Aquella casa al lado del cementerio. Lucio Fulci.





'NESSUNO SAPRÀ MAI SE I BAMBINI SONO DEI MOSTRI O I MOSTRI CONO BAMBINI'.  Henry James

(NADIE SABRÁ NUNCA SI LOS MONSTRUOS SON NIÑOS O LOS NIÑOS SON MONSTRUOS)



Ficha técnica:


Título original:Quella villa accanto al cimitero.
País: Italia
Año: 1981.
Duración: 86 minutos aprox.

Dirección: Lucio Fulci.
Guión: Dardano Sacchetti, Giorgio Mariuzzo  y Lucio Fulci;  argumento de Elisa Livia Briganti
Dirección de Fotografía: Sergio Salvati, a.i.c. Color: Luciano Vittori.
Música: alter Rizzati; edición: deaf,s.r.l.
Edición: VincenzoTomassi, a.m.c.
Efectos especiales: Gino de Rossi.
Atrezzo: Rodolfo Ruzza.

Puesta en escena y vestuario: Massimo Lentini.
Modista:Bertilla Silvestrin.
Peluquería: María Pia Crapanzo.

Diseño de producción: Massimo Lentini.
Productores: Fabrizio de Angelis para Fulvia film,s.r.l. Roma

Intérpretes:


Katherine MacColl: Lucy Boyle,
Paolo Malco: Dr.Norman Boyle,
Ania Pieroni: Ann, la niñera,
Giovanni Frezza: Bob Boyle,
Silvia Collatina: Mae Freudstein,
Teresa Rossi Passante: Mary Freudstein,
Dagmar Lassander: Laura Gittieson,
Giovanni de Nava: Freudstein.
Daniela Doria: Primera víctima,
Giampaolo Saccarola: Daniel Douglas,
Carlo de Mejo: Sr. Wheatley,
Elmer Johnson: Cuidador del cementerio,
Ranieri Ferrara: Víctima,
Lucio Fulci: Profesor Müller.

Sinopsis:


Norman Boyle, un académico y padre de familia que reside en Nueva York, es asignado para investigar el extraño suicidio de un científico, compañero suyo, llamado Dr. Peterson. Lo único que Norman sabe es que Peterson se traslado a un viejo caserón de Nueva Inglaterra junto a su amante, para investigar a su antiguo dueño, un tal Doctor Freudstein, y que al final, Peterson mató a su amante y acabó ahorcándose.

Comentario:


Se puede aseverar sin intención de molestar demasiado que es una película que muestra al director italiano, uno de los maestros del giallo, Lucio Fulci, más comedido de su filmografía, más próximo al esteticismo de Dario Argento, pero caminando siempre por el terreno de lo fantástico y sobrenatural, dejando de lado el thriller psicológico del realizado de Profondo Rosso, que juega con el espectador, pero que se muestra respetuoso con un background o que tiene más que ver con el suspende policiaco y el serial killer. A veces no son tan fácil de deslindar ambas dimensiones.

Fulci nos advierte desde la primera secuencia de que va a jugar con dos universos diferentes que van a conducir a la cuestión que plantea al final, basada en una reflexión de Henry James. Las graves contradicciones son fruto de la diferente perspectiva del que mira. ¿Por qué Ana es tan extraña? ¿Estuvo alguna vez en esa casa  Norman Boyle, según aseguran algunos personajes secundarios? ¿Por qué hay una fantasma, la viuda del Doctor Freudstein (curioso y evocador nombre) que se lleva a los niños ? Desde que se inicia el film,  Fulci pone las cartas boca arriba y el espectador es consciente de que la historia no es como se la cuentan, que, aunque hay muchos detalles que parecen contradictorios o atribuibles a fallos de raccord, es posible que no sean tales. Lo único cierto es que Fulci no tiene la menor intención de ayudar al espectador a solucionar sus propias contradicciones. Si nos aferramos al que parece el error más evidente, una fractura en la lápida que lleva el nombre de Freudstein, que unas veces está y otras no, habrá que preguntarse por qué y no despacharla como un simple error técnico.

El film es relativamente tardío;  el director (llevaba trabajando desde 1959), e incluye un homenaje a la obra maestra de Peter Medak, 'Al final de la escalera', en la figura de la casera que se empeña en alquilar una casa en la que ha ocurrido una tragedia, o ha vivido alguien muerto en trágicas circunstancias, un estereotipo que invadió las pantallas desde los primeros momentos del cine, (The Gost and Mrs. Muir de Joseph L.Mankiewicz, 1947, sin ánimo de aterrorizar, pero si de asustar un poco a un público no acostumbrado a entender la ficción cinematográfica). Deconstruye los elementos del género: casas encantadas, muñecos terroríficos, objetos que asustan porque pertenecieron a niños que ya no existen, al menos en este mundo, casas con grandes recovecos que asustan a cualquiera, siniestros sótanos que ocultan a grandes monstruos (reales y ficticios), enormes cuchillos, antepasados de los que usaron los maestros del shlaser y el splater, y unos protagonistas pertenecientes a la raza que ahora se llama caucásica, para evitar ponerle color, siguiendo el patrón que se aplica a los negros, a los que se llama afroamericanos, lo sean o no, una muestra más del complejo de culpa que nos legaron los traficantes de esclavos. Las miradas pálidas y cristalinas,de hombres, mujeres o niños, asesinados en primerísimo primer plano, dotan a la imagen de un constrastado colorido, en el que la gama cromática fría denota con muchísima más virulencia el significado de los fluídos rojo intenso que emana de sus cuellos inmaculados, al ser atravesados por el acero.

Un médico de origen, que se dejó morir al no tratar su diabetes, es muy aficionado a mostrar en primer plano la descomposición de que es objeto el cuerpo humano cuando su propietario pierde la vida. Y, aunque en esta ocasión, no parece tan predispuesto a mostrar las vísceras, ni los cerebros que escapan de las cabezas aprisionadas por los zombies, hasta hacer salir su contenido como el dentífrico sale del tubo cuando lo presionas, no olvida satisfacer a quien busca la diversión que provoca el desmadre y nos ofrece una secuencia que no decepciona a sus fans. Se preguntan algunos por qué acude Norman Boyle con su mujer y su hijo a la casa donde su predecesor mató a su compañera y qué iba a investigar. De entrada no se nos dice por qué ambos trabajan en torno a la historia del Doctor Freudstein, pero si estamos dispuestos a pasar un buen rato podremos coincidir en que no es anormal que Boyle hubiera visitado alguna vez a Peterson, que hubiera conocido allí a Ann, que hubiera establecido relaciones extraconyugales con ella, y que ésta fuera vista por su mujer con extrañeza y desconfianza, ni que ambas se cruzaran fieras miradas. Por otro lado, el hecho de que la casa esté al lado de un cementerio no parece ser motivo de preocupación de tantos miles de hombres que viven en estos lugares y que la primera imagen que ven al despertarse y abrir su ventana son las lápidas de los muertos, que acaban desacralizando.

Exige más esfuerzo imaginar, fuera del contexto de un film de terror, que un niño establezca conexiones con una chica que aparece en la ventana de una fotografía (primera secuencia; no hay spoiler). Es aquí donde se exige al espectador que abandone su escepticismo frente a la posibilidad de que haya dos dimensiones que no se encuentran jamás: una 'real' y otra 'sobrenatural', y que conviva con ellas con naturalidad; el espectador ve al niño cohabitando constantemente con una chica algo mayor que él que sólo él ve, sin que este hecho le produzca perturbación, porque ha aceptado las reglas del juego de Fulci. Cuando llegamos al final, tras aceptar como algo cotidiano la relación entre Mae y Bob durante 86 minutos no puede mostrar extrañeza. Es posible que 'Aquella casa al lado del cementerio' sea, en contra de lo que parece, una de las mejores películas de su autor.




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