La torre del diablo. Jim O'Connolly. Ficha técnica y crítica.






EL FONDO, LA FORMA Y LA ICONOGRAFÍA ANALÓGICA DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.



Ficha técnica:


Título original: Tower of Evil
País: Estados Unidos
Año:1972
Duración: 87 minutos

Dirección: Grenadier
Guión: Jim O'Connolly, basada en una historia original de George Baxt
Dirección de Fotografía: Desmond Dickinson BSC
Música: Kenneth V.Jones
Editor: Henry Richardson

Vestuario: Jackie Cummins
Maquillaje: Jimmy Evans
Peluquería: Gordon Bond

Productor: Richard Gordon
Productor ejecutivo:Jose Solomon
Productor asociado: John Pellatt
Diseño de producción: Disley Jones
Compañías productoras: Grenadier Film Production.



Intérpretes:


Dennis Price: Bakewrll,
Anthony Valentine
Gary Hamilton: Brom
Bryant Haliday: Brent,
Jill Haworth: Rose,
Mark Edwards: Adam,
Jack Watson: Hamp,
Anna Palk: Nora,
Derek Fowlds: Dan,
George Goulous: John
William Lucas: Inspector Hawk
John Hamill: Gary,
...


Sinopsis:


Un grupo de experimentados arqueólogos se encuentran tras la búsqueda de un tesoro viejo y místico, pero la sorpresa les llegará cuando comiencen a ocurrir una cantidad de asesinatos.


Crítica: 


A pesar de que el gran maestro del giallo, Dario Argento, ya había estrenado sus primeras películas, de estética popera.  [mujeres de ojos trasparentes, más sugerentes que provocativas baratas, hombres de pantalones acampanados o trama sofisticada; nos referimos a 'El pájaro de las plumas de cristal' (1970), 'El gato de las nueve colas' (1971), '4 Moscas sobre terciopelo gris' (1981) ], en las que brillaban en todo su esplendor las hojas punzantes de instrumentos destinados a usos cotidianos (cuchillos de cocina, bastones que escondían un cuchillo...) que tanta influencia tuvieron en el nacimiento del subgénero de terror, el slasher, ( anglicismo que viene de slash, cuchillada o corte en inglés), cuyo comienzo han datado los historiadores de cine en la película Halloween (1978) de John Carpenter,  Tower of Evil de Jim O'Connolly, que vio la luz en 1972, -no nos cansaremos de decir esto -, cuatro años antes de que George Lucas estrenara el episodio 4 de la saga más célebre de la historia, Star Wars,  que no sólo revolucionaría las formas de hacer, sino que barrería de las pantallas de  forma definitiva la mitología greco-latina y la sustituiría por un universo propio, resultaba simple en el fondo y tosca en  la forma; desde entonces ha habido más de un intento de resucitar  a los viejos dioses del Olimpo, los héroes  del peplum o la Biblia, por parte de directores de la talla de Ridley Scott, Louis Leterrier y algunos otros, que no han conseguido colocar a estos personajes ni siquiera a la altura de los héroes de Marvel o DC Comics.

Jim O'Connelly se inscribe en la línea del cine de explotación, en el que lo que de verdad interesa a sus fans, a los que se reclama con carteles y carátulas sugerentes y coloristas, y se les lleva a la sala de proyecciones, es la la garantía de que no van a salir defraudados en sus aspiraciones. El background importa poco: un grupo de hombres y mujeres, atraídos por una matanza que forma parte del planteamiento de un film en el que se presentan los hechos y los personajes, sirve de excusa para enviar al lugar, que no es otra cosa que un faro abandonado, a una serie de hombres y mujeres muy atractivas que, aunque se supone que son los mejores  expertos de que gozan los Estados Unidos del momento, palidecerían con la aparición del arqueólogo por excelencia, Indiana Jones de Steven Spielberg, que mantiene la tradición a la vez que la revoluciona y hace gozar a su público con auténticas aventuras. El grupo llega al islote con el objetivo de encontrar las evidencias de que el Dios Baal de los Fenicios, que de divinidad de la fertilidad se había transformado en representante del diablo en la Tierra, habría dejado restos de  su existencia en el lugar, una creencia que avalaba la aparición de una espada sacrificial de oro macizo. Una circunstancia que sirve de base a la aventura tradicional no exenta de misterios y riesgos.

Tras este preámbulo la balanza se inclina, sean cuales sean los actores que entran en juego, por la adoración del símbolo fálico del faro al que todos llaman torre, sin que se de una sola alusión al trabajo de estos científicos, salvo la de actuar de voyeurs y disfrutar de los apareamientos entre las dos mujeres 'científicas' y los hombres que las acompañan. No importa ni la trama, ni quien muere, ni por qué, ni quién es quién, solo  satisfacer a un público que acude a la sesión golfa de los cines a desahogarse con un poco de sangre y sexo; ni splatter  ni gore visceral y de gran vio***cia visual, pero tampoco tensión ni emoción. El escore musical también extrema su intensidad en los momentos clave [nada que ver con el cine actual], pero alguno de estos directores no sabían controlar los tiempos, preparar al espectador para unos sustos que luego no se producían y amedrentarlo cuando sabían que estaba desprevenido. Quien ha visto unas pocas  películas de terror y conoce su estructura y sus características no siente ni frío ni calor, y si la sangre y el se*o también lo dejan indiferente, sólo tiene una cosa que hacer: reflexionar en torno a lo que el film aporta al género y qué sirve de referente a futuros realizadores. Lo malo es que la ruptura se produjo como se producen todas las revoluciones, y en pocos años el amante de este tipo de películas se acostumbró a que los ingenieros de imagen y sonido sean capaces de satisfacer las aspiraciones del autor más exigente, y los músicos a complacer a sus nuevos mecenas del cine. Es lo que se llama Blockbuster y llena las salas; lo bueno del talento es que aquel que lo posee nunca muere, disponga de muchos o pocos recursos, y hay muchos ejemplos de directores como Dario Argento, Lucio Fulci, Mario Bava, Stanley Kubrick, Alain Resnais, y tantos otros, sin necesidad de abrir nuestro objetivo y enumerar a los grandes maestros  del terror orientales.



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