Expediente Warren: El caso Enfield. Comentario del blog.





Cartel, ficha técnica, sinopsis, críticas. (Pinchad aquí)


Crítica:


James Wan vuelve a dirigir una de sus impactantes producciones (la última fue Fast & Furious 7, 2015), y lo hace incorporando iconocgrafía nueva, conservando ciertas encarnaciones de carácter sobrenatural e  integrando otras, producto de los monstruos que anidan en nuestra psique,  de nuestros miedos ancestrales, a los que según la receta de los demonólogos, representados en la saga por Ed y Lorraine Warren sólo podemos desterrar plantándoles cara; lo mismo ocurre con la forma, el estilo de narrar este historia de gran rendimiento entre el público, en la que el autor abandona la deconstrucción de los elementos del género, los planos subjetivos inquietantes desde el interior de la casa, la percepción de los armarios como refugio de los monstruos, sustituidos por otros trucos también impactantes, lo que pone en evidencia la capacidad del director malayo para crear la ilusión del terror. Hay, sin embargo, una constante: la estructura de las viviendas, que pierden el aspecto gótico de la casa encantada o embrujada de  'El expediente Warren: The Conjuring' (2013), que evoca  'Terror en Amityville', dirigida por Andrew Douglas en el año 2005, y su predecesora en el tiempo, dirigida por Stuart Rosenberg, 1979.





Sin embargo, y de forma llamativa, reproduce el escenario de su célebre y magna saga 'Insidious', en la que el salón, situado en la planta baja, se abre al resto de la casa  a través de un enorme vano que sustituye al muro, rematado por un inmenso marco, que en este caso, como el resto de la casa (paredes, muebles, ladrillos, barandillas, escaleras, grifería, ropa de cama...),  marca una enorme distancia con aquellas películas en las que los inquilinos de la casa eran miembros de una clase media boyante, inmersos en una pesadilla de viajes astrales que arrastraban penosamente desde el pasado. Es, precisamente, este ambiente sórdido, pobre, dominado por la escasez, que conecta con el miedo del hombre actual,( inmerso en una crisis de la que nadie sabe salir), de caer en una situación parecida a la que padece la familia monoparental, a cuyo frente se encuentra una mujer débil, Peggy Hodgson, interpretada por Frances O'Connor, un miedo tan real como el de los fenómenos de poltergeist que son frecuentes protagonistas de las películas del género.  Es imposible saber qué produce más miedo en el nivel  subconsciente del espectador, si el hecho de que un sillón se mueva, o el deterioro que muestra dicho mueble, al que con frecuencia va a parar un mando a distancia tan primitivo que, a pesar de que parece corresponder a la tecnología de 1977, muchos de los espectadores no habían visto jamás. 




La salida al exterior de este 'hogar', en cuyos pasillos está instalada una especie de tienda de campaña para los niños pequeños, que evoca la de 'El sexto sentido' (Night Shyamalan, 1999), que funciona más como la cueva de un orco que como un lugar lúdico para los más pequeños, libera al espectador de la opresión constante, y aunque el cielo se torne gris, las calles se inunden y se embarren, incluso el pequeño espacio de expansión de los vecinos donde están instalados unos columpios (recurso muy utilizado en el género), se ven de forma mucho más lúgubre desde el interior de la casa. La miseria, la pobreza, la sospecha de que la familia pueda montar estos cambalaches para participar en programas sobre temas paranormales de TV y de esta forma aliviar sus problemas económicos, una postura que mantiene la psicóloga de la colectividad designada para seguir de cerca el caso, se cierne en el ambiente, hasta tal extremo que  Peggy Hodgson sólo logrará el apoyo y el consuelo de la Iglesia, que, tan cauta como el resto de las instituciones públicas, utilizará a los demonólogos como intermediarios, con el objetivo de evitar ser acusados de demagogos y propagandistas, si al final todo resulta ser un fiasco. Crucifijos de todas clases presiden cualquier rincón de la casa, en especial la habitación que ocupan las niñas y en las que se realizó  el conjuro, y uno de estos objetos, el que lleva en su cuello Ed, se convertirá en un talismán contra el miedo.




De este modo, el propio Wan se sitúa a mitad de camino entre la saga Insidious, en la que los afectados llevan los demonios allá donde van, y los actores se mueven en unos decorados que nos hacen ver que los demonios pueden residir en cualquier casa, da igual que sea burguesa o depauperada, y con independencia de las creencias de aquellos que las habitan; que el vehículo de estos seres sobrenaturales, en este caso demonios que utilizan los espectros de los muertos, suelen ser los niños, seres en los que la ausencia de moral intrínseca con que nace y crece el cachorro humano hasta recibir sus primeras nociones, no tienen conciencia de lo que es bueno y lo que es malo, convirtiéndose en receptáculos idóneos de seres diabólicos y malignos. Un constructo que ha ocasionado y ocasionará el terror de los adultos que se sienten atraidos por estas historias terroríficas que barajan la existencia de un mundo que está más allá del nuestro, al que vamos después de morir, lo que implica una fuerte presencia de la religión como reparadora de los daños que provoca el maligno entre los seres vivos, susceptibles de ser atrapados por ellos.

Un divertimento para los amantes del género que no ha logrado asustarme del mismo modo que sus trabajos anteriores, una apreciación que no deja de ser subjetiva, y producto de una primera impresión, a la que se ha unidos la sensación desagradable de ver el film en un cine en el que murió una mujer cuyo cadáver fue hallado siete días más tarde, cuando el olor era insoportable, y que muchos lectores de prensa recordarán y los espectadores tenían presente, aunque el deseo de ver una película de Wan se impuso finalmente al recuerdo reciente de esta tragedia.


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