Los soñadores. Bernardo Bertolucci. Crítica






Ficha técnica, sinopsis, críticas, comentario (Pinchad aquí)


Crítica:



Hoy, cuando llega a España una película dirigdia por Louis Garrel, hijo de Philippe Garrel y de Brigitte Sy, nieto de Maurice Garrel, y apadrinado de Jean Pierre Léaud, volvemo la mirada al trabajo que realizó para el film 'Los soñadores' de Bernardo Bertolucci, cuando tan sólo tenía 20 años. El 6 de diciembre de 2013 escribíamos ésto, acerca del film:


"Cada uno pasa por este mundo, recibe arañazos de la vida y se lava las heridas como puede, aunque si observas con cuidado aprecias unas constantes en las historias contadas por los hombres sobre los hombres. Algunos asocian a Matthew con el propio Bertolucci, arrepentido de haberse involucrado intelectualmente en la revolución de 1968 y haberse perdido episodios y encuentros eróticos como los de estos tres jóvenes, una forma de catarsis de quien dejó pasar de lado estas experiencias. Cuando decidió marchar a Estados Unidos dio un giro definitivo no sólo a su carrera, sino a su forma de ver la vida, si bien en este film realizado de 2003 todavía muestra su respeto y reverencia por el cine que se hacía en Estados Unidos, especialmente en la primera mitad del siglo XX, -La Reina Cristina de Suecia, protagonizada por  la gran Greta Garbo, las películas de Chaplin o Buster Keaton, La parada de los monstruos... sin olvidar autores que han influido en cineastas americanos como Godard y su 'Banda aparte', título que ha escogido Quentin Tarantino para su productora, o François Truffautt, y la música que marcó esta época , -Janis Joplin, Bob Dylan, Françoise Hardy e incluso la canción de guerra española '¡Ay, Carmela'!-. Hoy, tras una desgraciada experiencia en la meca del cine, donde realizó películas muy prescindibles-, menosprecia el cine de Hollywood, el cine por excelencia para los cineastas que crecieron en torno a Bazin y  su revista Cahiers du Cinema, a los que se agrupó bajo el nombre de la Nouvelle Vague.

 Pero ¿cuáles son esas constantes? Matthew, el joven norteamericano estudiante en París durante la revolución del Mayo Francés de 1968, escribe a sus padres informándoles de que ha establecido una relación con otros jóvenes de clase media-alta intelectual, lo que, con toda probabilidad les dejaría tranquilos y complacidos. Pronto surgen las contradicciones culturales entre la intelligentsia de uno y otro lado del Atlántico, inmersas en revoluciones de muy diferente cariz: pacifista y anti-bélica en Norteamérica y Revolucionaria y combativa en Francia, que se hace explícita en una de las últimas imágenes, muy elocuentes, del film.

Pero unos y otro tiene algo en común: se sienten parte de una élite privilegiada, poseedores de una libertad sin límites, macarras de noble estirpe; libertinos los europeos, puritano el estadounidense, gregarios los franceses, individualista el procedente del nuevo mundo, que deja la acción, que caracteriza la cultura de su pueblo, para otros, ya que en su país le dejan elegir. En un pequeño debate que se organiza en torno al libro rojo de Mao, Matthew insiste en que todos los chinos llevan el mismo libro, en lugar de armas como matiza Theo, porque son extras y no protagonistas como ellos tres. Está defendiendo el individualismo americano y su forma de ver la vida, pero algo se hace muy explícitos, los cachorros de estas clases privilegiadas se impregnan  de una capa  tan superficial de los movimientos de masas, que desaparece tan pronto como ingresan en el mundo de los adultos.

Bertolucci cae en una contradicción mayor que sus protagonistas: se acerca formalmente al discurso visual de cineastas americanos como Gus Van Sant, cuya cámara se  enamora de jóvenes sensuales y atractivos, pero no necesita envolverse en ninguna causa para justificar su recreamiento en la contemplación de  sus cuerpos desnudos. Por otro lado el italiano muestra un resentimiento que se hace patente en sus personajes: los dos hermanos, Theo e Isabelle, empapados del ambiente cultural de su familia, ateos, recluidos en su habitat repleto de libros y objetos exquisitos, funcionan como unos macarras de barrio, acomplejan al inculto americano, lo doblegan, lo humillan sexualmente, mantienen relaciones incestuosas menos profundas de lo que parecen, pero cuando lo 'obligan' a mantener relaciones con la joven, resulta ser una  virgen con muchos prejuicios: no quiere tener sexo en su habitación con peluches, no puede soportar que sus padres se enteren de que ha sido desvirgada, y se refugia insegura en un hermano con el que mantiene la misma unidad indisoluble que unos siameses. Paradójicamente la revolución de los pobres les salvará la vida, ese levantamiento que hace temer a Matthew porque ya no es sólo de estudiantes; ellos no deben involucrarse en esta 'guerra' sino seguir disfrutando de los juegos amorosos y elitistas que favorece su situación privilegiada.

Una buena reflexión sobre el individualismo y la solidaridad, lo honesto y lo macarra, la opresión y la revolución, en la que nadie sale bien parado: ni unos padres intelectuales, cobardes, contradictorios y pusilánimes que no saben enfrentarse a sus hijos. en medio de una revolución que no saben asimilar; el hijo que, a pesar de la reacción contra su progenitor, sólo se siente a gusto en su medio familiar, aunque  reniega de las enseñanzas del padre: "Porque Dios no exista, no debe ser sustituido por él', le dice a Matthew. Los dos hermanos son unos pijos que juegan al incesto, incapaces de vivir con un mínimo de dignidad sin nadie que se ocupe de las condiciones mínimas de habitabilidad del espacio que ocupan, y dominan a unos padres que  les dejan cheques y huyen despavoridos para no molestarlos. El joven que se incorpora al dúo también se degrada y queda sometido por quienes lo humillan y someten, incapaz de vivir el individualismo que predica y las virtudes del hombre americano que actúa y que simboliza Jimmy Hendrix, un individuo que hacía música, frente a Eric Clapton que sólo la interpretaba. El no es capaz de lo uno ni de lo otro. No le sentó bien Norteamérica al director de 'Novecento', país en el que dejó de ser un dios y pasó a convertirse en un cineasta de segunda fila, con insoportables grandes superproducciones (El último emperador, 1987, El cielo protector, 1990,  o El último Buda, 1993) ; así pues, volvemos al principio, cada uno se lame sus heridas y se las cura como puede y esta película huele a revancha."

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