Señorita Julia. Comentario.







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Comentario:


Irlanda 1890. Noche de San Juan. Un triángulo amoroso constituido por un hombre y dos mujeres, a los que une y enfrenta su condición social y su pertenencia a un género sexual. Una puesta en escena limitada a un enorme caserón con salidas esporádicas a un bosque cercano,  unas actuaciones teatrales y la demostración definitiva de que estamos ante los mejores actores de comienzos del siglo XXI, son las líneas maestras del film de Ullmann.  Colin Farrell  nos remite a los mejores tiempos de actores de método como Marlon Brando, en películas como 'Un tranvía llamado deseo', (Elia Kazan, 1951) o 'Julio César' ( Mankiewicz, 1953), y lo acerca a otros actuales capaces de someterse a los más duros regímenes de pérdida o aumento de peso, como su homólogo Christian Bale, para adaptarse mejor a su personaje. Junto a él dos actrices como Jessica Chastain, una de las mujeres más versátiles de la actualidad, que se ha paseado por todos los géneros saliendo airosa de los retos que se ha marcado, para mayor gloria de los realizadores que han confiado en ella, y Samantha Norton, que ha ganado peso y gravedad para representar a la puritana y conformista ama de llaves, consciente de su pertenencia a una clase social determinada y orgullosa de no haber traspasado las fronteras de su dignidad, ni hacia arriba, ni hacia abajo. Al frente de todos ellos una mujer, Liv Ullmann, la actriz-fetiche de Igmar Bergman, (protagonista de nueve de sus películas y  madre de una hija del célebre cineasta),  que ha demostrado que su cercanía al maestro no transcurrió en balde y que, casi a sus 80 años, (nació en 1938), nos deja como legado esta película en la que muestra que la rigidez de las barreras, bien visibles, de las clases sociales llegan al ámbito de aquellos que llamamos irracionales, cuando la Señorita Julia ordena a Kathleen hacer abortar a su perra que ha sido montada por el macho de un criado. La influencia del gran dramaturgo, August Strindberg fue determiante en el gran cineasta sueco, realizador de tantas películas que nos han quitado el sueño, (Fresas salvajes, (1957), El último sello (1957), Los Comulgantes (1963), El huevo de la serpiente (1977),  Funny y Alexander (1982)...), que influyó con sus elucubraciones metafísicas sobre dios, el diablo, la muerte, la religión, y todos los demonios que atormentaban a los hombres que hicieron cine en el Norte de Europa, tan fríos como el paisaje en el que apenas brilla el sol y en el que el manto de nieve invita a estas reflexiones interna, en los universitarios de la segunda mitad del siglo XX, y que es un perfectos desconocido para quienes han crecido en el siglo XXI y que se acercan a los treinta años. Bergman se confesaba atormentado por el autor cuya obra adapta Ullmann, Strindberg, (hubo dos precedentes: el de Alf Sjöberg en 1951 y el de Mike Figgis, Miss Julie en 1999), y expresaba de esta forma tan tormentosa, una actitud vital que respondía a su naturaleza torturada, martirizada, angustiada, propia de un hombre oprimido por un sentimiento religioso apocalítico, sus sensaciones encontradas hacia el escritor:"Me ha acompañado toda la vida: lo he amado, lo he odiado y he lanzado sus libros contra la pared. Lo único que no he podido hacer nunca es deshacerme de él".
Pérdida de peso de Colin Farrell para interpretar un papel
 para un film de una película de Tanovic: Triage (2006)

El trabajo de Ullman padece de un pecado original, que puede ser grave en el cine, que es el no haber logrado mantener la misma tensión con una película que fuera auténtico cine y  haber cedido a la tentación de querer captar hasta el más mínimo cambio de registro del hombre en torno al que se articula toda la acción: Colin Farrell. Carlos Boyero  titula su artículo para 'El País' (1) con la expresión de una opinión envenenada: "Para amantes del teatro filmado", un análisis acertado que con toda probabilidad apartó del cine a las nuevas generaciones, pero, sin que sirva de precedente, tiene la virtud, igual como ocurrió con Mankiewicz de acercar la cámara a las posiciones más privilegiadas de los espectadores pudientes que siguen las funciones provistos de sus prismáticos. La fragmentación que impone el cine hace innecesaria esta prótesis mecánica y las cámaras radiografían hasta la  manifestación externa, la expresión gestual d el pensamiento más recóndito de un sirviente al que la sociedad le ha arrancado la inocencia y lo ha convertido en un taimado y resentido producto del antiguo régimen, en el que la pasión y la locura amorosa pesan tanto como el rencor y el odio social hacia quienes han asesinado sus más nobles sentimientos y lo han convertido en un ser desalmado y sumiso, que sólo puede ser libre cuando se quita la librea. Una fortaleza canalla (según expresión de Oti Rodriguez Marchante) que ha entendido y como consecuencia ha sabido trasladar a su público un actor bajito que cada vez se hace más grande y que ha entendido mejor que nadie la esencia de esta función, una opinión con la que estamos totalmente de acuerdo. (2)



Mrs. Julia hace un análisis del mundo que les tocó vivir a hombres reflexivos como August Strindberg en la segunda mitad del siglo XIX, época de grandes pensadores; el literato nació en 1849, cuando Europa estaba convulsionada por una revolución (1848), en la que participaron activamente Marx y Engels, y en la que se sentaron las bases de la socialdemocracia europea, que convirtió nuestro continente en el más habitable del mundo. Estos hombres supieron ver y trasladar a sus escritos los odios y rencores que genera una sociedad patriarcal de blancos, que alumbró enfrentamientos durísimos entre las dos grandes clases sociales en que Marx dividió a la sociedad, e incluso dentro de ellas, en las que los hombres se desgarraban y se desgarran para ascender en su propio grupo, una lucha que conlleva la rivaliad entre el hombre dominante y la mujer sumisa. Liv Ullmann actualiza las teorías feministas  que plantean cierto revisionismo del esencialismo feminista y enfrentan conceptos como 'mujer versus mujeres, a cuyo frente se colocan pensadoras como Teresa de Lauretis que intenta deconstruir el dogmatismo imperante, entendiendo que se debe contemplar el sujeto constituido no sólo en torno al género, sino en las relaciones de clase y raza, no unificado sino múltiple, no sólo dividido sino contradictorio. (3) También aquí entra al trapo Liv Ullmann y logra que estas ideas nos lleguen a todos con toda clarividencia.





John y Julia pertenecen a diferentes clases sociales y la cultura dominante y los hábítos inciden en su manera de ser: humilde en apariencia, arrogante y resentido en el fondo, fascinado y seducido por la riqueza que representa Julia y deseando su humillación, él; altiva y orgullosa, dominante, pero frágil, ignorante, brillante por fuera, sucia (en el  sentido figurado y literal) por dentro y por fuera, ella, y a la vez débil ante el amor, que las clases inferiores practican con mayor intensidad porque no disponen de todo el día para el galanteo. Los sueños de él y los sueños de ella caminan en direcciones opuestas: ella se ve en lo alto de una columna sin poder bajar; él intenta subir a la copa de un árbol, donde reside el ave que pone huevos de oro, sin lograrlo. Collin Farrell va cambiando el registro facial y el lenguaje corporal sin apenas transición provocando una inseguridad cada vez mayor en quien sólo quiere que la amen y la traten bien, sin percatarse de que cuando ella ordena no es amable sino imperativa y provoca el miedo de sus siervos de ser arrojados a los caminos, sin recomendaciones, hasta morir de hambre. Este terror provoca en las masas el mismo sentimiento contradictorio de admiración/rencor,  hasta tal extremo que la catártica noche de San Juan, John y Kathleen cierran las puertas del castillo ante el temor a que la chusma haga daño a la señorita a la que temen tanto como odian. En medio del criado y la señorita, la novia del sirviente ambivalente, que encarna tanto al Doctor Jekill como a Mr. Hyde, la rígida y clasista Kathleen, cocinera, y ama de llaves, en cuya cocina se producirán los hechos más trascendentes, de gran carga simbólica. Esta mujer, consciente de su lugar en el mundo, es la mayor censora de todos aquellos que intentan romper las reglas del juego en cualquier dirección, tanto hacia arriba como hacia abajo, una actitud que la convierte en la máxima sustentadora del sistema de clases vigente, representante de esa clase media que acababa de ganar una revolución y se estaba asentando como la nueva clase dominante en aquellos momentos y que en pleno siglo XXI sigue mostrando un gran respeto por los escasos restos de la escasa nobleza que se extingue, haciendo visible la misma reverencia y servilismo que la estricta criada. Pero tanto ella como su amado John tampoco aceptan juntarse con los que consideran inferiores a ellos, a los que tratan de 'chusma' ingrata e hipócrita; El hombre siente una atracción fatal por la 'Ofelia' del trío, pero a la vez lo domina la solidaridad de clase con su novia y compañera de trabajo Kathleen, una realidad de la que nadie podía escapar ni soñando.  Liv Ullman demuestra que las diferencias de clase son tan grandes como las que separan a los hombres de las mujeres, y esta situación se da tanto en el Norte de Europa, de donde procede la realizadora, como en cualquier otra latitud del mundo, por lo que traslada la acción a un país del centro del viejo continente, del que su situación insular lo aisla como ocurre con la Gran Bretaña: Irlanda.




Recomendamos este film, especialmente a las nuevas generaciones, a las que apenas conocen a autores como Bergamn, ya que acercarse a su cine es un acto de voluntad, debido a la escasa oferta de las salas y los medios de comunicación y, aunque sea cierto, como dice Boyero, que el teatro es una manifestación artística en franca decadencia, ( aunque no sólo es un lujo de las minorías cultivadas, sólo hay que ver las carteleras de países como el nuestro), porque el cine ha incrementado las posibilidades de percibir hasta las expresiones más insignificantes de los sentimientos de los personajes, gracias a la fragmentación que forma parte de la esencia del lenguaje cinematográfico, sin necesidad de apoyarse en los clásicos prismáticos, y, en ocasiones como ésta, se nos permite ser espectadores privilegiados del trabajo de estos tres grandes actores que demuestran que todo tiempo pasado no fue mejor. Sólo los ciudadanos de las grandes urbes culturales de los siglos XX y XXI, cuya lengua, el inglés, se ha convertido en universal merced al desarrollo de la ciencia y la tecnología allí donde este idioma es su lengua materna, - metrópolis europeas  como Londres, y norteamericanas, como New York- , tienen la posibilidad de  ver a  actores de la talla de los que vemos en este espectáculo al que Noël Burch llama 'el teatro de los pobres',  representando historias como ésta, en vivo y en directo, en los grandes estrenos teatrales de Broadway  de Manhattan o el West End de la ciudad del Támesis. Mas el teatro de los pobres ha evolucionado, libre de trabas y cánones, hasta tal extremo que ha acabado por reducir a su predecesor a un espacio residual y simbólico, que proporciona un placer residual: contemplar de cerca a los mitos.




Liv Ullmann con Collin Farrell.





(1) Carlos Boyero. "Para los amantes al teatro filmado". Diario 'El País', 12 de diciembre de 2014.
(2) (Lluís Bonet Mojica. "La Señorita Julia": Cuando el teatro es gran cine. Diario 'La Vanguardia, 12 de diciembre de 2014).
(3) Oti Rodriguez Marchante.  "Crítica de la Señorita Julia": Colin Farrell desentraña a Strindberg. Diario ABC, 12 de febrero de 2014). Impronta de los uniformes.
(4) Dina de Lauretis. La tecnología del género. Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo. Madrid. Horas y horas, 2000.



 

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