Doce hombres sin piedad. Sidney Lumet.
Ficha técnica:
Título original: 12 Angry Men.
País:Estados Unidos.
Año: 1957.
Duración: 96 minutos.
Dirección: Sidney Lumet.
Guión: Reginald Rose, basado en una historia propia.
Dirección de Fotografía: Boris Kaufman.
Música: Kenjon Hopkins
Edición: Carl Lernen.
Dirección artística Robert Markel.
Sonido: James A.Gleason.
Diseño de Vestuario:
Maquillaje: Herman Bucham.
Productores: Henry Fonda y Reginald Rose.
Productor asociado: George Justin.
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Intérpretes:
Martin Balsam : Jurado número 1,
John Fiedler : Junúmero 2,
Lee J. Cobb : Jurado número 3
E.G. Marshall : Jurado número 4,
Jack Klugman : Jurado número 5,
Edward Binns : Jurado número 6,
Jack Warden : Jurado número 7,
Henry Fonda : Jurado número 8,
Joseph Sweeney : Jurado número 9,
Ed Begley: Jurado número 10,
George Voskovec : Jurado número 11,
Robert Webber Jurado número 12.
Imdb.
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Siopsis:
Doce miembros de un jurado deben decidir la culpabilidad o la inocencia de un adolescente acusado de haber matado a su padre. De los doce, once están convencidos de que el acusado es culpable de asesinato, pero uno de ellos duda sobre su participación en los hechos. Durante la deliberación intentará convencer al resto del principio básico de una justicia ciega: In dubio pro reo (En caso de duda a favor del reo).
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Premios:
1957: 3 nominaciones al Oscar: Mejor película, director, guión adaptado
1957: Globos de oro: 4 nominaciones, incluyendo mejor película - Drama
1957: BAFTA: mejor actor extranjero (Henry Fonda). Nominada a la mejor película
1957: 4 Nominaciones a los Globos de Oro: película drama, director, actor y actor sec. (Cobb)
1957: Festival de Berlín: Oso de Oro, Premio OCIC
1957: Círculo de Críticos de Nueva York: 2 Nominaciones
(Filmaffinity)
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Comentario:
Doce hombres sin piedad. In dubio pro reo
Películas como ésta vienen a poner sobre el tapete una cuestión primordial: algunos hombres y mujeres de la actualidad están en un estadio intelectual inferior al de los pobladores de la antigua Roma, aunque para hacer esta aseveración tenga que realizar una fuerte abstracción y pensar tan solo en pro-hombres como Julio César, Tácito o Cicerón y olvidar que, en tiempos oscuros, como en los de la dictadura de Sila (por poner tan solo un ejemplo) y sus famosas proscripciones se colocaban en el foro las cabezas de los 'conspiradores' ensartadas en picas, para advertencia y ejemplo de posibles imitadores. No obstante a ellos les debemos principios de derecho elemental como la famosa máxima de 'In dubio pro reo' (en caso de duda siempre a favor del reo, según la cual el preso no tiene la obligación de demostrar su inocencia, sino los jueces deben dejar en evidencia clara, manifiesta y sin dudas, su culpabilidad (aunque debemos aclarar que hay dudas, como veremos, sobre la cronología de esta exigencia). Este principio elemental de la democracia constituye el bacground del film, que va contra cualquier tipo de linchamiento social, al que algunos son tan aficionados, y especialmente la pena de muerte, entre otras razones, porque además de ser brutal es irreversible. Ayer comentábamos en el blog las nefastas consecuencias que había tenido para dos familias la ejecución de un hombre negro, entre otras razones, porque a los asistentes a este macabro espectáculo no les gusta que las cosas salgan mal y quede en evidencia que los que se colocan del lado de la ley pueden llegar a ser más perversos y calculadores que los propios delincuentes (Monster's ball, Marc Forster (2001). Muchos jóvenes han tenido la suerte de acceder a la idiosincrasia de las democracias antiguas a través de un vehículo de la mayor importancia:el estudio de sus lenguas, que han dejado reflexiones como la que nos ocupa. El 30 de agosto de 2010,en nuestro blog Roma, trabajamos este tema con nuestros alumnos, que esperamos que jamás olviden, y que fue acompañado de la proyección de 'Doce hombres sin piedad' de Sidney Lumet:
"Así pues, uno de los legados culturales más importantes de Roma fue el derecho, y uno de los principios más importantes que lo anima es precisamente el que proclama el In dubio pro reo, es decir, en caso de duda razonable siempre se debe resolver en favor del reo. No hay acuerdo, como en muchos temas sobre su origen; muchos piensan que, tal y como hoy lo conocemos, se prefiguró por los iluministas o ilustrados franceses del siglo XVIII, llamados también enciclopedistas, cuya filosofía se basaba en el triunfo de la razón. Se asocian a estas tendencias los illuminatti, en torno a los cuales se ha hecho cine-forum y se ha debatido durante el curso pasado.
Los sistemas democráticos introdujeron la figura del jurado popular, para que la decisión final no recayera en una sola persona, ya que el derecho es muchas veces interpretativo, pero como veremos en este film de 12 hombres sin piedad de Sidney Lumet, aunque la humanidad avanza en su conjunto, muchos individuos se encuentran en estadios culturales pre-románicos, y no comprenden aún el sistema de normas que el hombre se ha dado para lograr una forma de vida más civilizada y humana.
Doce hombres se reunen para emitir un veredicto sobre un 'presunto' asesino, y deberían ser conscientes de que lo que van a decidir es la vida o la muerte de un hombre. Se procura que la composición del jurado sea aleatoria, es decir, hombres de distinta sensibilidad, cultura y condición social. Ya desde el principio se evidencian las diferencias entre ellos, sobre todo en lo que se refiere a la comprensión de la gravedad del asunto que se llevan entre manos. Se hace una primera votación para pulsar la opinión general y todos menos uno consideran que el reo es culpable; cuando el 'disidente' pide que se debata sobre pruebas, circunstancias procesales, etc., algunos empiezan a quejarse con argumentos como el deseo de acabar pronto para ir a un partido de fútbol, atender su pequeña empresa, terminar pronto...Es estremecedor pensar que alguna vez en tu vida pudieras depender de hombres así.
Pero el hombre que ve las cosas de otra manera, comienza a sembrar dudas, muy razonables, en las mentes de los demás, dudas razonables que les deben llevar a un veredicto exculpatorio. A medida que avanza el conflicto comienza a descubrirse que a la mayor o menor capacidad de comprensión de cada uno de ellos se une algo mucho peor: los prejuicios y los deseos de venganza, ajenos al proceso en curso.
En un momento de máxima tensión, uno de los miembros del jurado dispara un discurso que le aliena el apoyo de los demás: " Como miente esa gentuza es algo innato. Pero, bueno, ¿ es que tengo que recordarlo? Esta es la única verdad, y aún hay más, ni siquiera necesitan una razón de peso para matar a alguien; son borrachos, beben como unos cosacos. De pronto alguien aparece asesinado...No hay que darle tantas vueltas, ellos son así por naturaleza. Todos son violentos. Una vida humana no significa nada para esa gente..."
Ante la cara de perplejidad de los demás, por un discurso que le acaba de incapacitar para emitir un juicio, pregunta: " ¿No he hablado claro?. Le responde otro que hasta ese momento había mantenido una postura muy segura a favor de la condena, pero que había empezado a generar en su interior alguna duda razonable: " Demasiado. Siéntese y no abra más la boca".
Cuando ya sólo queda uno frente a todos, al que no le importan los argumentos cada vez más consistentes, finalmente se derrumba. Su odio al reo se basaba en un deseo de venganza contra sus propios hijos que le habían defraudado, y llorando grita: "Maldigo a todos los hijos por los que das la vida".
El hombre que había cuestionado desde el principio la seguridad de los demás, concluye diciendo que no es fácil desprenderse de los prejuicios que ofuscan la verdad, que quizás nunca se conozca; pero si hay una duda razonable no se puede condenar a nadie. Es preferible dejar escapar a un culpable que matar a un inocente.
Desgraciadamente ocurre a menudo que se condena a gente inocente, a la que nadie puede devolver el tiempo perdido. Pero es verdaderamente alarmante meternos con la cámara de Lumet en el seno de la discusión de un jurado, ya que no podemos hacerlo en la mente de un juez, y es necesario que los jóvenes conozcan este principio, de cuyo origen se duda, pero que se debe guardar como un tesoro de los sistemas democráticos.
Una puesta en escena clásica, racional y tranquila, -doce hombres debatiendo en una habitación-, para una historia clásica: el debate en torno a la culpabilidad o inocencia de un reo que no puede estar contaminado por prejuicios externos y ajenos a la cuestión que se debate. La emoción estará ausente de esta discusión casi escolástica, y sólo hará breves incursiones a través de los razonamientos de los miembros del jurado, pero se evita también contaminar al espectador con imágenes como la que yo he colocado arriba, en la que se nos muestran las manos encadenadas de un preso al que, se puede deducir, que acompañan en su último trayecto hacia su destino fatal los guardias de prisiones. Ni el hombre, ni la acción que lo culpabiliza, ni el padre muerto inclinarán la balanza del que mira hacia un lado u otro. Sólo el principio rector de cualquier democracia: no se puede condenar a muerte a nadie bajo ninguna circunstancia, y menos, cuando cabe la más pequeña sombra de duda. Y siempre la hay, salvo que quien juzga fuera testigo presencial, lo que también adulteraría el proceso. Sidney Lumet nos lega una joya en torno a un discurso que sigue dividiendo a la sociedad.
Una puesta en escena clásica, racional y tranquila, -doce hombres debatiendo en una habitación-, para una historia clásica: el debate en torno a la culpabilidad o inocencia de un reo que no puede estar contaminado por prejuicios externos y ajenos a la cuestión que se debate. La emoción estará ausente de esta discusión casi escolástica, y sólo hará breves incursiones a través de los razonamientos de los miembros del jurado, pero se evita también contaminar al espectador con imágenes como la que yo he colocado arriba, en la que se nos muestran las manos encadenadas de un preso al que, se puede deducir, que acompañan en su último trayecto hacia su destino fatal los guardias de prisiones. Ni el hombre, ni la acción que lo culpabiliza, ni el padre muerto inclinarán la balanza del que mira hacia un lado u otro. Sólo el principio rector de cualquier democracia: no se puede condenar a muerte a nadie bajo ninguna circunstancia, y menos, cuando cabe la más pequeña sombra de duda. Y siempre la hay, salvo que quien juzga fuera testigo presencial, lo que también adulteraría el proceso. Sidney Lumet nos lega una joya en torno a un discurso que sigue dividiendo a la sociedad.
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