Un saco de canicas. Crítica.








CRÍTICA:



Hay algo que dice Fausto Fernandez, quien con un edulcoramiento romántico muy pastoso intenta inducir al público por la nostalgia más pastelera en su tagline, que habla de 'Pequeños Ulises de vuelta a Itaca', en relación al viaje más doloroso que alguien pueda emprender, y, especialmente, si ese alguien es un par de preadolescentes, separados por los monstruos de sus padres y hermanos y  lanzados a la aventura más terrorífica que se pueda imaginar, por tierras, poblados y otros lugares que descubren terriblemente que sirven para esconderse de unos fantasmas, cuya existencia desconocían, a los que ven, desde sus modestas trincheras, asesinar a familias enteras, por el simple hecho de ser como ellos y resultar fácilmente identificables por la circuncisión. Acaba comparando el film, muy duro, pero sin llegar a los niveles de Louis Malle, con 'Adiós muchachos', un título con un resultado bien diferente, en el interior de un colegio de religiosos que se jugaron la vida por salvar a niños judíos y llegaron hasta donde pudieron. No sabíamos qué sucedía en el exterior, pero entendemos que algo muy cruel cuando los sacerdotes se jugaban la vida. Solo acierta el crítico cuando habla de la inocencia perdida, emblematizada por una vieja canica que avanza en el plano hasta quedar parada ante las narices del espectador,  la traición, el miedo, la culpa, la solidaridad y la supervivencia en una road movie donde hay instantes para el odio, el amor (el médico que encarna Christian Clavier) e incluso el perdón (la familia colaboracionista). 1




El problema reside con frecuencia en la capacidad de los ciudadanos de ver el riesgo de ruptura de la cohesión social antes de que se produzca, de ver qué miembros de la colectividad se empoderan y atemorizan al resto, para luego no tener que comprobar que después de tanto terror, tanto abuso, tanta muerte, vencido el opresor, todos aquellos a los que el miedo había replegado en sus casas, salgan en masa a la calle y reclamen justicia. Se ha denunciado que muchos de estos ciudadanos no se enteraron de nada, aunque tuvieran junto a sus casas hornos crematorios que funcionaron a pleno rendimiento en la solución final, muchos de los cuales se acogieron a los reglamentos militares, a la cuestión de la obediencia debida, y encontraron una justificación teórica de primer orden en filósofos como Martin Heiddeger o Hanna Arendt y sus teorías sobre  la banalidad del mal. De todos los nazis que causaron tanto dolor, solo unos pocos fueron juzgados, la mayoría condenados a penas que hoy parecerían miserables, y unos pocos sentenciados a muerte. Mas todavía hay quien, en España, cuando oye hablar de Hitler, Mussolini y Franco, formando un trío inmisericorde,  abandona el cine.





Un film que probablemente hay que hacer, pero que resulta doloroso, aunque obliga a todos a reflexionar, no en el pasado, sino en el presente.


1. Una bolsa de canicas. Fotogramas.




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