El final de la cuenta atrás. Don Taylor






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Ficha técnica:

Título original: The Final Countdown
País: Estados Unidos
Año: 1980
Duración: 105 minutos

Dirección: Don Taylor
Guión: David Ambrose & Gerry Davis y Thomas Hunter & Peter Powell,  basado en una historia de Thomas Hunter y Peter Powell & David Ambrose
Dirección de Fotografía: Victor J.Kemper, a.s.c.
Música: John Scott; supervisor: George Craig
Edición: Robert K.Lambert, a.c.e.
Efectos especiales visuales: Maurice Binder; Pat Elmendorf, Gary Elmendorf, Joe Day
Asistente dirección artística: Dale Koeppe
Decorador del set: Dennis Peebles
Coordinador de especialistas: Bill Couch

Diseño de Vestuario: Ray Summers
Diseño de maquillaje y maquillaje especial: Bob Mills
Estilista de peluquería: Romaine Green

Productor: Peter Vincent Douglas
Productor ejecutivo: Richar R.St.Johns; John W.Hyde
Productor asociado: Lloyd KaufmanAsesores de los productores del Departamento de Defensa y de la Marina estadounidense
Diseño de producción: Fernando Carrere
Compañías. Productoras: The Bryna Company's Production

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Intérpretes:

Kirk Douglas: Matt Yelland
Martin Sheen: Warren Lasky
Katharine Ross: Laurel Scott
James Farentino: Comandante Richard Owens/Mr.Tideman
Ron O'Neal: Comandante Dan Thurman
Charles Durning: Senador Samuel Chapman
Victor Mohica: Black Cloud
James C. Lawrence : Teniente Perry
Soon Teck Oh: Simura
Joe Lowry: Comandante Damon
Alvin Ing: Kajima
Mark Thomas:  Capitán Kullman
Harold Bergman: Ballman
Dan Fitzgerald: Doctor del portaaviones
Lloyd Kaufmna: Comandante Kaufman
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Sinopsis:

En 1980, el USS Nimitz, un buque de guerra equipado con el más moderno armamento nuclear realiza una misión rutinaria a 200 millas de Pearl Harbour. De repente el buque queda atrapado en una misteriosa tormenta que le trasportará al año 1941, dos días antes del ataque a Pearl Hrbour.

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Comentario:

El film que dirige Don Taylor plantea la posibilidad de viajes en el tiempo e incluso la de trasladar un ser vivo aferrándose a él, una heterodoxia justificable en una historia de ficción; la cinta tiene una función claramente propagandística que vende a los posibles reclutas la posibilidad de vivir las más emocionantes aventuras. Un científico, asesor de la armada americana, se enrola en el USS  Nimitz y en la travesía se produce un hecho insólito. La clave para su interpretación descansa en la observación  de  que el Arizona, un barco hundido el 7-12-1941 por los aviones japoneses en Pearl Harbour,  junto con el resto de la flota americana,  que en la actualidad  descansa bajo el agua en posición vertical y al que se ha elevado un monumento en superficie, permanece intacto. Larsky, (Martin Sheen) intenta una explicación científica del fenómeno, basándose en la posibilidad de viajar en el tiempo, que Einstein formuló y según él demostró; en su argumentación a favor de que están en pleno viaje en el tiempo sostiene que hay fuerzas en el universo que apenas empezamos a comprender a través de la ciencia: agujeros negros en el espacio, antimateria, espacio curvo. Lo malo es que todo esto se produce sin tensión dramática alguna, como la clase de un profesor a unos alumnos adultos sentados en torno a una mesa.

Las inercias y la resistencia a modernizarse de cualquier tipo de industria, al margen de los valores artesanales o artísticos de sus productos, se puede observar en el cine mejor que en cualquier otro sector, una actividad que invierte grandes cantidades de dinero y emplea a profesionales de las más diferentes especialidades: cineastas, fotógrafos, músicos, actores, carpinteros, pintores, electricistas, y recientemente informáticos. Don Taylor hizo esta película cuando George Lucas ya había revolucionado el género de ciencia-ficción y había sentado las bases del cine moderno, cosa que pareció no afectar para nada a la puesta en escena de esta historia por la máquina lenta y pesada de Hollywood. Sets primitivos en los que se revela de forma ostensible el cartón piedra, vehículos de transporte de desgüace, indumentaria poco cuidada y vulgar (curioso chalequito-salvavidas  naranja y  auriculares  de 'todo-a-un-dólar' que luce Martin Sheen en la secuencia que inicia el film, tras la ubicación espacio-temporal de un prólogo que coloca al público en situación). Edición bien ejecutada, sin riesgo, músicas poco aptas para un público que se encamina hacia la tercera edad, nada de  planos aberrantes o escorzos barroquizantes que puedan hacer perder el sentido a más de uno, algo que se puede confundir con un clasicismo, pero que ha derivado hace tiempo hacia un academicismo, del que sólo le salvan unos actores, que aunque no se encuentren entre los profesionales de método (sistema Stanislawsky) bien formados en instituciones como el Actors Studio, a cuyo frente se encuentra Al Pacino, alcanzaron las mayores cotas de profesionalidad en la época de grandes superproducciones hollywoodienses. Martin Sheen trabajó, además,  para autores como Terrence Malik o Martin Scorsese y ha dejado una huella imborrable en la historia del cine; Kirk Douglas elevó la categoría del cine peplum con algunas interpretaciones como la de Espartaco, bajo las órdenes de Stanley Kubrick...

Don Taylor se sirve del apoyo de las nuevas tecnologías informáticas con un primitivismo que va desde los extraños fenómenos atmosféricos, una tormenta artificial y bizarra, al diseño de  los decorados y las naves y submárinos, algunos de los cuales buscan la representación de la realidad de la década de los 40 del siglo XX y del material bélico ofensivo y defensivo que se utilizó en la Segunda Guerra Mundial, muestran una torpeza en el uso de los nuevo recursos, que apenas puede competir con los trabajos de Lucas, todavía como estudiante, en el equipo que se encargo de introducir la magia en 'El oro de Mackenna' (J.Lee Thompson), realizada en 1969, once años antes que esta película. No me cansaré de repetir el lamento de un joven, cuyo nombre siento no recordar, que se quejaba en Facebook de que muchos consiguieron atravesar todo el siglo XX sin recibir un solo arañazo plebeyo.

Sets monótonos, operaciones militares incesantes, -hasta el punto de que el film fue utilizado en las campañas de reclutamiento de la armada-, despegue de aviones y aterrizajes que se repiten sin cesar, agotan al espectador en una historia de ciencia-ficción sin interés, que no consigue provocar ni la historia de amor de un hombre y una mujer de diferentes épocas históricas. Ni tan siquiera la posibilidad de modificar el futuro y evitar el bombardeo de Pearl Harbour, basándose en la superioridad de la tecnología norteamericana de cuarenta años después a los trágicos sucesos que decidieron el fin de la Segunda Guerra Mundial, desde una perspectiva patriotera,  despierta la emoción de una película que formal y discursivamente parece más una  mala clase de historia, en la que se intenta jugar con el espectador.


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