Sam Raimi



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Ficha técnica:

Título original: The Quick and the dead
País: Esrados Unidos
Año: 1995
Duración: 105 minutos

Dirección: Sam Raimi
Guión: Simon More
Dirección de Fotografía: Dante Spinotti
Música: Klaus Badelt

Productores: Joshua Donen, Allen Saphiro, Patrick Markey
Productores ejecutivos. Tobbi Jaffe, Robert Tapert
Tristar Pictures asociada con Japan Satellites Broadcasting Inc e Indieprodt Production

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Intérpretes:

Gene Hackman: Herod
Sharon Stone: Ellen
Leonardo DiCaprio
Russell Crowe
Kevin Conway
Lance Henriksen
Robert Blossom
Gary Sinise
Keith David
Pat Hingle
Mark Boone Junior
Olivia Burnette
Woody Strode

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Sinopsis:

Ellen, una bella y misteriosa extranjera que aparece en una ciudad del Oeste Americano, se inscribe como participante en una peligrosa competición en la que peligrosos pistoleros arriesgan sus vidas en una absurda competición para ganar fama y dinero. La joven forastera se mueve por motivos bien diferentes a los de sus contrincantes masculinos.

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Crítica:

 En un pueblo del Oeste americano, las mejores pistolas se reúnen para participar en una competición idealizada en mi infancia: ver quién es el más rápido con el revólver. Un atípico western nada convencional que no es que sea exagerada sin disimulo, es que su efectismo es su mayor -apenas su único- mérito. Con el sello estético inconfundible de Sam Raimi, "The Quick and the Dead" cuenta en el reparto con los primerizos -hoy estrellas consagradas- Russell Crowe y Leonardo DiCaprio, y el argumento es tan simple como repetitivo -cruces de balas cada vez más trepidantes-, pero cuando en un western sale Gene Hackman y el pistolero se llama Sharon Stone el guión poco importa. Curiosa. (Pablo Kurt. Filmaffinity)

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Comentario:

Da la impresión de que los realizadores norteamericanos no se consagran hasta que realizan su western particular, tentación de la que no ha podido escapar ni el  ayer controvertido  y hoy idolatrado Quentin Tarantino. Cada director, si está dotado de la suficiente identidad y de un estilo característico, deja su impronta en la nueva crónica de la marcha hacia el oeste, las luchas con los indígenas, la colonización y el establecimiento de una sociedad jerarquizada en las  nuevas poblaciones. En el film de Raimi  ha surgido ya un cacique que impone su voluntad a una población atemorizada, basada, en principio, en la rapidez con la que elimina a quien se atreve a retarle; un concurso como el que convoca sólo puede tener un ganador: él mismo. En caso contrario caerá su imperio.

Sam Raimi es un director que se caracteriza por el exceso, del que hizo gala en su trilogía de The Evil Dead, y que, cuando todavía era un hombre lo bastante joven para desafiar a los amantes del western y los críticos ortodoxos, realizó un film en el que el motor de la historia no sólo era el deseo de venganza, sino otros síndromes como el complejo de Edipo del hijo natural, que busca el afecto de un padre que ha ido sembrando de cachorros el nuevo territorio colonizado, sin tener plena conciencia de si su semen había fructificado o no. También cobra importancia la dificultad de integrarse en la sociedad de antiguos pistoleros, como el personaje que interpreta Russell Crowe, que, para mayor escarnio de las convenciones, ha decidido abandonar el crimen y refugiarse en una sotana. Pero lo más revulsivo reside en el hecho de haber convertido en héroe de la película a una mujer, una pistolera rápida y mortal.

Todas estas cuestiones se van a dirimir en dos espacios: el saloon, propiedad del cacique y amo del poblado y su única calle, a cuyos lados se agrupan las escasas viviendas de madera con los comercios de las mercancías indispensables para la vida cotidiana en  sus porches. La todavía pobre vida social se hará entre copas, mientras los futuros concursantes se amedrantan unos a otros, y un jovencísimo Leonardo DiCaprio se hace el gallito entre hombres maduros. La calle  es el escenario del héroe, el lugar en el que se reta con actores secundarios esperando el momento de la auténtica apuesta, por la que ha llegado al poblado, del que no piensa salir vivo sin cumplir; la elección de esta estructura concursal produce un efecto reiterativo, una repetición de duelos, con diferentes motivaciones y caratcterísticas, que a muchos les ha resultado excesivamente reiterativa, pero que en principio es efectiva y  equiparable con la road movie o el 'libro de viajes'; en cada asalto se van revelando los elementos con los que se teje la historia principal y otras secundarias en las que se va ramificando, con un elemento común: los pequeños  adalides de cada micro-relato tienen algo en común: el odio al  patriarca, al cacique que amedranta a unos colonizadores temerosos e incapaces de plantarle cara, que muestran su miedo en el rostro y las actitudes, captados por la cámara de Sam Raimi  y trasladados a la pantalla como un testimonio de estos tiempos en los que la ley brillaba por su ausencia, y el símbolo del poder del sheriff o el marshall era una estrella que tenía menos peso que el latón de que estaba hecha.

Un western muy heterodoxo, (nunca hubo otro que tuviera como protagonista a una mujer pistolera ni un pastor tan vapuleado), muy del estilo del entonces joven realizador que todos conocemos, un trabajo gore que lo hermanaba con Peter Jackson. Una forma más de ver la epopeya americana, la colonización del oeste y  la expulsión de los habitantes autóctonos de sus tierras, esos indios feroces que cortan cabelleras a la bondadosa población blanca, que cargará hasta la actualidad con el peso de su culpa.


 

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