El veredicto (La Ley del Menor). Richard Eyre. Crítica.




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¡CUIDADO CON GENERAR EXPECTATIVAS QUE NO QUEREMOS O NO PODEMOS CUMPLIR!



Ficha técnica, Sinopsis (Pinchad aquí)


Cuando el 1 de Noviembre construimos la ficha técnica de 'El veredicto (La Ley del menor)', todavía no se había estrenado esta película, fruto de la colaboración de un escritor, Ian McEwan, un literato de moda que colabora con Richard Eyre, un buen representante del cine académico francés, según Javier Ocaña, a cuya formación en un campo distinto al cinematográfico atribuye la mediocridad de la forma, especialmente en la última secuencia, en la que llega a decir que falla en la realización de  "feos fundidos, fotografía desangelada y ausencia de gusto para el encuadre en el sustancial monólogo final de la mujer ante el marido." Un final mejorable que pone el broche a un relato de choques emocionales*

Mi sensibilidad me sitúa en otra dimensión,en la que el guionista en la creación en abstracto de un personaje, y el dramaturgo/cineasta al darle forma, un trabajo de gran responsabilidad,  crean una pareja muy actual, que va siendo habitual en la sociedad de nuestro tiempo, en la que la mujer desempeña un cargo con muchas más responsabilidades que el hombre, una agenda más apretada y una disponibilidad casi permanente, que provoca los enfrentamientos dentro del matrimonio, similar a los tiempos en los el hombre era el único productor que llegaba al domicilio conyugal con parte de su trabajo a cuestas, provocando el enfriamiento con su pareja a la que apenas podía atender con una libido debilitada. Jack Maye, (Stanley Tucci) es profesor de Universidad, un trabajo más liberal, que permite, incluso, seguir soñando con rehacer una vida amorosa con mujeres más jóvenes y menos comprometidas. No hay ninguna duda de que Fiona (Emma Thomson) no ha tenido hijos y que se le ha pasado la edad de ser madre biológica. Se dice de forma implícita y explítica.

Desde el comienzo la diégesis adopta la forma de una feel good movie. Todo es bonito, distinguido y agradable (apto para los amantes del amor y el lujo), producto de todo lo que proporciona la dedicación extrema al individuo: prestigio, autoridad, carácter resolutivo  y criterio de justicia por encima de la moral y la ética que no compete a los magistrados, participación en eventos institucionales solemnes...; la otra cara de la misma moneda nos muestra a un matrimonio que reside en una casa elegante pero discreta, en la que tonos neutros como el gris se mezclan con el de la madera, y por la que, generalmente Fiona se desenvuelve descalza, pisando blandas moquetas, vistiendo un elegante y discreto color negro, casi constantemente, y liberando tensiones acompañando al piano a un colega, que interpreta piezas tradicionales, aptas para las próximas fiestas navideñas.

Fiona es perfectamente consciente que no preside 'un tribunal de la inquisición', ni decide juicios morales, sino que aplica con sumo respeto la ley en casos muy complicados como aquellos que competen a un juez de familia (al parecer no uno cualquiera, sino una especie  de corte suprema inapelable, cuyas sentencias levantan una gran polvareda, especialmente en grupos muy ideologizados como los colectivos pro-vida y religiosos). La juez soporta todo ello con la pericia  y honestidad que rige su vida profesional, hasta que cae en sus manos el caso de un menor, enfermo de leucemia, que milita con su familia en una de las religiones de mayor rendimiento en Estados Unidos, que hace tiempo llegó a Europa, los Testigos de Jehová, que creen que la vida reside en este liquido vital, la sangre, y que es un regalo que Dios nos hace, pero que también nos puede quitar, por lo que no se debe aceptar un aporte que éste no acepta.

La legislación británica es taxativa: la salud prevalece en el caso del menor. Aquí no hay duda para la juez, sin embargo comete el error de su vida, que va, además, contra el código deontológico de la profesión: la justicia debe ser ciega. Fiona se persona en el hospital donde agoniza el joven Fion Whitehead, (Adam Henry), y lo que encuentra es un joven sensible, al que la separación de su contexto familiar ha permitido que afloren capacidades ocultas, enterradas bajo capas de ignorancia, mediocridad y falta de recursos; guionista y director explicitan de forma muy clara que el joven había aprendido una canción que toca con su guitarra, a la que la culta Fiona pone letra y canta haciendo ostentación de su enseñanza superior, mostrando al moribundo que hay otros mundos en los que es posible salir de la caverna y de la cultura de la muerte y la recompensa en el más allá y habitar en ellos sin ir muy lejos, ya que están en este. Muchos hablan de choque emocional, de enamoramientos, a modo de venganza de la pequeña infidelidad de dos días de Jack, Todo es posible, pero también secundario.

La célebre secuencia de la fiesta de los miembros de la alta judicatura, siempre muy reveladora (recordemos el baile de Madame Bovary de Flaubert, Orgullo y prejuicio, de Jane Austen,  o El Gatopardo de Giussepe Tomaso di Lampedusa), pone en evidencia la forma en que irrumpe en este mundo exquisito otro que llama a sus puertas de forma perentoria y con dolor, que demuestra, no solo la insensibilidad de ciertas clases, sino del juicio que introduce Brad Bird en su inolvidable  Ratatouille: " No todo el mundo puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lugar...". La seguridad en si misma de Fiona, su orgullo y su altanería la habían empujado a provocar un daño mayor que el que quería evitar, confiando, de forma soberbia, en su capacidad de fascinar a quien estaba muy por debajo de ella, sin medir las consecuencias. Si añora al hijo que no ha tenido, o el amor que ha perdido, son aquí aspectos, ya lo hemos dicho, muy secundarios. Guionista y director señalan con su dedo acusador a quienes, teniéndolo todo, -belleza, distinción, sabiduría y medios económicos -, cubriéndose de un manto de hipocresía generan expectativas en los más vulnerables y  se despreocupan; 'has cometido un error' le dice el marido. No podemos olvidar que estos errores y equívocos son responsables de las grandes tragedias clásicas, y en este aspecto el film que dirige Richard Eyre se aproxima mucho a ellas. Los tres actores que llevan el film demuestran estar en una buena posición en el desarrollo de sus carreras; en a la vis cómica del ayudante de la juez, dudamos bastante de la gracía que destila el servilismo de su puesto.

Muy recomendable.


Página visitada: Imdb y Filmaffinity

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*Reglas humanas, normas divinas

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