Cadena perpetua. Arturo Ripstein
Ficha técnica:
Título original: Cadena perpetua.
País: México.
Año: 1978
Duración:
Dirección: Arturo Ripstein
Guión: Arturo Ripstein y Vicente Leñero, basado en una novela de Luís Spota, 'Lo de antes'.
Dirección de Fotografía: Jorge Stahl, Jr.
Música: Miguel Pous. Pepe Arévalo y sus mulatos
Diseño de producción: Lucero Isaac y Eli Menz
Dasa Films, S.A., Conaciné Avant, Estudios Churubusco Azteca, S.A.
Intérpretes:
Pedro Armendariz Jr.: Javier Lira,'El Tarzán',
Narciso Busquets: Comandante Prieto,
Ernesto Gómez Cruz: Cabo Pantoja,
Angelica Chain: Rosa Martíinez,
Ana Ofelia Murguia: Sra. Romero,
Roberto Cobo: Gallito,
Yolanda Rigel: Ojitos,
Socorro de la Campa:
Salvador Garcini
Rodrigo Puebla
Ramón Menéndez
Salvador Garcini
Rodrigo Puebla
Ramón Menéndez
Yaco Alba
Antonio Bravo
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Sinopsis:
Javier Lira, "El Tarzán", es un ex-delincuente que trata de rehabilitarse trabajando como cobrador de un banco. Sus intentos por alejarse del crimen se ven frustrados cuando se topa con "Burro" Prieto, un policía extorsionador a quien conoce desde hace mucho tiempo.
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Comentario:
El cine de Arturo Ripstein se caracteriza por un clasicismo propio de tiempos oscuros y ahora estamos pasando por otro túnel de la historia; su estilo triste y de denuncia huye de la exaltación o glorificación de cualquier acción humana, y deja fluir al exterior lo peor de los individuos; cuidadoso especialmente del encuadre, que se sustenta en planos largos y planos-secuencia, evitando la rutina del arte excesivo de cortar y pegar, de las ediciones rápidas, los planos aberrantes y la manipulación desmedida del tiempo,como uno de los recursos lingüísticos para implicar emocionalmente al espectador en su historia. Comienza con una narración lineal, repleta de descripciones de 'El Tarzán', un auténtico calavera, un chulo de prostitutas y un ratero de poca monta; la gama cromática, apenas iluminada con una luz empobrecida nos acerca a las pinturas negras de Goya, fruto de la depresión de uno de los mejores pintores que ha tenido la humanidad y un adelantado a su tiempo, como en su día lo fue Arturo Ripstein. Este tratamiento de la luz y el color, en un encuadre tan significativo como el lienzo del pintor, provoca una impresión visual próxima a los monstruos de Goya; los personajes se mueven entre objetos de otros tiempos, amontonados sobre paredes en las que se palpa la materia, transmitiendo esa sensación de claustrofobia, al servicio de una de las constantes de su cine: la inmutabilidad de la naturaleza del ser humano, aunque en este caso, su protagonista, como el personaje que interpreta Alain Delon en 'Dos Hombres en la ciudad' (José Giovani, 1973), no reinciden de motu propio, sino empujados por un policía intransigente en el caso francés, que consigue, aún a costa de su propia vida llevar al antiguo delincuente a la guillotina, (la pena de muerte es legal en Francia), y por el acoso de una policía corrupta, que extorsiona a los antiguos rateros que se esfuerzan por su reinserción social y por crear familias estables.
Las relaciones con las mujeres de dudosa moralidad se produce en locales en los que el ambiente se puede cortar con unas tijeras, llenos de humo, con hombre abrazados a prostitutas, que les venden su cuerpo por unos cuantos pesos, pero que miran con deseo al guapo, 'El Tarzán', el chulo que se acuesta con ellas y les roba parte de sus ganancias; un hombre miserable, sin escrúpulos para robar a los que son más pobres que él. Tras robar unos abrigos de caras pieles, abusando de una joven criada, se ve privado de la libertad, para saldar sus cuentas con la sociedad; al salir de la cárcel, cumplida su condena, encuentra una mujer honesta, se casa con ella, tiene una hija y desea vivir en paz el resto de sus días. Pero su pasado le va a salir al encuentro y no se lo va a permitir: el policía que tantas veces lo detuvo ahora le exige que trabaje para el y para su grupo de agentes corruptos, a cambio de protección oficial. Toda esta información la suministra sirviéndose de un flashback muy discutible, mientras yace moribundo en la cama del hospital de unos campos de salinas, en las que los presos realizan trabajos forzados y a la que no se hace explícito cómo ha llegado. Lo hace de tal forma que ni logra interesar, ni aportar algo de poesía a una narración sin contemplaciones, lo que no está mal, aunque apenas logra emocionar al espectador y establecer un poco de empatía con este personaje frío y distante, con un pasado muy sórdido; algunos creerán en la reinserción y otros pensarán que es imposible que un personaje como el que ha protagonizado la primera parte de la película actuando como un auténtico canalla, tenga alguna solución. Pero esoya es una cuestión de ideología.
A pesar del título no es un drama carcelario al uso, ya que las secuencias en las que permanece en el campo de trabajos forzados son escasas, y sólo sirven para demostrar por qué 'El Tarzán' ha llegado allí y no ha podido escapar de su destino.
Comentario:
El cine de Arturo Ripstein se caracteriza por un clasicismo propio de tiempos oscuros y ahora estamos pasando por otro túnel de la historia; su estilo triste y de denuncia huye de la exaltación o glorificación de cualquier acción humana, y deja fluir al exterior lo peor de los individuos; cuidadoso especialmente del encuadre, que se sustenta en planos largos y planos-secuencia, evitando la rutina del arte excesivo de cortar y pegar, de las ediciones rápidas, los planos aberrantes y la manipulación desmedida del tiempo,como uno de los recursos lingüísticos para implicar emocionalmente al espectador en su historia. Comienza con una narración lineal, repleta de descripciones de 'El Tarzán', un auténtico calavera, un chulo de prostitutas y un ratero de poca monta; la gama cromática, apenas iluminada con una luz empobrecida nos acerca a las pinturas negras de Goya, fruto de la depresión de uno de los mejores pintores que ha tenido la humanidad y un adelantado a su tiempo, como en su día lo fue Arturo Ripstein. Este tratamiento de la luz y el color, en un encuadre tan significativo como el lienzo del pintor, provoca una impresión visual próxima a los monstruos de Goya; los personajes se mueven entre objetos de otros tiempos, amontonados sobre paredes en las que se palpa la materia, transmitiendo esa sensación de claustrofobia, al servicio de una de las constantes de su cine: la inmutabilidad de la naturaleza del ser humano, aunque en este caso, su protagonista, como el personaje que interpreta Alain Delon en 'Dos Hombres en la ciudad' (José Giovani, 1973), no reinciden de motu propio, sino empujados por un policía intransigente en el caso francés, que consigue, aún a costa de su propia vida llevar al antiguo delincuente a la guillotina, (la pena de muerte es legal en Francia), y por el acoso de una policía corrupta, que extorsiona a los antiguos rateros que se esfuerzan por su reinserción social y por crear familias estables.
Las relaciones con las mujeres de dudosa moralidad se produce en locales en los que el ambiente se puede cortar con unas tijeras, llenos de humo, con hombre abrazados a prostitutas, que les venden su cuerpo por unos cuantos pesos, pero que miran con deseo al guapo, 'El Tarzán', el chulo que se acuesta con ellas y les roba parte de sus ganancias; un hombre miserable, sin escrúpulos para robar a los que son más pobres que él. Tras robar unos abrigos de caras pieles, abusando de una joven criada, se ve privado de la libertad, para saldar sus cuentas con la sociedad; al salir de la cárcel, cumplida su condena, encuentra una mujer honesta, se casa con ella, tiene una hija y desea vivir en paz el resto de sus días. Pero su pasado le va a salir al encuentro y no se lo va a permitir: el policía que tantas veces lo detuvo ahora le exige que trabaje para el y para su grupo de agentes corruptos, a cambio de protección oficial. Toda esta información la suministra sirviéndose de un flashback muy discutible, mientras yace moribundo en la cama del hospital de unos campos de salinas, en las que los presos realizan trabajos forzados y a la que no se hace explícito cómo ha llegado. Lo hace de tal forma que ni logra interesar, ni aportar algo de poesía a una narración sin contemplaciones, lo que no está mal, aunque apenas logra emocionar al espectador y establecer un poco de empatía con este personaje frío y distante, con un pasado muy sórdido; algunos creerán en la reinserción y otros pensarán que es imposible que un personaje como el que ha protagonizado la primera parte de la película actuando como un auténtico canalla, tenga alguna solución. Pero esoya es una cuestión de ideología.
A pesar del título no es un drama carcelario al uso, ya que las secuencias en las que permanece en el campo de trabajos forzados son escasas, y sólo sirven para demostrar por qué 'El Tarzán' ha llegado allí y no ha podido escapar de su destino.
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