El rey Arturo






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Ficha técnica:

Título original: King Arthur.
País: Estados Unidos.
Año: 2004.
Año: 126 minutos

Dirección: Antoine Fuqua.
Guión: David Franzoni, John Lee Hancock.
Casting:Ronna Kress, c.s.a. y  Michelle Guish
Dirección: Slavomir Idziak
Música: Antoine Fuqua
Edición: Conrad Buff,a.c.e., Jamie Pearson.
Coordinador efectos especiales: Neil Corbould.
Coordinador de especialistas: Steve Dent.
Supervisión dirección artística: Anna Rackard.
Decorador del set: Olivia Bloch-Lainer


Diseño de Vestuario: Penny Rose.
Responsable maquillaje: Ailbhe Lemass
Responsable de peluquería: Dee Corcoran.

Productor: Jerry Bruckheimer
Productores ejecutivos:: Mike Stenson, , Chad Oman, Ned Dowd.
Productores asociados: Pat Sandston Morgan O.Sullivan, James Flynn, Paul Tucker, Bruce Moriarty.
Diseño de Producción: Dan Weikl.
Compañías. Productoras: Touchstone Pictures y Jerry Bruckheimer.

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Intérpretes:

Clive Owen: Arthur,
Keira Knightley: Guinevere (Ginebra),
Ion Gruffudd: Lancelot (Lanzarote),
Mads Mikkelsen:Tristan,
Stephen Dillane: Merlin,
Stellan Skarsgard: Cerdic,
Ray Winstone: Bors
Hugh Dancy: Galahad,
Til Schweiger: Cynric,
Ray Stevenson: Dragonet
Ken Stott: Marius Honorius,
Charlie Greed-Miles: Ganis,
Joel Edgerton: Gawain
Sean Gilder: Jols,
Ivano Marescotti: el germano Bishop.

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Sinopsis:

Los historiadores han sostenido durante años que la historia del Rey Arturo era solo un mito, pero la leyenda se basaba en un héroe real, dividido entre sus ambiciones personales y su sentido público del deber. Arthur (Clive Owen) sólo desea abandonar Bretaña para regresar a la paz y estabilidad de Roma. Pero antes, una última misión le lleva a él y a sus caballeros de la Tabla Redonda, Lancelot, Galahad, Bors, Tristan, y Gawain a la conclusión de que tras la caída de Roma, Bretaña necesitará un rey, alguien que la defienda no sólo de la amenaza de la invasión sajona, sino también que les guíe hacia los nuevos tiempos. Bajo la guía de Merlín, y la valiente y hermosa Ginebra, (Keira Knightley) Arthur tendrá que encontrar la fuerza en sí mismo para cambiar el curso de la historia.

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Crítica:

Siempre que Pablo Kurt decide mojarse y hacer la crítica de una película, por razones que se nos escapan, solemos reproducirla entera por su carácter inusual." Si te llamas Pablo Kurt y un día vas a ver "Gladiator" (2000), y te encanta la primera hora, pues te vuelves a casa alabando una forma de narrar las películas de romanos totalmente alejada del cine clásico, elogiando su realismo sucio y lleno de sangre, vísceras y barro, impresionado por su visión desmitificadora y violenta (con el toque de hiperrealidad que inauguró "Saving Private Ryan"). Pero si en vez de Pablo te llamas Antoine Fuqua y eres director de cine, o Jerry Bruckheimer y eres un exitoso productor con tendencia al exceso... pues entonces llamas a uno de los guionistas de "Gladiator" y haces "King Arthur", una apócrifa y entretenidilla historia sobre los orígenes de la leyenda artúrica, intentando plagiar ambientación, ritmo y características del reparto de la oscarizada película de gladiadores. Su principal defecto: efectivamente, que a este interesante realizador todavía le queda mucho para llegar a ser Ridley Scott, y que Clive Owen no tiene el carisma de Russell Crowe. A que tenga un conseguido toque épico ayuda mucho la música de Hans Zimmer, que había compuesto también la banda sonora de... ¿Adivinan? En cualquier caso, "King Arthur" se deja ver, especialmente si es de lo mejor del cine de aventuras de una lamentable cartelera veraniega." Pablo Kurt (Filmaffinity).

Quim Casas encuentra un paralelismo entre esta película y la que realizó Antoine Fuqua el año anterior, 2003, 'Lágrimas del sol", porque, a su modo de ver, en ambas hay un largo viaje con unos personajes que deben ser protegidos y trasladados por otros,  apareciendo en ambos la idea de fidelidad entre los miembros del grupo, lealtad que, según la leyenda, siempre existió entre los caballeros de la Mesa Redonda. Casas se centra en un análisis formal del film y en la impronta que deja en la película David Franzoni, guionista de Gladiator (2000) de Ridley Scott, que ha hecho que muchos consideren la cinta una copia del célebre peplum protagonizado por Rusell Crowe. Para el crítico esta cinta es más telúrica que sus hermanas: "(...) No hay Isolda para Tristán, ni romance entre Ginebra y Lancelot (aunque se insinúa la mutua atracción); no hay Santo Grial que buscar ni Camelot que habitar, son personajes moviéndose por un escenario desnudo,cuerpos atávicos sobre la tierra negra, el musgo o el polvo del camino (...)El Rey Arturo se cierra como los clásicos del cine norteamericano de aventuras (Robin de los bosques, El halcón y la flecha), con una boda tras la batalla, que es además el sello de la alianza entre pictos y britanos, entre Ginebra y Arturo. Fuqua tenía previsto (y rodado parcialmente) otro desenlace con el funeral de Lancelot  y Tristán; aquí, Arturo y Ginebra se cogen sólo de la mano ante las tumbas de sus amigos y el humo negro que simboliza a Lancelot se eleva al cielo, porque él es el narrador de la historia, así que vive eternamente." (Antoine Fuqua. Una cierta mirada al cine de acción. Dirigido por..., Octubre 2014).

David Garrido Bazán ataca por el flanco fácil del film mainstream: " A priori, una película que vuelve una vez más sobre el archiconocido mito del rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda, tan visitado por el cine (y en ocasiones tan bien: véanse si no la fuerza intacta del clásico de Richard Torpe de 1954 o la densidad y magia del "Excalibur" que John Boorman realizó en 1981), no parece una propuesta muy atrayente, por más que la desaforada campaña de marketing que ha acompañado a su estreno insista una y otra vez en que ésta es la versión real, la base histórica sobre la que el mito bien podía haberse sustentado, añagaza tan falsa como común en estos tiempos en los que parece que impera el todo vale a la hora de llevar al público a llenar las salas en masa. De esto sabe mucho Jerry Bruckheimer, avispado creador de millonarios blockbusters y quizás uno de los máximos exponentes de esa casi extinta raza de productores cuyo sello siempre se deja notar muy por encima del director que trabaja como aplicado artesano siguiendo sus indicaciones al pie de la letra. No cuesta ningún trabajo reconocer hoy en día un producto Bruckheimer, pues sus señas de identidad están siempre en primerísimo plano: acción sin descanso por bandera, mínimo entramado argumental que sustente y justifique ésta, montajes acelerados hasta la confusión, vistosos efectos visuales, las indispensables gotas de humor o de amor diseminadas a lo largo del relato y una conclusión previsible tras el indispensable clímax final. Una fórmula tan segura como rentable. Y plana.(La Butaca.net).

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Comentario:

Antoine Fuqua puede que haya cometido un pecado capital al intentar buscar unas raíces históricas, más que dudosas, a cargo de una de las leyendas que ha fomentado la imaginación de tantos lectores desde que fue narrada por primera vez en el siglo XII por Geoffrey de Monmouth (1100-1155), o por tantos otros escritores de la literatura inglesa y francesa de  todos los tiempos, entre ellos el autor de la versión más extendida, 'La muerte de Arturo', Thomas de Malory (1485), en momentos en los que se estaba tratando de dotar a los reyes de un aura mágica y divina, muy desprestigiados desde el fin de la monarquía romana y la implantación de la república. Tanto que los romanos optaron por llamarse césares, emulando el cognomen del famoso estadista, príncipes (de princeps: el primer ciudadano), o emperadores, ( título militar equivalente a nuestro 'generalísimo), por temor a ser defenestrados si se hacían llamar reyes, hasta la irrupción de los bárbaros, que no tenían estos problemas semánticos; asunto que le trae al pairo a Mankiewicz en su película 'Cleopatra', en la que viste de color púrpura, lleva un cetro en la mano y se muestra orgulloso de Cesarión, el hijo que tuvo con la reina egipcia, vestido de igual guisa. Personajes como Tristán protagonizaron magníficas óperas como "Tristán e Isolda" de Wagner (eine handlung o drama musical como lo llamaba el ilustre compositor), y la espada mágica, películas tan bellas y espectaculares como Excalibur, (de Caesar) de John Boorman (1981). Esta situación explica la irrupción de la Mesa Redonda en el mito, que dejaba bien claro que el rey era únicamente un 'Primus inter pares' (el primero entre sus iguales), para amortiguar cualquier susceptibilidad de los poderosos nobles, que ahora son siervos de pueblos sometidos (concretamente Lancelot es sármata y está obligado a servir en el ejército romano durante quince años); el quitar todo origen mágico a la espada que hizo rey al hijo Uther Pendragon, el rey de Camelot, e intentar una explicación objetiva e histórica no carece de interés, pero este esfuerzo no va acompañado de otro más general por recrear una historia al estilo de Ridley Scott, Oliver Stone o Wolfgang Pettersen, que han revolucionado el peplum, a pesar de que fueron muy criticados de la forma en su momento. Ahora empiezan a ser reconocidos como renovadores del género.

Antoine Fuqua pierde la ocasión de explicarnos qué era el Limes y por qué lo levantaron los romanos o qué ocurría y quién habitaba, traspasado el  llamado Muro de Adriano, su prolongación en Britannia. ¿Por qué levantó Roma esos muros, para atacar o para proteger su imperio?. Convertido Arturo en general, tampoco nos explica, como hace el mismo guionista en 'Gladiator' (nombre que coincide en la forma, no en la fonética con el que usaban quienes practicaban esta lucha mortal en latín), que muchos de estos militares de alto rango jamás habían estado en Roma, por muy Artorius que se llamaran. En sus escasas apariciones, Merlin está caracterizado como un jefe picto, responsable incluso de la muerte de lamadre de Arturo,  y no se alude a su condición de Druida, una clase muy culta, que se instruía en la isla de Mona durante más de veinte años, hablaba latín y griego, -no solían escribir-, y eran conocedores de las ciencias más avanzadas de la época, lo que les hacía aparecer como magos a los ojos de las masas que no conocían su verdadera condición, de los que habló extensamente Julio César en el libro VI de 'La Guerra de las Galias' y que han inspirado personajes  cinematográficos y literarios tan atractivos como los jedi de 'La Guerra de las Galaxias' de George Lucas, o el carismático mago  Panoramix, creado por René Goscinny (guion) y Albert Uderzo (dibujo), que con su pócima mágica hacía invencibles a los galos, enemigos sempiternos de los romanos. La última secuencia ubica a los personajes en el monumento megalítico de Stonehenge, dando por sentado que todo el mundo lo reconoce y conoce su significado.

Mapa que incluye el Muro de Adriano, el tramo britanno del Limes o fortaleza defensiva que los romanos levantaron contra las  invasiones bárbaras, que amenazaban el imperio y que obligan al General Arturius a rescatar de la frontera a un noble romano.

Stonehenge y una representación druídica.


También desaprovecha la ocasión de contarnos  quienes eran los pictos (que luchaban con la cara pintada como vemos que hace  Keira Knightley cuando entra en combate), o el papel de las mujeres en las guerras, que lo sugiere por el dominio de las técnicas guerreras que muestra la mujer, que tuvo una memorable predecesora, la reina de los icenos, Boadicea (o Boudica), que puso en jaque a los romanos en tiempos del emperador Claudio; las mujeres se introducían en el estudio como los hombres de todas las ramas del saber conocidas y eran entrenadas para la guerra y sus costumbres eran muy diferentes a las de las matronas romanas, cuyo prototipo era la célebre Lucrecia, cuya violación por el hijo de Tarquinio el Soberbio puso fin ala monarquía. Cierra la película con la imagen de un rey que levanta su espada por la libertad, mientras sus súbditos hincan la rodilla en el suelo. Sólo uno de los caballeros de la Mesa Redonda, Bors (RayWinstone) lo llama Artorius, mientras la masa siguen ensalzando a su monarca, llamándolo 'Arturo', con los puños cerrados. La verdad es que como icono no tiene desperdicio: es incomprensible el que uno de sus 'siete samuráis' le llame por su nombre romano, mientras los otros dos restantes sonríen  condescendientes. ¿Es un guiño de Fuqua a los republicanos, después de semejante exaltación de una monarquía que los norteamericanos desconocen, o sólo una broma para restar solemnidad al momento? Algunas secuencia, como la que muestra la lucha de los 'siete magníficos' con el hijo del jefe de los sajones en el hielo, inspirados en Eisenstein, son brillantes, pero otros, sin embargo, son francamente ridículos. Sólo un año más tarde, John Millius supo aprovechar mejor el carisma de actores como Ray Stevenson, para dar vida a uno de los pocos centuriones de que habla César en sus libros, Titus Pullo,  que aquí aparece como simple legionario, a las órdenes de Lucius Vorenus.

Puestos a molestar a los mitómanos con una revisión de la historia, que pretende contar la historia de un hombre que verdaderamente existió, podría haber aprovechado mejor los elementos que la propia historia, más o menos verídica, le ponía en sus manos, como sí supo hacer Ridley Scott, que nos contó como nadie la vida privada de los romanos. Las arengas militares de Maximo o de Alejandro Magno, de Oliver Stone, son verdaderamente inolvidables y ponen en evidencia la diferente idiosincrasia de romanos y griegos (la estrategia y la disciplina militar frente al valor individual), la de Artorius, dirigiéndose únicamente a sus siete caballeros, en una de las secuencias más oscuras y peor logradas del film es sencillamente ridícula, como lo es la del personaje quejándose al cielo por haber matado a Lancelot en lugar de a él mismo. Son muchos los directores, que procedentes de otros lares, han buscado fortuna en el peplum, y han recibido aplausos pero también más de un azote, como Alejandro y su más que digna 'Ágora', un film sobre Hypatia de Alejandría que nadie había osado jamás abordar. Amenabar se asesoró bien antes de iniciar su proyecto.




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