El niño de Mâcon. Peter Greenaway







Ficha técnica:

Título original: The Baby of Mâcon.
País: coproducción  de Reino Unido/ Bélgica/Holanda y Alemania.
Año: 1993.
Duración: 122 minutos.

Dirección: Peter Greenaway.
Guión: Peter Greenaway.
Casting director: Aby Cohen; casting audiencia: Edith Hazeleback.
Dirección de Fotografía: Sacha Vierny.
Música: piezas clásicas de Corelli, Monteverdi, Purcell.
Edición: Chrys Wyatt.
Director de arte: Wilma Schumann.
Decoración el set: Abi Cohen,

Diseño de Vestuario: Dien Van Straalen.
Maquillaje: Sara Meerman.

Productores: Kees Kasander.
Co-productor:Ives Marmion.
Productor asociado: Roland Wigman.
Productor ejecutivo: Denis Wigman.
Diseño de producción: Jan Roelfs y Wen Van Os.
Compañías. Productoras: Newvision, Allarts en co-producción con UGC-La Sept en asociación con Cine Electra II, Chanel Four, Filmstintung Nordrhein Westfalia, Canal  +.

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Intérpretes:

Julia Ormond: hija,
Ralph Fiennes: el hijodel obispo,
Philip Stone: el obispo,
Jonathan Lacey: Cosimo Medici,
Don Henderson: el padre confesor,
Yeff Nuttall: el mayordomo,
Kathryn Hunter: segunda partera,
Gabrielle Reidy: tercera pqartera,
Jessica Stevenson: primera partera,

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Sinopsis:

Un film que describe la corrupción en todos los niveles, - económico, social, moral -, y narra la historia de un niño que nace de una mujer que se supone virgen, lo que desata una cadena de especulaciones. Parte de la representación de una pieza religiosa en un teatro de la ciudad de Macon, donde hay una especie de epidemia de esterilidad durante 1650. Una joven explota a su hermano pequeño , convirtiéndolo en un icono de santidad y vive de las donaciones que recibe.


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Comentario:

Considerada una de las películas más atractivas a nivel visual de Peter Greenaway, la controvertida 'El niño de Mâcon' es una obra atroz, revulsiva y que se sirve del metalenguaje narrativo y audiovisual con una puesta en escena teatral, un drama en tres actos, que se representa ante un público que forma parte de la propia función, dentro de otra función de la que los verdaderos espectadores somos nosotros. Un personaje a modo de un 'deus ex machina' de la tragedia clásica, un diosecillo repugnante, advierte a los hombres y las mujeres presentes en la ficción y en la realidad que dejen de divertirse en el lecho de nuevo, como hacían en la época del esplendor en la hierba, ya que la copulación es un asunto serio y sus frutos son la enfermedad y la tristeza. Cada vez que el relato llega a un momento climático pronuncia una palabra a modo de sentencia: valor.

Peter Greenaway consigue hacer que nos sintamos molestos mediante la concatenación  de imágenes soeces, morbosas, enfermas, groseras e incluso viles, al devolvernos la peor imagen de nosotros mismos, sumergidos en un charco de inmundicia, descompuestos, putrefactos desde la cúspide hasta la base y esperando un mesías que nos libre de la corrupción que recorre transversalmente a todas las clases sociales e instituciones laicas y religiosas. Se ceba en especial en la iglesia y su grey,  cínica, descreída, que inspira a las parteras, procedentes del populacho, expresiones como gárgolas, mandrágoras y gusanos. En este contexto de esterilidad intelectual, moral y física, nace un niño de una madre fea y vieja, a la que cubren la cara para poder soportar la idea, circunstancia que aprovecha su hija virgen para ocupar el lugar sacrílego que le corresponde en la nueva familia sagrada, nacida con un objetivo mercantilista: enriquecerse repartiendo bendiciones a cambio, no del diezmo medieval, sino de proporciones de la producción del pueblo llano mucho más onerosas para las clases más desfavorecidas.

Las jerarquías religiosas y las clases elevadas (¿nobleza? ¿burguesía enriquecida?) muestran un aspecto decadente, barroco, recargado, con grandes pelucas y recargada indumentaria, inmersos en ritos refinados e incluso relamidos que ofenden al gusto y elevan al niño a la condición de los santos que resplandecen en las recargadas capillas de las iglesias, adornado con elementos de nombres rimbombantes, como la corona de la 'potencia' en hierro, resultado de fundir los anillos de boda de los mártires y los broches de las viudas; abalorios de cristal de la pobreza, capa de Nabucodonosor..., para provocar la adhesión inquebrantable y el fervor sin límites del populacho, una masa de personajes patéticos, rocambolescos y prototipos de la degradación humana que representan.

Una combinación de lo lúbrico y lo sagrado espantosa, que nos muestra los sótanos del esplendor abigarrado que brilla en la superficie, donde desciendo la hija y a la vez madre putativa del niño dios. "El marido y la esposa, la nodriza y la puta  son presas inconciliables entre las sábanas haciéndose siempre la guerra. El mundo encerrado en una cama" (dice la voz en off). Mientras, el pueblo se encuentra encerrado en ghettos absolutamente infranqueables, en los que las ordeñadoras son a su vez hijas de ordeñadoras y serán, cuando puedan tener hijos, madres de ordeñadoras. La condición para que este mundo permanezca estable es que la joven virgen que ha decidido entregar su vida al niño adorado por todos, debe ser virgen hasta la muerte; la aparición del obispo y su hijo, interpretado por Ralph Fiennes romperá el equilibrio y desencadenará la tragedia. Un joven que no cree en la virginidad de la supuesta madre, porque su realidad choca con la verdad científica, del mismo modo que sus ideas son incompatibles con la creencia en un dios científico.

Cuando esta mujer, sin nombre, interpretada por Julia Ormond, que ha desempeñado el papel de madre y ha defendido su negocio con el argumento de que es la Iglesia quien ha creado el icono de madres vírgenes con niños nacidos de su vientre, y ella sólo ha puesto la fe, es defenestrada por una serie de designios divinos que deciden castigarla por abandonar su voto de castidad, el niño cae en manos de los jerarcas religiosos, que explotan al pequeño como nunca antes lo había hecho la mujer embaucadora y herética. La muerte del hijo del obispo será castigada de forma espeluznante. No vamos a desvelar este final, aunque sí diremos que el cartel que anuncia el film adquiere un significado bien diferentes antes y después de ver la película. Pero sí queremos reflexionar con Greenaway sobre algo que vemos con frecuencia y jamas nos habíamos planteado: todos hemos visto las reliquias que se conservan en muchas iglesias, que son restos de hombres y mujeres a los que 'dios' dotó de santidad, en urnas, en las que se conservan brazos, dedos, manos, prepucios..., momificados (no huesos) ¿Cómo se han obtenido estos trozos de cuerpos descuartizados? El cineasta británico formula una respuesta visual espeluznante. Desde que la Iglesia se hizo cargo del infante, todos sus fluidos corporales (orina, lágrimas, sangre, aliento) han sido extraídos de su cuerpecito y vendidos en pública subasta al mejor postor.

Terminada esta función del gran espectáculo del mundo, se nos advierte de que lo que hemos presenciado es sólo una actuación religiosa con música. Los coros de pobres se lamentan de lo que han perdido por la codicia de la Iglesia y el público, bajado el telón, tiene que soportar el shock, la conmoción cerebral que le ha producido un paisaje abigarrado de indecencia, falta de ética, excesos de un 'Fellini' sin Nino Rota que introduzca una nota amable, de  un cineasta ácido, cínico y corrosivo, que no tiene el más mínimo interés de ser complaciente con su público, ni enviarlo a casa 'bien content', sino 'bien amargado' y reflexionando sobre sí mismo, su honestidad, su decencia y su falta de culpabilidad en la creación de un mundo tan terrible.

Podéis ver este film en Youtube; es posible que no halléis otra forma de hacerlo.







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