Esencia de mujer. Martin Brest





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Ficha técnica:

Título original:Scent of a woman
País: Estados Unidos
Año: 1993
Duración: 157 minutos.

Director: Martin Brest
Guión: Bo Goldman.
Casting: Ellen Lewis
Director de Fotografía: Donald E.Thorin, a.s.c.
Música: Thomas Newman.
Edición: Wiliam Steinkamp y Michael Tronick, Harvey Rosenstock, a.c.e.
Director artístico: W.Steven Graham.
Decorador del set:George detitta, Jr.

Diseño de vestuario: Aude bronson-Howard.
Maquillaje artistas: Allen Weisinger, Robert Lade; Al Pacino: Carl Fullerton.
Estilistas de peluquería: Francesca Paris, Joe Coscia; Al Pacino: Alan D'Angerio.

Productores: Martin Brest.
Productor ejecutivo: Ronald L.Schwary.
Diseño de producció:Angelo Graham.
Universal Pictures presenta a City Light Films Production.

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Intérpretes:

Al Pacino : Teniente coronel Frank Slade,
Chris O'Donnell: Charlie Simms,
Philip Seymour Hoffman,
James Rebohrn: Mr. Trask,
Gabrielle Anwar: Donna,
Richard Venture: W.R.Slade
Bradley Whitford: Randy,
Todd Louiso: trent Potter,
Ron Eldard: Oficial Gore,
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Sinopsis:

Al Pacino obtuvo su primer Oscar al Mejor Actor por su brillante recreación de un autoritario teniente coronel ciego jubilado que contrata a un jove (Chris O'Donnell) para que lo asista. Desgarradora y reconfortante, la película narra la atracción de los polos opuestos cuando los protagonistas emprenden un desenfrenado viaje de fin de semana que cambiará su vida para siempre...

Premios (Filmaffinity):

1992: Oscar: Mejor actor (Al Pacino). 4 nominaciones
1992: 3 Globos de Oro: Mejor película drama, actor (Al Pacino) y guión. 4 nominaciones
1992: Círculo de Críticos de Nueva York: Nominada a Mejor actor (Al Pacino)
1993: Nominada Premios BAFTA: Mejor guión adaptado

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Comentario:

El hombre lucha por su felicidad e incluso desde muy antiguo se dio a sí mismo un lema 'carpe diem', aprovecha el momento; ganó una revolución , la francesa, en la que ésta era la meta que el hombre debía alcanzar apoyado en la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero, no sólo estos ideales han sido barridos de la faz de la Tierra en poco más de doscientos años, sino que, aun siendo respetados nominalmente,  le ponen muy difícil al individuo alcanzar este objetivo final. Esto es lo que le ocurre a Charles, el protagonista de esta historia en la ficción, y a uno de sus personajes secundarios en la realidad: Philip Seymour Hoffman, malogrado a temprana edad.

El hijo de un tendero de Oregón  representa a  una de las víctimas que ha tenido la Historia con mayúsculas de la solidaridad: un joven con talento que recibe una beca para estudiar en un colegio de élite pija, que muestra sus buenos sentimientos  permitiendo que algún que otro pobre listo y con buenas notas acuda a sus aulas y contribuya a su prestigio, a la vez que los 'niños pera' se liberan de sus traumas recordando a estos miserables constantemente  sus modestos orígenes y haciéndoles pagar sus trastadas y sus gamberradas, cuando las autoridades académicas, subordinadas de quien paga elevadas facturas por la educación, son objeto de sus gamberradas al imponerles la Ley del Silencio, de terribles consecuencias para el mantenido. Esta cuestión ha sido abordada muy a menudo por el cine americano. Es del dominio público que en el país más desarrollado del área capitalista ni la educación ni la sanidad, pilares del estado del bienestar, son universales, y que la caridad privada y pública  gusta de ejercerse en algunos casos sensibles a la opinión pública sobre los desfavorecidos de la 'Fortuna'. Pensemos en los deportistas de élite que gozan de becas en prestigiosas universidades privadas, en los grandes talentos que reciben ayudas en colegios como el que aquí se toma como modelo y paradigma de la buena educación, o de los niños que mueren por falta de asistencia médica, aunque alguno goza de la condescendencia filantrópica de alguna que otra institución, como denuncia 'John Q' (Nick Cassavettes, 2001).

Pero el dinero que Charles recibe de las becas no es suficiente para mantenerse y debe trabajar como 'lazarillo' de un coronel ciego que lo trata como a uno de sus subordinados de menor rango e incluso le anuncia un plan terrorífico, una vez trasladados a Nueva York y tras  hospedarse en el Waldorf Astoria. En la ciudad de los negocios el coronel Frank Slade y su  ayudante Charlie viven experiencias extremas tanto en la Gran Manzana como en Brooklin, como si estuvieran consumiendo los últimos placeres de la vida, y poco a poco van intimando y aprendiendo a conocerse y apreciarse, a pesar de la rudeza del militar y del placer que siente humillando a su propia familia,  sobre la que hace recaer todo el peso de su invalidez, de la forma más injusta.

El mayor valor artístico del film radica en la actuación de Al Pacino, que representa un personaje amargado, radical, que ha perdido la vista a causa  de un accidente provocado por él mismo en estado de embriaguez, pero que a la par está dispuesto a llevarse por delante a un joven para evitar que pase a formar parte de la lista larga y gris de la virilidad americana, de un pueblo que ha perdido la conciencia, mientras el joven se debate entre seguir o no el código de los niños ricos para alcanzar el sueño americano. Ambos están bien jodidos. El militar está dispuesto a impedir, con un arma en la mano, que el joven se venda, que se convierta en uno más de los que no hacen planes, sólo actúan, algo que forma parte de la esencia americana, la  base de una cultura que ha dominado el mundo con su improvisación, ( jazz, action painting, cine de acción...) . Pero el militar es consciente, por primera vez, de que se ha enfrentado a todos porque  esta forma de actuar le hacía sentirse importante. El joven  acompañante, un ser puro e inocente con sus valores intactos, le hace percatarse de que otros lo hacen  porque tienen integridad.

Sólo una cosa ha mantenido en pie al hombre, algo que generalmente se trivializa y se pospone a otros objetivos individuales, relacionados con el prestigio o la supervivencia: poder disfrutar de la esencia, de la compañía de una mujer, que al despertar por la mañana siguiera junto a él en la cama; un sentimiento irracional, al que se ha calificado peyorativamente de múltiples maneras, pero que es muy difícil de erradicar, y que él, con su actitud, ha alejado de sus posibilidades vitales. La violetera de José Padilla, 1914, que popularizo Charles Chaplin, quien utilizó este cuplé para ambientar su película 'Luces de la ciudad', hecho por el que fue condenado, tras se acusado de plagiar este cuplé, se convierte en el leitmotif del coronel, un personaje tragicómico, un hombre amargado, pero sensible ante la pureza y la inocencia de un joven noble en una difícil tesitura. A partir de ese momento 'el coronel ya tiene quien le escriba'.

El film comienza con un montaje de fotografías fijas que muestran los múltiples edificios de la institución educativa privada, los aularios, las zonas de residencia, las bicicletas en las que se desplazan los estudiantes, etc., que de pronto toman vida, se ponen en movimiento, y con él los conflictos, a uno de los cuales se ha de enfrentar Charlie, un nudo gordiano que no se puede cortar cobrándose como víctima la integridad, la gran perdedora en estas instituciones en las que se forman las élites. Pero hay algo de maniqueo en este discurso, porque el objetivo de estos colegios, muchas veces, es formar gente dura e insensible que tome decisiones arbitrarias e injustas si los intereses de su grupo así lo exigen, y no seres íntegros que cuestionen cualquier decisión de dudosa equidad y moralidad que vayan contra la eficiencia de los negocios familiares. No obstante sirve para resolver lo insoluble: Cómo salvar a un pobre joven del gran lío en el que está metido. por una sencilla razón: porque no es rico y está a punto de perder el único tesoro de que dispone: su honra.

Este fin de semana un periódico lanza esta película, que forma parte de una colección en homenaje a Philip Seymour Hoffman. Una excelente ocasión para revisar este film, cuando las carteleras y las parrillas de las televisiones flojean.



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