Los duelistas. Ridley Scott. Comentario.




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Comentario:


Hay dos cosas que reclaman la atención en la opera prima de Ridley Scott: la primera y más llamativa, que cuando George Lucas  ya había estrenado su Guerra de las Galaxias, el realizador de Alien y Blade Runner optara por un film tan clásico en su modo de representación, y que presentara a los certámenes internacionales una película de un género tan tradicional como el de aventuras de capa y espada, aunque en cierta medida  ecléctico, si bien a muchos les sube la adrenalina con estas correrías preñadas de peligro y un sentido del honor tan masculino. Esta película tiene, por otra parte, muy poco que ver con el cine que el director ha  hecho después. Una bella fotografía y unos actores  de la categoría de Keith  Carradine Harvey Keitel, o Albert Finney , hacen notorio un film cuyo mayor interés radica en la obsesión compulsiva del personaje que interpreta Harvey Keitel, de batirse en duelo con cualquiera, hasta que encuentra una diana perfecta para sus fijaciones en el noble D'Hubert, hasta que lo acaba aburriendo.

Este juego del gato y el ratón, del perseguidor y el perseguido mantiene la tensión del film de principio a final sin solución de continuidad, de tal forma homogéneo que apenas se advierte la estructura en tres actos reparadores. ¿Qué mueve a Feraud a no encontrar la paz hasta que mate a su oponente, arriesgando su propia vida? Lo cierto es que no queda muy claro a qué obedece este trastorno obsesivo convulsivo, si al rencor social que puede anidar en su pecho o al capricho de un hombre que sabe que cuenta con el apoyo de sus camaradas militares para cometer sus excesos. Poco importa que D'Hubert, un auténtico caballero, (de eso va la película), le salve la vida cada vez que tenga ocasión. Su contrincante aprovechará esta circunstancia como si una deidad le diera una nueva oportunidad de abatir al caballero.

Un film interesante, en el que Ridley Scott retrocede en el tiempo y cambia las 'malas calles' de Scorsese por los montes por los que avanzan los ejércitos napoleónicos, combatidos por las tropas nacionales de los países que se anexiona. En el fondo subyace la misma macarrería en el personaje interpretado en ambas ocasiones por Harvey Keitel; apoyado en su grupo, intenta cubrir las apariencias con una vida digna y un comportamiento ejemplar, que, sin embargo, comete el error de no aceptar su incapacidad para romper esta situación, de la que no es en absoluto consciente lo que supone un grave obstáculo no sólo para sus planes vitales sino para su propia conciencia que no admite su ofuscación.




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