La conspiración del silencio. Comentario.
(Ficha técnica. Pinchad aquí)
Comentario:
Magnífico film que pone el acento en las responsabilidades criminales de los ciudadanos comunes, aquellos que, terminada la contienda y con un montón de asesinatos a sus espaldas se reintegraron a la vida cotidiana como honestos e inofensivos empresarios y trabajadores, matiz que servía a otros para oponerse a las leyes de recuperación de la memoria histórica, del recuerdo de las víctimas, con el argumento de que todos los niños alemanes iban a crecer creyendo que sus padres eran unos asesinos. Pero esto no era así ni entre los propios alemanes, que se situaban en territorios muy diferentes, ya fuera la resistencia, el reclutamiento obligatorio, las Schutztaffel, las llamadas SS, que eran una organización militar, policial, política, penitencia y de seguridad, o la militancia en el partido nacionalsocialista.
Extender la culpa a toda la población tiene un efecto negativo y es el obligar a muchos ciudadanos a mirar hacia otra parte, a no querer conocer su historia ni la de sus padres, o a sembrar su espíritu de dudas, como le ocurrió al joven fiscal Radmann, magníficamente interpretado por Alexander Fehling. El film tiene momentos de auténtica emoción y, a pesar de las dudas injustas que se vierten sobre el conjunto de la población, reina el espíritu de la reconciliación, cuando vemos a dos alemanes, dispuestos a barrer debajo de las alfombras, -un hijo de un nazi, nacido en 1930, y un soldado, reclutado obligatoriamente y cazador de nazis, terminada la guerra-, comprometidos a cumplir con el ritual religioso fúnebre en Auschwitz y rezar en hebreo por el alma de las dos hijas asesinadas por Mengele en el campo de concentración, cumpliendo el deseo de su padre enfermo.
Como ya dijimos en nuestra anterior entrada la crítica europea y norteamericana ha valorado muy positivamente 'La conspiración del silencio', dirigida por Giulio Ricciarelli. Van Hoeij, (The Hollywood Reporter) la considera una aproximación inteligente a un hecho desconocido; sin embargo Joe Leydon(Variety) define estos acontecimientos como la ambición de un joven fiscal que le empuja a llevar a los criminales de guerra nazis ante la justicia. En España, Javier Ocaña, aunque rebaja su puntuación, le atribuye valores para él incontestables, aunque se parte de una premisa falsa, cuando a mitad de película alguien se pregunta: " ¿Es que quieres que todos los niños alemanes empiecen a preguntarse si sus padres son unos asesinos?”. Esto sucede cada vez que se relativiza la historia y se manipula la realidad: las víctimas de los nazis también fueron alemanes, que bien tuvieron que huir del país, bien fueron asesinados en él o mientras huían; mucho judíos eran alemanes...; al terminar la guerra todos mostraban ignorancia, a pesar de que los hornos crematorios y las cámaras de gas estuvieran cerca de sus casas, porque uno se puede engañar como sucede con el protagonista de 'El niño del pijama de rayas" (Johnn Boyne, 2006).
Todo discurso que permita demonizar a colectivos enteros (políticos, sindicalistas ...) está sentando las bases de un posible genocidio. Javier Ocaña señala que en el llamado Segundo Juicio de Aushwitz, y el proceso de Adolf Eichmann en Jerusales, en el que participó como testigo Hannah Arendt, tanto jueces y acusadores como acusados eran alemanes. Para el crítico de 'El País'la película es "algo añeja en la forma (parece un buen simulacro de gran producción de principios de los noventa), y demasiado mecánica en determinados recursos de guion mil veces utilizados (la forma en la que se revela la pista de las facturas del gas Zyclon B), la película se aleja sin embargo de cualquier maniqueísmo, y su carácter excesivamente expositivo tiene una innegable contrapartida: se convierte en profundamente didáctica. (Responsabilidad colectiva. Diario 'El País', 22 de enero de 2015).LL.Bonet del diario 'La Vanguardia' es más preciso: " un joven fiscal (Alexander Fehling, visto en Malditos bastardos) que en la Alemania de 1958 investiga a antiguos miembros de las SS vinculados con Auschwitz, pero sólo encuentra obstáculos y mentiras en su tenaz investigación. La desmemoria histórica parece ser completa (La conspiración del silencio': Olvido sin perdón, Diario 'La Vanguardia 23 de enero de 2015).
La secuencia final pone de relieve, como ocurre pocas veces en el decurso de la justicia, que no es independiente ni total, la importancia de la acusación cuando se ejerce en medio de tantas dificultades, de un entramado de relaciones de poder difícil de desenmarañar, de complicidades más difíciles todavía de quebrar. Cuando las puertas del tribunal se cierran detrás de los dos fiscales en el juicio celebrado a 17 nazis, carceleros inmisericordes con las víctimas, el público siente que se ha dado un paso importante hacia adelante, aunque se hayan quedado miles de criminales en el camino sin saldar sus cuentas con la sociedad, especialmente la alemana.
El joven fiscal Radmann, triste, desorientado, y hundido, al descubrir que su amado y admirado padre había militado en el partido nazi, tras abandonar la causa, vuelve a ella cuando, al ser contratado por una importante empresa para formar parte de su gabinete de abogados, descubre que no hay forma de escapar de estos seres desaprensivos que, tras librarse de todo juicio, ocupan puestos relevantes en la sociedad. Por fin entiende lo que hasta ese momento no había sido capaz de comprender: que no sólo los políticos encumbrados eran culpables, sino gran cantidad de 'honrados ciudadanos' y el juicio debía celebrarse para que nadie se volviera a escudar en otros y salir indemne del daño causado a los demás a causa de su diferente ideología, religión o color de la piel.
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