Dolor y gloria. Pedro Almodóvar. Crítica


EL EGO SE RETROALIMENTA A TRAVÉS DE UNO DE SUS HIJOS.

EL DOLOR ES LO QUE TE DA LA GLORIA (Antonio Banderas)


Ficha técnica, sinopsis (Pinchad aquí)


Crítica:

Ayer, día 22 de mayo , se estrenó el último film de Pedro Almodóvar, y a su llamada acudieron en masa las mujeres de edad avanzada, que sienten cierta nostalgia por la música patria de su adolescencia y juventud, la representante de la España 'cateta y beata', de que hablan algunos críticos. De hecho, comienza el film (hablaremos luego de ello) con una flashback, que no es, sin embargo lo que parece, en el que Penélope Cruz, una de las actrices fetiche del realizador, que hizo algunos trabajos importantes para el joven Alejandro Amenabar, lava ropa en el río, -un trabajo en el que emula a la primitiva Sofía Loren del neorrealsmo italiano -, acompañada de otras mujeres, entre las que se encuentra Rosalía, el último lanzamiento de la estrella del meinstream español, que se marca, además de cantar 'A tu vera' , un bailecito andaluz, con el que muchos españoles se identifican. Más, cuando el relato salta de las cuevas de Paterna al apartamento madrileño y se desplaza a Madrid, en clara evocación a un movimiento que dio sus frutos en la cultura de la transición, la llamada 'Movida madrileña', son otros los mitos, ahora hoollywoodienses, entre los que se sitúa el 'genio', incluso superándolos, cuando afirma que su cine es admirado también en Islandia. Natalie Wood ('Esplendor en la hierba' de Elia Kazan, 1961), o Marilyn Monroe, ('Niágara', Henry Hataway, 1953), dos  musas, que dejaron un cadáver joven, invaden su abigarrado, colorinesco y claustrofóbico apartamento, algo mayor que el real, unas mujeres que atrajeron la atención  del excesivo Andy Warhold. Almodóvar abandona el folklorismo y se sumerge en un espíritu cosmopolita, sin salir del útero materno, que representa Antonio Banderas, en una posición fetal, suspendido en el líquido amniótico.

Almodóvar elige la autoficción como género, que estructura en forma de metarelato, de análisis de cómo funciona el cine, de sus entresijos, tomando  como lugares de referencia el autor, el narrador y el personaje principal, detrás de los que se esconde mezclando hechos ficticios y reales, colocando en primer plano a un doble, un actor que lo ha acompañado desde sus inicios, Antonio Banderas, con el que trabajó en la que fue la segunda película del cineasta, 'Laberinto de pasiones', 1982, -la primera fue 'Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón', 1980), y la primera del actor,  que ha desempeñado un papel relacionado con el deseo, carnal más que productivo intelectualmente, sustituido ahora por el joven César Vicente, la nueva adquisición sexy del grupo, el que concentra la pulsión escópica, el deseo de mirar. El autor habla de una trilogía no concebida de forma premeditada, que estaría constituida por 'La ley del deseo', 'La mala educación',  y ahora 'Dolor y gloria', un film del que por primera vez está ausente las 'Mujeres Almodóvar' que le dieron la fama . No podían faltar la gran Penélope, la reina de la alfombra roja de Hollywood, ni la 'entrañable' Julieta Serrano, que da forma a esa madre tan idealizada por el hombre, cuyo 'avatar' en el film parece corresponderse con la imagen de sí mismo que el realizador, aplaudido por ciertos sectores, dentro y fuera del país, tiene, en ese mundo que representa, atormentado por el dolor físico ( ¿real o ficticio?) de una persona de su edad, que lo tiene apartado de la producción intelectual, no así de la inspiración, dispersa por los ordenadores y otros soportes de escritura, durante muchos años,desde que estrenara 'Sabor' (un cartel muy sensual), realizado en 1986.  Un hecho no biográfico  que contrasta con la actividad frenética de Almodóvar que  realiza remakes o reboots  constantes, en los que sus hagiógrafos quieren ver siempre a Ingmar Bergman, o a otros autores europeos , como el francés Georges Franju y sus 'Ojos sin rostro'. La última secuencia nos demostrará con claridad que hemos asistido a la representación de una ficción, a un relato personal del autor, que algunos consideran un ejercicio de sinceridad autobiográfica. Si bien es verdad que su actividad no ha cesado en estos tiempos, su inspiración no ha parecido mantenerse al mismo nivel.

Tras unos créditos iniciales muy kitsch, en los que Almodovar se supera a sí mismo, coherentes con el colorido extremo y el abigarramiento de sus imágenes, entramos en esta relativa confesión del mito, en una secuencia de posguerra, que precede al cuerpo central de la historia, en el que ya no contextualiza, sino simplemente nos habla de sus temores, sus dolores, la fotofobia que le obliga a llevar gafas oscuras, las cefaleas, los dolores de estómago y la depresión, que ilustra con gráficos, unas debilidades que condicionan el núcleo de la historia que divide en dos espacios, que según comenta ha estado tentado en dividir en capítulos tarantinianos: la casa del actor que protagonizó su última película, al que despreció en el estreno, y la aparición de un antiguo amante, interpretado por Leonardo Sbaraglia, una aparición con la que hace explícita una condición sexual que jamás ha ocultado el manchego, precedida del despertar sexual del niño, también conocido, una realidad a la que suma una situación coyuntural, que favoreció su entrada en el mundo del cine español, 'la movida madrileña', un hito en el que no insiste demasiado y que pasa desapercibido para quien no conoce este movimiento contracultural que se produjo durante la transición española del franquismo a la democracia. Poco más hay además de estas dos intromisiones en la vida personal y artística del autor, más allá de la dificultad de hallar la inspiración necesaria para seguir avanzando, un déficit, más o menos temporal que sufren muchos creadores, del que se lamentaba Fellini es su magistral 'Fellini 8y 1/2', y el encuentro, buscado o no, con dos fantasmas del pasado: un actor colgado de las drogas, al que hundió su carrera, y un amor de juventud, un hombre bisexual que sale al encuentro de un creador ya cansado. Un film en el que sólo figuran los hombres y la madre y del que han desaparecido todas las mujeres, que tanto pesaron en el pasado. Quizá en este aspecto reside lo más honesto del film.


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